Definición de novelista
Para que las feministas nada tengan qué decir, la palabra novelista se emplea sin distinción de género, es una palabra común. Decimos que Rosario Castellanos fue novelista, con la misma intensidad con que decimos que Héctor Cortés Mandujano es novelista. Y esto es así, porque la palabra novelista es como un mar lleno de nubes. Porque los novelistas no hacen distinciones, en sus redes caben palabras mujer y palabras hombre, así como caben palabras nube y palabras piedra.
Para coraje de las feministas, los machos no transforman el lenguaje, porque saben que las novelistas grandes (coloquen acá los nombres de Marguerite Yourcenar, Jane Austen, Joyce Carol Oates, Marguerite Duras y cuatrocientas treinta y dos más) nunca lo hicieron. Ellas (¡qué bueno!) hicieron un lugar más digno a través del lenguaje y no mediante la degradación del lenguaje.
¿Cómo Nadia Villafuerte, novelista chiapaneca, podría formular universos empleando arrobas en lugar de la letra o o la letra a, según corresponda?
El otro día leí un exceso más. Una feminista escribió corazona en intento de feminizar la palabra corazón, palabra ésta que designa al órgano que otorga vida a la vida. ¿Cómo decir, entonces, que una mujer murió de un infarto? Cesá sa corazona.
Si el lenguaje se feminizara en exceso, sería necesario que, desde la otra frontera, también se masculinizara el otro porcentaje. Ante tal demasía, la palabra novelista se dejaría para uso exclusivo de las escritoras y el término novelisto para los escritores. Esto, por supuesto, crearía gran confusión. Los escritores (algunos soberbios de por sí) se esponjarían como guajolotes cada vez que dijeran que ellos son nove-listos; y las escritoras (soberbias la mayoría de ellas), de igual manera, abrirían sus egos como abren sus alas las palomas reales y se sentirían pavos reales.
El novelista es, por naturaleza, un contador de historias y, por suerte, tampoco anda haciendo separaciones sexistas, porque, de lo contrario, el escritor sólo incluiría personajes masculinos en sus tramas y, en contraparte, la escritora sólo escribiría historias de mujeres. ¡Ah, qué aburrido sería un mundo así! (Una munda). Las novelas escritas por mujeres serían novelas carentas da corazona.
Las grandes novelistas emplearon el lenguaje para abrir fronteras. Los lectores disfrutamos las novelas de Elena Garro, de La Pony, entre otras, porque ellas usaron y usan el lenguaje como la máxima herramienta para comunicar y para construir. El lenguaje es un puente. Hay feministas que intentan, infructuosamente, dinamitar dichos puentes.
La novelista (la grande) sabe que los papalotes vuelan, que las palomas bajan a comer arroz, que los planetas nadan en el universo. La novelista sabe que la letra a se usa en la palabra amar y en la palabra rama y que la o se emplea para la palabra amor y para formar la palabra roma. Quien ama Roma halla el amor en la rama.
El lenguaje contiene elementos masculinos y femeninos. El lenguaje (qué bueno que así sea) no es como una estética unisex.
No existe la palabra novelisto, no hay necesidad de colocarle un pene absurdo a la palabra común que, ¡oh, maravilla!, designa tanto al novelista como a la novelista. Con la palabra cuentista sucede lo mismo. Tal vez es porque la creación, la verdadera, la grande, no se anda por las ramas, ella vuela, vuela muy alto.
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