Definición de abrazo
¿Se llama así porque para abrazar es necesario hacer una jaula con los brazos? ¿Y las manos dónde quedan? ¿No cuentan? ¿Quienes abrazan están mancos?
¿Cómo, por ejemplo, abrazaba el Manco de Lepanto?
Si consideramos que para abrazar empleamos los brazos y las manos, el acto de abrazar debía nombrarse con otro nombre, uno que incluyera la palabra mano. Porque, en realidad, los brazos aprisionan y las que liberan el abrazo son las manos. Cuando un abrazo es desbordado, las manos aprietan, pero luego son ellas las que liberan. Los brazos forman el círculo, pero son las manos las que funcionan como gancho para sujetar, para no dejar ir, aunque sea un instante.
¿Existe alguna diferencia entre el abrazo de bienvenida y el de despedida? ¡Por supuesto que sí! El de bienvenida se abre como se abre el patio a la caricia del sol. ¿Y el de despedida? Va lleno de piedras de agua, lleno de lianas que quisieran atrapar para siempre al que se va.
¿Y los abrazos que se dan los amantes? Ahí, los brazos son el mero pretexto para cercar a la amada o amado. Las manos son las que hincan las huellas. En un abrazo erótico, el brazo para a ser una mera extensión de la pasión que está representada en la mano, porque la mano es la traviesa, la que reconoce los caminos, la que trepa a los árboles más altos para cortar el fruto, la que baja a la cueva para hallar el manantial de agua limpia.
El abrazo nada sería sin la mano. No quiero imaginar cómo es el abrazo de alguien que carece de manos. Debe haber (hay) personas que no tienen manos y que abrazan. No tendrían porqué no hacerlo, pero en ese instante, más que en cualquier otro, deben notar la falta de sus manos, porque las manos son el complemento exacto y preciso de los brazos. Por eso, digo yo, el abrazo no debiera sólo nombrarse con la palabra abrazo. El abrazo debería estar nombrado con una palabra que incluyera la palabra mano, corazón, agua y cielo.
Mis amigos que son muy abrazadores y no pierden oportunidad de hacerlo, me cuentan que el abrazo, para que sea efectivo, debe ser como la carrera que hace un campeón olímpico en cien metros. No debe tardar más de diez segundos, pero debe ser de tal intensidad como prender un cerrillo. ¡Sí! El abrazo debe ser como prender una cerilla en medio de la oscuridad. Sirve sólo para reconocer por dónde caminar.
¿Qué sucede con esos abrazos que tardan eternidades? Pierden su espontaneidad y entran al terreno de lo vacuo y soso. Y, se sabe, no hay peor cosa en el mundo que un abrazo anodino.
¿Cómo debería llamarse el acto de abrazar? ¿Abrazo? Esta palabra nos queda debiendo mucho, porque el abrazo es una de las manifestaciones más sublimes de los seres humanos. Pocos actos sirven para todo. La sonrisa sólo sirve para manifestar alegría; en cambio, el abrazo sirve para felicitar, para dar pésame, para celebrar la vida. He visto hombres que, de tan contentos, abrazan árboles; y he visto hombres que, de tan borrachos, abrazan postes de luz.
A mí, perdón, no me gusta abrazar ni que me abracen. No sé de dónde me viene el complejo. Debe ser que, como decimos en Comitán, me destanteo. No sé si la mano de la mujer que me abraza se quedará en mi espalda o caminará por mi cuello o bajará hasta mis nalgas. Los abrazos me destantean. Cuando alguien quiere felicitarme por un logro, no sé si lo hace como bienvenida al mundo de los ilustres o como despedida del mundo de los humildes.
No me gusta esa costumbre de los changos espulgadores. Prefiero el comportamiento de las aves. Éstas no pueden abrazarse, porque carecen de brazos y de manos. Las aves, lo sabe todo mundo, tienen alas, lo mismo que los ángeles. Los ángeles no acostumbran abrazar. El abrazo es una pedestre forma de saludo o despedida que usan los humanos. Tal vez por esto, perdón, a mí me gusta el saludo del ángel, del águila y del colibrí.
¿Cómo debiera llamarse el acto de abrazar? ¿Cómo debería ser esa palabra que uniera el brazo y la mano?
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