Blancura en los medios visuales
Nada novedoso es que los medios de comunicación visuales del país tengan frente a cámara a personas que, en su aspecto físico, recuerdan la presencia de población de origen europeo principalmente. Lo contrario resulta un hecho exótico, es decir, extraño. Esta circunstancia no es un caso único mexicano entre los países latinoamericanos, sino que se reproduce en buena parte de aquellos donde la población de origen indígena cuenta con una destacada presencia porque no fueron exterminados totalmente por los colonizadores o, con posterioridad, de forma sistemática, tal como sucedió en Argentina con historias tan deplorables como las matanzas efectuadas por el General Roca, quien como héroe cuenta con una ciudad que lleva su nombre en ese país de Sudamérica.
Esa blancura evidente lógicamente puede analizarse de muy distintas formas, y utilizar el concepto de racismo es una posibilidad, no cabe duda. A pesar de ello en lo personal quisiera reflexionar partiendo del mestizaje mexicano, el proyecto que pensado desde la biología deambulaba hacia lo cultural, en una especie de simbiosis donde cuanto mayor cercanía se tenía con la blancura de piel más capacidad intelectual se contaba, algo que se construyó con un sinnúmero de escritores denominados científicos en los siglos XIX y principios del XX. Nuestro mestizo se hacía una nueva posibilidad que, desde el rabioso nacionalismo, deseaba ver en esa figura física, entre lo indígena y lo hispano, un aliento a las complejidades existentes para pensar y conformar una nueva nación diversa en todos los sentidos.
Anhelado por Vasconcelos como camino para mostrar una América Latina con un amplio potencial de futuro, y donde México jugaba un papel de primer orden, ese mestizaje es ahora vox populi para denominar a personas o, simplemente, para autocalificarse y clasificarse. Autopercepción que no es dolosa y permite un cierto equilibrio para no caer en los bandos de la construcción de México: indígenas y europeos, básicamente.
Lo anterior no resta, sin embargo, que esos dos bandos sean clasificados en escalas contrapuestas, donde la mayor cercanía a la blancura permite optar a los mejores calificativos, mientras del otro lado ocurre lo contrario. Y si lo anterior sucede en la vida económica y social, se hace más visible en los parámetros de belleza nacionales y que se reflejan en los medios de comunicación. Cuando las reacciones frente a un recién nacido blanco son tan disímiles al que no lo es eso significa que tal forma de pensar y opinar cuenta con un arraigo colonial patente. La pedagogía contra las discriminaciones no es nada fácil, aunque hay que iniciar alguna vez por enseñar que los colores de la piel son vistos con miradas sociales y, también, económicas. Y tales formas de ver pervivirán con certeza mientras el país cuente con desigualdades e injusticias tan marcadas.
Es así que los medios de comunicación, visuales en este caso, son el fiel reflejo de algo adherido a la conformación del pensar social, el de la plaza pública como lo llamó un conocido antropólogo, y su deconstrucción parece distante cuando los mismos parámetros de belleza nacional se ubican en esa diferenciación por el color de la piel. No existen soluciones mágicas, ni creo en la discriminación positiva, pero tal vez sea bueno exigir desde la opinión pública e incluso desde los institutos políticos que las cualificaciones personales sean las que decidan la imagen de país que se muestra, donde se oculta a la mayoría de sus habitantes por un hecho tan simple como el color de la piel.
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