Río de Janeiro: ¿fracaso o saudade?

Los Juegos Olímpicos son todo menos unos eventos deportivos. Por eso se deben leer en clave política, que es como corresponde ver sus alcances y condicionamientos en la agenda internacional. No por nada, todos los países del orbe estaban atentos al desempeño de sus atletas, y desde los medios impresos hasta los formatos multimedia tipo streaming, afloraron los sentimientos de formar parte de una identidad nacional casi vapuleada por la globalización, pero que desde los rincones de nuestras esencias se activan para sentirse parte de un colectivo.

Estados Unidos ganó el medallero olímpico y se erigió como la superpotencia deportiva, como quizá sin igual en ediciones pasadas de las Olimpiadas. En todos los deportes fueron competitivos y en la mayoría dominadores absolutos de la disciplina, más cuando Rusia fue diezmada y China bajó al tercer lugar. Lo que no fue sorpresa fue Japón, país que volvió a recuperar su estatus en las pruebas donde antaño fueron potencia, como gimnasia y voleibol. Bastante normal, con planeación y constancia, desde ahora proyectan sus propios juegos en Tokio 2020.

En la agenda política internacional, lo más ponderado fue un mundo encaminado a la sustentabilidad y la ecología como premisa de supervivencia mundial, y la diversidad cultural e inclusión de amplios sectores de población, como la presencia de la delegación de refugiados. En tiempos de Donald Trump y la inquietante derechización de Europa y del mundo, esto no es menor.

 

En el caso de México, se agradeció mucho dejar de lado los antiguos formatos de las dos grandes televisoras, Televisa y TVAzteca, quienes dejaron de ser los dos únicos espacios de opinión y transmisión. Nos congraciamos de dejar de escuchar y ver a los mismos personajes definidos por los arquetipos ya pasados de moda e impuestos por una ideología empresarial que no concedía ninguna contraparte. De la apología pro-gringa manifiesta todo el tiempo, ahora escuchamos nuevas voces que, sin ser expertas en las narrativas audiovisuales, sí lo fueron el conocimiento del deporte. Por fin nos enteramos de las características de pruebas que nunca habíamos entendido y que ahora, ex deportistas y ex medallistas nos explicaban en su mejor forma, no necesariamente la más mediática, sobre todo en los canales culturales como el 11.

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En el seguimiento del pulso de nuestra delegación olímpica, . sobre todo en el Canal !la màdeportistas y ex medallistas nos explicaban en su mejor forma, no necesarimente la mlo que comenzó con un optimismo lleno de ánimo olímpico, casi termina en tragedia nacional, porque fueron los medios quienes comenzaron a suplir las bondades deportivas por el número de medallas alcanzadas. Curiosamente la vieja guardia “crítica” fue la más interesada en el tema, como José Ramón Fernández, David Faitelson de ESPN y Fernando Schwartz, de FOX Sports. En la desesperación casi total de no ver las preseas, cada que pasaba el tiempo, solo atinaban decir que el competidor tal, se despedía de los juegos y de las medallas después de quedar en cuarto o quinto lugar de su prueba, por ejemplo. Esto demostró que, al final, una de las claves para entender las Olimpiadas como un suceso de talla mundial, es la apreciación política del deporte -materializado en las mentadas preseas- impulsadas en competiciones de ese calibre.

 

Las lecciones del papel de la delegación mexicana en Río de Janeiro son muchas, pero quizá una sobresalga de las demás: fracaso, por más que se quiera decir lo contrario pese a las medallas obtenidas en los últimos días de la justa olímpica. Y fracasaron no nada más las nulas políticas deportivas a nivel nacional, sino el nivel de importancia que se le da a la salud social en nuestro país. Fracasó estrepitosamente la estrategia política del gobierno en canalizar una aparentemente inocua participación en unos juegos, donde discursos como la paz y la armonía son estereotipos muchas veces vacíos de contenido pero cargados de elemental nacionalismo, se convirtieron pronto en una afrenta nacional donde la corrupción y los malos manejos de los dineros salieron a flote en eso que se ha llamado el “mal humor social”, pero que no es más que un encabronamiento tal que cada vez se hace más grande, inmenso e inexorable ante la inoperancia del Estado.

 

Río de Janeiro corroboró, una vez más, el desastre en el que se encuentran las políticas públicas con respecto a muchas cosas, y en los pleitos de cantina en los que se encuentran la CONADE, el COM, y las todas las federaciones son muestra palpable de los grados de desgaste histórico que sin excepción todas las instituciones tienen en México.

Fracasó también la última oportunidad del gobierno en capitalizar una idea de cohesión en torno a algo. Si algo pudiese articular este desvalido país en el que vivimos, era el deporte, y si eso no fue incentivo ni un refuerzo para siquiera camuflajear toda la estela de fetidez política que invade cada rincón de la cotidianidad nacional, entonces sí que estamos ante un panorama de verdadera crisis.

Uno pudiera preguntarse ante tanto problema y escándalo en México ¿qué tanto importa el deporte? La respuesta es simple, porque es en este campo donde se ve el proyecto de la salud social y física de toda una nación. En un país de obesos, rateros y tramposos, si no hay visión en torno a ello, aparte de corruptos estaremos enfermos de por vida. Y no es metáfora.

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