Definición de sencillo
El diccionario dice que es algo que carece de adornos y ostentaciones, pero en otra acepción indica que se aplica, también, para el dinero suelto. En Comitán se emplea con frecuencia en este sentido. Cuando vamos a comprar en el mercado la marchanta pregunta: “¿Va’ste a pagar con sencillo?”. Esto indica, así a vista de pájaro, que el billete grande es complejo. ¿Puede esto llevarse más allá y decir que la gente sin recursos es gente sencilla y los millonarios son personas complejas?
Mi abuela Esperanza decía que la gente humilde es la que más da. Los ricos son ricos porque son miserables, no en el sentido de indigencia sino en el de mezquindad.
El escritor Romualdo Cortés tiene un cuento que se llama: “De lo sencillo de la vida”, donde narra la historia de Alma, la niña que, una tarde, escuchó que su abuelo se palpaba las bolsas del pantalón y le decía a su hijo que no tenía sencillo. La niña se sorprendió porque no sabía bien a bien qué significaba esa palabra. Fue a la cocina donde su mamá preparaba los ingredientes de un pastel, le preguntó a ella qué significaba la palabra sencillo y ella, limpiándose las manos en su mandil blanco, dijo que sencillo era una cosa simple, por ejemplo, dijo, titubeó, se rascó la cabeza, por ejemplo, repitió, tomó un puño de harina y, mientras regaba la harina sobre la mesa, dijo: “La harina es sencilla”, dijo y siguió echándole agua para hacer la masa. Alma salió de la cocina, brincando, repitiendo: “La harina es sencilla”, pero se paró a mitad del corredor cuando recordó que ella había pedido la definición de sencillo y no de sencilla, así que regresó a la cocina, empujó la puerta abatible y le dijo a su mamá: “La harina es sencilla, pero yo quiero saber qué es su marido: el sencillo”. La mamá, que en ese momento abría la puerta del horno para comprobar el grado de calentamiento, dijo: “Sencillo es lo que no es complejo”. “¿Por ejemplo?”, dijo la niña colocando sus rodillas en una silla y sus brazos en el respaldo. La mamá ya comenzaba a acusar cierto fastidio con las preguntas de su niña, así que con los dedos de su mano izquierda tomó una pizca de sal y la colocó sobre la palma de su mano derecha, y dijo: “Esto es sencillo. Un grano de sal es sencillo. ¿Entendiste?”. La niña sonrió, dijo que sí, bajó de la silla y salió al corredor, se sentó en las gradas de ladrillo y dijo en voz baja: “Un grano de sal es sencillo”. Así que esa noche, antes de que el papá la mandara a la cama, ella fue a la cocina, abrió el salero y tomó un grano de sal; luego fue al cuarto del abuelo, que ya dormía y, caminando de puntillas, dejó el granito sobre el buró.
Al día siguiente, Alma despertó por el griterío que había en la casa. Se desperezó, se calzó con las pantuflas y salió. Todos rodeaban al abuelo que mostraba una moneda de oro y juraba que la había hallado en su buró. Todos dieron sus versiones, desde la del tío Rogerio que dijo que eso era una travesura del diablo que le estaba proponiendo cambiar su alma por dinero, hasta la de Ricardito que dijo que era la prueba de lo que a cada rato decía la tía Eugenia quien juraba que vendrían tiempos mejores para los hombres de buena voluntad. Los familiares estuvieron más de acuerdo con la primera teoría que con la segunda, por lo que recomendaron al abuelo que se deshiciera cuanto antes de esa tentación maldita. El abuelo dijo que no, que eso era un regalo de Dios y que ya vería qué hacer con la moneda; mientras tanto la guardó en el cofre que tenía en su ropero. Sólo Alma tuvo un presentimiento y en la noche volvió a repetir la acción. Al día siguiente se paró muy temprano, se sentó en una silla frente al cuarto del abuelo y esperó que el viejo despertara y saliera.
El abuelo salió con la mano en alto, gritando que había hallado otra moneda de oro. Alma no tuvo duda. Lo sencillo se convertía, quién sabe por qué prodigio, en oro. Cuando el grupo de curiosos se disolvió, la niña se acercó a su abuelo y le contó lo que hacía. El viejo le dijo a su nieta que repitiera el acto esa noche y al día siguiente entrara a comprobar si el grano de sal se convertía en oro. Alma eso hizo y al otro día, muy temprano, entró al cuarto del abuelo y, ayudada con una lámpara de mano, comprobó que el grano de sal se había convertido en una moneda de oro. El abuelo le dijo que no debía decir nada a nadie.
Los lectores aviesos ya imaginan en qué termina la historia. Uno de los sobrinos, al ver que el abuelo compraba ropa nueva y estaba planeando un viaje a Veracruz, comenzó a vigilarlo y descubrió lo que la niña y el viejo hacían. Una mañana, mientras el abuelo, iba al baño, entró a la recámara y descubrió el montón de monedas de oro en el ropero. Pensó que era fácil robarle al viejo, pero decidió que era mucho mejor chantajear a Alma para que ella le entregara los granos de sal. Que le entregara muchos, muchos granos de sal. Bastaba que lo hiciera una vez para que Romeo, que así se llamaba el sobrino, se convirtiera en millonario.
¿En qué termina el cuento de Romualdo? La niña le dice a Romeo que para que el conjuro funcione él debe meterse adentro del pozo vacío. Romeo duda, pero al final la ambición lo vence. Así que en la noche, ayudado por una cuerda, baja al fondo del pozo, con una altura de seis metros. Alma fue a la cocina y, a las diez de la noche, acompañada de su abuelo, se subió al borde del pozo y, mientras su abuelo la sujetaba de la cintura, ella, con ambas manos, regó una bolsa completa de sal. Mientras los granos caían se convertían en monedas de oro. Romeo no podía creerlo, comenzó a brincar de gusto, pero éste cesó cuando las monedas comenzaron a llenar el espacio donde estaba. El pozo quedó lleno, hasta el borde, de cientos de monedas de oro.
El abuelo entendió que esa historia terminaría mal y le pidió a su nieta que dejara de jugar con la sal. Así, Alma entendió que, a veces, lo sencillo es más dañino que lo complejo, y, en lugar de granos de sal usó hojas secas de eucalipto que, al día siguiente, se convertían en billetes de cien dólares. Dicen que Alma es millonaria.
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