Niños en el florero
I.
Cuando quité las flores marchitas descubrí que en la piscina del florero danzaba un montoncito de cortatripas. En vez de vaciar el agua, le di paso a mi vengativa idea: cogí una bolsa de plástico y la até a la boca del florero de tal suerte que, al nacer los zancudos, tuvieran espacio para volar, y darse cuenta que estaban atrapados, sin salida posible.
Nacieron como veinte, muy llenos de energía y esperanzas. Pero el calor y la falta de alimento los fue minando. Su vuelo se hizo más débil hasta que terminaron por estirar la pata sin haber probado nunca la sangre humana.
II.
La Educación en México es un rotundo fracaso. Los mexicanos somos capaces de tener gobernantes de una moral tan torcida como un narcotraficante, a diferencia que el que se dedica al tráfico de drogas se asume delincuente; los otros, al negarlo, mienten. ¿Cómo podemos tener por presidente a Peña Nieto o en Chiapas un gobierno Verde, experimentado en saqueos? ¿Cómo hemos soportado décadas de injusticias? Pero es lo mismo con los ingenieros, doctores, licenciados, etcétera de títulos, que no cantan mal la melodía de la inmoralidad o de la ética profesional. Todos estamos inmersos en las mismas aguas, comemos del mismo pan de la corrupción y la impunidad, los dos males más lacerantes de la sociedad mexicana.
III.
Es muy sencillo pretender que los maestros sean los culpables de la mala educación y el consecuente desastre como nación. Y, claro, hay malos y buenos maestros, como mejores y peores profesionistas. ¡Los hay muy buenos! Pero el mal nos abruma de tal manera que las masas somos incapaces de reaccionar para combatirlo. La mala educación ha creado una sociedad acrítica, timorata, desinformada. ¿La maravillosa juventud, los universitarios? Ven pasar la vida sin creer en nada ni en nadie, sin libros ni poesía.
IV.
Pareciera que de pronto el vaso se ha colmado, que hay un despertar, una sacudida. Y en esto sí tiene mucho qué ver el movimiento magisterial. Millones de mexicanos anhelamos un cambio, reaccionamos con hartazgo, ya no solo en contra de la dizque Reforma Educativa, sino contra todo lo que tenga tufo de gobierno.
Ante la avalancha de injusticias, que amenazan con empobrecer más a los muchos pobres y enriquecer más al puñito de tan ricos, ¡en un país tan bendecido, como pocos en el mundo!, ante esto, niños y muchachos y campesinos y albañiles y comerciantes y amas de casa, ingenieros y doctores y licenciados y todos, blanquitos y morenos, parecemos levantar el rostro con indignación. ¡Y qué bueno!
V.
¿Cómo enderezar el barco? En un panorama utópico, donde sociedad y gobierno emprendieran el trabajo de re-educar al pueblo, no bastaría sólo con tener escuelas de calidad, con maestros bien preparados y una infraestructura, digamos, aceptable. Se debe emprender una Revolución Educativa que incluya el estímulo del espíritu a través de las Artes y el amor por la Ciencia y la Investigación, usando todos los medios públicos posibles.
Los mexicanos, desde la niñez, necesitamos alimentarnos, ya no de chatarra, como la que nos han zampado Televisa y su torcida hermana Televisión Azteca. Debemos consumir Teatro, Danza, Cine de calidad, Televisión rica en contenidos; Artes Plásticas, buena Música y el conocimiento profundo de nuestras culturas ancestrales. ¡México es maravilloso!
¿Cuál es uno de los mejores caminos para llevar todo esto al pueblo, a los niños, a las niñas? ¡Son los maestros! Un gobierno inteligente (sabemos que Peña Nieto nunca ha leído) trabajaría en un gran proyecto para estimular en Artes, Ciencias, Humanidades y Culturas a los profesores de México. ¿Suena impensable, imposible? ¡Yo lo he experimentado! He leído cuentos infantiles a maestros y maestras, les he compartido música, les he proyectado cine de arte. ¿Cómo reaccionan? ¡Como niños! ¡Les encanta, vuelven a la risa y a los sueños de infancia!
VI.
Nuestros niños danzan en las aguas de su madre cuando están en la pancita. Nacen con energía y aprenden nuevos giros y nos sorprenden con su inteligencia y su agudo ingenio mientras van creciendo. Pero un día descubren un futuro incierto y, como zancudos, se sienten atrapados en un florero con bolsa de nylon. Este país los tiene condenados a marchitar sus anhelos, sus deseos de ser buenos, de lograr grandes hazañas de acuerdo a su tremendo potencial. Este país, este gobierno, esto que somos y lo que hemos permitido, nos tiene bloqueados.
Condenar a los maestros es insensato. Rescatarlos para sí mismos es también rescatarlos para el bienestar de México y el mundo. A los maestros hay que quererlos.
Con un ramito de flores, raymundozenteno
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