El perdón presidencial y la justicia transformadora: Por una Comisión de la Verdad Mexicana

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Antier se presentó y promulgaron las leyes que darán vida al Sistema Nacional Anticorrupción, que aunque con sus claroscuros; no se puede negar que nace de dos cosas: la indignación ciudadanía y la movilización también ciudadana para acotar el poder de nuestra clase política.

A reserva de comentar a fondo el sistema en otra entrega; vale la pena analizar lo que no se ha visto con frecuencia en nuestro país; a un Presidente de la República pidiendo perdón a los ciudadanos. Un perdón por los excesos de corrupción e impunidad que han sido la característica de su administración y en donde además, a toda costa se intentan ocultar los numerosos conflictos de intereses que esa corrupción e impunidad han generado.

No hay otros antecedentes de un presidente mexicano pidiendo perdón; salvo las dos veces de José López Portillo. La primera vez en su toma de posesión como presidente cuando dijo:

“A los desposeídos y marginados si algo pudiera pedirles, sería perdón por no haber acertado todavía a sacarlos de su postración, pero les expreso que todo el país tiene conciencia y vergüenza del rezago y que precisamente por eso nos aliamos para conquistar por el derecho de la justicia.”

La segunda ocasión en su último informe de gobierno; que en su parte de resumen de la situación económica del país y casi al finalizar si intervención afirmó:

“A los desposeídos y marginados, a los que hace seis años les pedí un perdón, que he venido arrastrando como responsabilidad personal -excúsenme por favor, como si fuera exclusiva por haberlo formulado-, les digo que hice todo lo que puede para organizar a la sociedad y corregir el rezago; que avanzamos; que si por algo tengo tristeza es por no haber acertado a hacerlo mejor.”

 

Antier lunes, el Presidente Peña Nieto fue apenas el segundo presidente mexicano que pide perdón a la ciudadanía.

En este caso -tan grave como el primero, porque se trata de los efectos de decisiones unipersonales del titular de un sistema presidencialista- no fue por la toma de decisiones económicas como un apostador en Las Vegas como lo hizo López Portillo; sino por el escándalo desatado por la compra-venta de una casa en una de las zonas más exclusivas del país, por parte de la primera dama.

Exactamente Peña Nieto dijo:

“Todos tenemos que ser autocríticos, tenemos que vernos en el espejo. Empezando por el propio Presidente de la República.

En noviembre de 2014, la información difundida sobre la casa blanca causó gran indignación. Este asunto me reafirmó que los servidores públicos, además de ser responsables de actuar conforme a derecho y con total integridad, también somos responsables de la percepción que generamos con lo que hacemos.

Y en esto reconozco que cometí un error. No obstante que me conduje conforme a la ley, este error afectó a mi familia, lastimó a la investidura presidencial y dañó la confianza en el gobierno.

En carne propia sentí la irritación de los mexicanos. La entiendo perfectamente. Por eso, con toda humildad les pido perdón, les reitero mi sincera y profunda disculpa por el agravio y la indignación que les causé”.

Como un brujo o exorcista, el Presidente Peña Nieto quiere dejar atrás con un solo conjuro, el cúmulo de agravios que la ciudadanía mexicana tiene contra su clase política de todos los niveles y que se resumen en dos cánceres: la corrupción y la impunidad. Y de paso recomponer su imagen personal teniendo ya muy cerca la finalización de su sexenio y su paso a la historia por los actos, hechos y omisiones de su periodo presidencial.

Y digo brujo o exorcista porque si revisamos correctamente las palabras utilizadas; Peña Nieto habla de “percepción” y que se condujo conforme a la ley; pero nunca habla de que realizó un hecho concreto y comprobado.

Es decir, no reconoce completamente el hecho corruptivo y espera que con un manotazo de autoridad -la poca que todavía le queda- su partido pueda conservar el poder en las elecciones del 2018.

Lo único que parece un hecho concreto es que precisamente rumbo al 2018, Peña Nieto se la juega el todo por el todo y contra todos.

Además la disculpa llega 18 meses tarde.

 

¿Más vale tarde que nunca?

¿De veras es un perdón sincero del Presidente Peña Nieto?

Para que sea sincero y efectivo el perdón debe esclarecer Ayotzinapa, Tlataya y comenzar a limpiar la casa. Es decir, por lo menos llamar a cuentas a los gobernadores de Veracruz, Chihuahua y Quintana Roo.

El perdón es un asunto ético, moral y hasta religioso.

Básicamente es como un asunto voluntario donde las emociones cambian. No hay deseo de venganza. Perdonar es diferente que condonar y olvidar.

Aquí la víctima de la clase política y sus excesos es la ciudadanía.

Por eso, el perdón presidencial debe de transcender lo ético, lo moral y lo religioso. Debe de tener una expresión jurídica. Se trata de rendir cuentas y rendirlas ante la sociedad entera.

México está en conflicto, su sociedad está en conflicto y en medio de este conflicto está la clase política, que siempre se inclina por la protección de los intereses de los poderosos y de ellos mismos.

 

El país necesita restaurarse.

Las vías son tres:

1.- La violenta

2.- La del compromiso de nuestra clase política con la transparencia y la rendición de cuentas.

3.- La insurrección ciudadana canalizada en elecciones.

De manera obvia, supongo -y creo que supongo bien- que la inmensa mayoría de los mexicanos rechazamos la primera vía.

Las otras dos vías son las idóneas, porque pasan por el fortalecimiento y la protección de nuestras instituciones.

La del compromiso de nuestra clase política con la transparencia y la rendición de cuentas, forzosamente tiene que pasar por acotar el poder presidencial, de los secretarios de estado, de los gobernadores y de los presidentes municipales.

Ahora bien, polémica y todo lo que se quiera; pero la Ley 3de3 es ya una realidad y no puede escatimársele que fue fruto de un esfuerzo ciudadano.

 

¿Qué debe seguir?

Si ya el Presidente pidió perdón; si ya existe una Ley 3de3; porque no seguimos avanzando en la instauración de una “Comisión de la Verdad”?.

Una comisión -ciudadana por supuesto- que investigue la corrupción de los funcionarios de este sexenio y de los anteriores. Pero también los múltiples agravios que terminaron en violencia contra sectores sociales.

Repito los casos de Ayotzinapa y Tlatapa; la violencia del narco, pero también los casos de Nochixtlán, Oaxaca e incluso otros más atrás.

Si no se avanza, probablemente el perdón presidencial solo funcionará a los intereses peñanietistas de purgar a su partido y reposicionarse con miras a las elecciones del 2018.

Si le alcanza o no el tiempo y que lo logre eso es otra cosa. Que lo intentará; parece que hasta hoy es la única certeza.

Por eso en México, lo que sigue es -o debe ser- una especie de justicia transformadora. Esa justicia que va más allá de la restaurativa.

La Justicia transformadora daría cabida a una “Comisión de la Verdad” mexicana que se ocupe también de las causas fundamentales y el por qué y quienes permitieron la corrupción y la impunidad que hoy vive México.

Todo ello para que de una vez por todas se arranque el cáncer de la corrupción y la impunidad que no le permiten crecer a México y a sus ciudadanos.

La vía sigue siendo construir cada vez más y cada día, más ciudadanía y participar cívica y/o electoralmente. Si no es de ese modo, el riesgo de violencia es latente y si esta no estalla, presidentes se irán,

presidentes vendrán y seguirán pidiendo perdón, pero sin asumir las consecuencias de sus actos corruptos o fallidos.

Twitter: @GerardoCoutino

Correo: geracouti@hotmail.com

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