Definición de memorable
No sé ustedes, pero a mí me causa una impresión grata el adjetivo memorable, si no fuera un absurdo diría que la palabra memorable es memorable. Los lingüistas expertos deben reconocer el origen de esta palabra, a mí me suena que proviene de un gajo del árbol llamado memoria y la memoria, lo sabe medio mundo, es una de las capacidades más afectuosas del ser humano. ¿Qué seríamos sin memoria? Ya Gabo, en sus “Cien años de soledad”, nos dio una pequeña prueba de la miseria en que viviríamos si no tuviésemos memoria. Ya los miles y miles de casos de Alzheimer que se dan en el mundo nos recuerdan (¡qué irónico!) que la memoria es la columna donde se sustenta el andamiaje de la historia.
Me gusta emplear la palabra memorable. Cuando la uso es como si prendiera un cerillo o le diera lustre al culito de una luciérnaga. ¡Ah, qué palabra tan memorable la palabra memorable! Todo le da esplendor, es como si fuera la presencia de un amigo muy querido que retorna de una ausencia de muchos años.
He hecho el ejercicio de agregar la palabra memorable a palabras ingratas y éstas pierden su brillo opaco cuando las acompaña aquélla. A mí, no sé ustedes, me provoca escozor la palabra pozo, lo imagino oscuro, aterrador, húmedo, incierto, pero cuando le antepongo el adjetivo memorable lo imagino diferente.
Una vez el tío Eugenio criticó el comportamiento de un compadre suyo que era un tipo genial en cuanto al conocimiento de la física, pero era un hombre que dejaba mucho qué desear en cuanto a sus actos cotidianos y entonces lo definió como “Un hombre caca”, pero luego, al recordar la brillantez de su conocimiento, recompuso su definición: “Sí, es un hombre caca memorable”. Entonces comprendí la riqueza de ese adjetivo, porque, incluso al lado de lo nefasto, brillaba con luz propia y daba brillo a la oscuridad.
Sé que la palabra es tramposa, como todo adjetivo califica y, en muchas ocasiones, esta calificación es como la del maestro “barco” que no corresponde a un desempeño real. No obstante, desde que reconocí su altura, su majestuosidad, he procurado realizar acciones que pueden llevar el calificativo de memorable; es decir, que no sean actos para el bote de basura donde colocan los inorgánicos, sino que sean actos orgánicos que, si bien basura, puedan convertirse en abono para alimento de árboles enormísimos, soberbios, rotundos, ¡memorables!
Como reconozco el poder de la palabra no la adoso a cualquier sustantivo. Mi relación de novelas memorables no es extensa, para no desvirtuar su luz, para no gastar pólvora en zanates; así pues, mi relación de escritores memorables es escasa, decantadora. Lo mismo procuro aplicar con la música, con el deporte, con los ejecutantes de oficios diversos y, sobre todo, con mis amistades. Los amigos que son considerados memorables son los únicos que pueden llamarse tales, los otros son prescindibles.
¿Cuántos actores y actrices memorables pueblan mi memoria? ¿Cuántos políticos mexicanos memorables? Sé que algún lector, en esta línea, esboza una sonrisa porque tal vez pueda botarse de la risa y asegurar que no hay político mexicano memorable, porque todos han sido desleales al supremo interés de la patria, pero, yo recuerdo al tío Eugenio y digo: “Es una caca memorable” y veo el poder de ese adjetivo que, incluso en los momentos más grieta de vacío, logra, cuando menos hacer que los oyentes esbocen una sonrisa, aunque ésta no sea memorable ni siquiera a la hora en que se abre como mariposa sobre el rostro de un mexicano miserable.
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