Definición de conquista
Es una palabra que nos afecta a los mexicanos; desde nuestros primeros contactos con la historia. ¿Por qué no tuve novia cuando fui adolescente? Tal vez por el complejo de la conquista. Una vez, Ramiro me dijo que conquistara a la niña que me gustaba. ¿Cómo sentirme Hernán Cortés? ¿Tendría que inmolarla? ¿Colocarla en la piedra de sacrificios y, con un cuchillo de obsidiana, arrancarle el corazón?
Los mexicanos de épocas posteriores a la conquista nacimos llenos de complejos. ¿Cómo cargar esa piedra (tan pesada como el monolito del Dios Tláloc) que nos adosó el conquistador español? En realidad, los historiadores nos dicen que para los tlaxcaltecas era peor vivir sometidos por el imperio azteca, por eso cuando vieron la oportunidad de liberarse del yugo no lo pensaron dos veces y se aliaron al ejército español. El problema del sometimiento español es que nos impusieron otra cultura, esto es el origen de todos nuestros complejos. Los aztecas no tenían problema con la cultura de los tlaxcaltecas, aquéllos sólo andaban detrás de los tributos; un poco como decir que eran los banqueros del BBVA bancomer nativo. Porque los banqueros actuales no son agentes de transculturación, no tienen interés en modificar la religión de los cautivos, ¡no!, les basta con que seamos sus tributarios, sus esclavos perennes. Los conquistadores fueron perversos; eliminaron religiones, impusieron nuevos modos de ver el mundo y, sobre todo, injertaron una nueva lengua, colocada en las antípodas del náhuatl. Los que saben dicen que una mínima venganza es que ahora en España emplean la palabra tiza que es un nahuatlismo. ¡Con qué poco nos conformamos! Y digo con qué poco, porque nosotros (ah, pobres conquistados) empleamos la palabra gis que ellos nos obsequiaron.
En realidad, si no tuve novia en mi adolescencia fue porque soy tímido por naturaleza y tengo problemas serios para sostener una conversación e iniciar una relación. Pero, para justificar mi cobardía sostengo que, en ese tiempo, dije que no podía conquistarla, porque tenía que hacerlo a través de la palabra y, en las clases de historia, había aprendido que la verdadera conquista no se daba a través de la palabra, sino a través de la espada. Y yo no tenía ni una resortera. Además, cuando ella estuviese conquistada yo debía imponerle mi religión y lengua. ¿Saben cómo se llamaba ella? ¡Quetzalli! ¿Cómo podía relacionar mi nombre español con su nombre náhuatl? Tendría que cambiarle de nombre, pero cómo si ella se sentía orgullosa de sus raíces indígenas y, por todos los pasillos de la escuela, pregonaba que su nombre significaba “preciosa”. ¿Tendría yo que cambiar y llamarme Popocatépetl y sugerirle a ella que se llamara Iztaccíhuatl? No, porque los más recalcitrantes castizos me dirían Popito, de cariño.
Por esos complejos derivados de la conquista cuando llegué a la edad en que ya comenzaba a quedarme cotorrón me puse el disfraz de Cuauhtémoc (Águila que cae) y dejé que mi Paty, de apellido Alcázar (bien español, bien guerrero, bien Cid Campeador), me conquistara y me convirtiera en su tributario permanente.
No tuve novia porque no soy conquistador. ¡Dios me libre! Mis complejos, primos hermanos del malinchismo, me llevaron a ser un conquistado. Un día acepté la religión católica y tomé como mía la lengua española. Olvidé a Quetzalli y, como todo México, boté la palabra tiza y adopté la palabra gis y con un pedazo de éste escribí sobre el pizarrón “Corazón”, en lugar de “Yólotl”.
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