Cada momento tiene su precio
Casa de citas/ 275
Cada momento tiene su precio
Héctor Cortés Mandujano
Como varios inicios, el de Jacques, el fatalista (publicado originalmente hacia 1796-1798; mi ejemplar es de RBA Editores, 1994), de Diderot, es de antología (p. 3): “¿Cómo se habían encontrado? Por casualidad, como todo el mundo. ¿Cómo se llamaban? ¡Qué os importa eso! ¿De dónde venían? Del lugar más cercano. ¿A dónde iban? ¡Acaso sabe nadie a dónde va!”
Este narrador, malhumorado a veces, que nos hace recordar constantemente que la suya es una invención, interviene en muchos momentos de esta ¿novela? deliciosa (p. 20): “ ‘¿A quiénes encontraron allí?’ Gentes muy diversas. ‘¿Qué decían?’ Algunas verdades y muchas mentiras. ‘¿Había allí o no había personas de muchas luces?’ ¿Dónde no las hay? Y también malditos preguntones de los que huían como de la peste”.
Jacques y su amo caminan y conversan, tienen algunas aventuras y viven, según Jacques, como está escrito desde arriba, desde el cielo. Se duermen y dice el narrador (p. 80): “Y ahora, ¿qué dirías, lector, si yo fuese también a apoyar la cabeza en un almohadón, mientras esperamos a que Jacques y su amo despierten?”
No faltan las alusiones sexuales en varios episodios de los dos personajes; cuenta Jacques (p. 96): “Un día, la Vaina y el Cuchillo se pelearon y el Cuchillo dijo a la Vaina: ‘Vaina, amiga mía, eres una bribona, pues a diario recibes otros Cuchillos…’ La Vaina respondió al Cuchillo: ‘Mi amigo Cuchillo, tú eres un bribón, pues todos los días cambias de Vaina…’ ”
(Mi ejemplar, que es una edición crítica, explica al pie de la página 33 una palabra que se usa mucho cotidianamente: “La pacotilla era cierta cantidad de mercancía que los pasajeros y la tripulación de un barco podía transportar sin pagar”.)
En cierto momento, el narrador pone a conversar a tres personajes, interrumpe la charla y dice (p. 110): “Lector, se me había olvidado describiros la situación en que se hallan mis tres personajes: Jacques, su amo y la mesonera. Faltando a esa atención, habéis estado oyéndolos hablar, pero no los habéis visto. Más vale tarde que nunca”.
Hace que ella hable, pero la reprende (p. 132): “Señora mesonera, muy lindo don tenéis para narrar, pero no estáis todavía muy ducha en el arte dramático. […] Habéis pecado al infringir las leyes de Aristóteles, de Horacio, de Vida y de Le Bossu”.
Cuenta, en ocasiones, dos versiones del mismo asunto, y así (p. 136) “de ambas versiones, mañana, pasado mañana, escogeréis con sosiego la que mejor os plazca”.
El narrador dice que ha contado varias historias de amor en el trascurso del libro, porque (p. 150) “todas las novelas, en verso o en prosa, son historias de amor. […] Casi todas las pinturas y esculturas no son otra cosa que historias de amor. Os estáis nutriendo de amor desde que nacisteis y aún no os habéis saciado”.
Censura al propio Diderot (p. 183): “¿Cómo es que un hombre sensato, de buenas costumbres, que se las da de filósofo, puede divertirse relatando cuentos tan obscenos?”, e incluso se enfada con quienes pueden sentirse ofendidos con la lubricidad de ciertos pasajes (p. 184): “Por mí, podéis foll… como pollinos sin albarda, pero dejadme que diga foll(ar). Yo os tolero el acto, toleradme vos la palabra. […] ¿Qué os ha hecho la función genital, tan necesaria, tan natural y tan justa, para excluir su signo de vuestra conversación?”
Libro de libros este de Diderot, de donde también tomé el título de esta columna.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
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