En el pico de la garza más blanca y los forjadores de un libro colectivo
En el pico de la garza más blanca y los forjadores de un libro colectivo
Antonio Durán
Escribo estas líneas obligado por los comentarios irresponsables que salieron al aire, hace algunos días, en el programa “Carrusell de Pájaros” de Radio UNICACH en referencia al libro En el pico de la garza más blanca, edición crítica de la obra de Joaquín Vásquez Aguilar; soslayarlo sería hacerme cómplice de un libertinaje periodístico que degrada el plausible desempeño académico y cultural que actualmente ostenta la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Me justifica el hecho de haber sido protagonista de su edición.
Comienzo aclarando que En el pico de la garza más blanca –título tomado de un verso de “Recado de familia”– es, en primer lugar y ante todo, una obra colectiva; sus autores fueron muchos; en primer lugar, el poeta de Cabeza de Toro, después participaron sus familiares y los amigos del poeta, entre otros, Raúl Mendoza Vera, Rodrigo Núñez, Eraclio Zepeda, Elva Macías, Javier Molina, Violeta y Cielo Pinto, Noé Gutiérrez, Francisco Álvarez, Efraín Aguilar, Carlos Román, Ámbar Past, Marisa Trejo, un numeroso grupo que apreció a Joaquín, admiró sus páginas y aportó datos valiosos para la integración del documento; sobresale también la participación de María Antonieta Rojas, Jefa del Archivo del Fondo de Cultura Económica, quien ayudó a ubicar los mecanuscritos de Vértebras, originales que se utilizaron para esa parte de la edición.
El proyecto no surgió de una satisfacción narcisista, sino del haber entendido que las entidades públicas chiapanecas habían descuidado la obra de uno de los mejores poetas chiapanecos del siglo XX; el Cuerpo Académico Estudios Literarios asumió un compromiso académico cuyo propósito central consistió en realzar el valor literario de Vásquez Aguilar en la conciencia colectiva. La Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas publicó, de manera casi simultánea, el volumen Joaquín Vásquez Aguilar, poesía reunida, una edición crítica de Arturo Guichard.
La empresa, planteada inicialmente por José Martínez Torres, fue uno de los tantos proyectos que el grupo Académico mencionado ha realizado desde su conformación, como por ejemplo, la edición de las obras reunidas de Andrés Fábregas Roca y de Daniel Robles Sasso, aparecidas recientemente.
Cuando volví de España, en 2007, el doctor Martínez Torres me invitó a colaborar en la preparación de otro proyecto más: las Guías de Lectura pertenecientes al Proyecto 50. Elaboración de estudios monográficos para estudiantes universitarios, correspondiente a las Unidades de Vinculación Docente (UVD) en las que intervenían alumnos de literatura, y cuyo resultado fue publicar entre 2008 y 2010 cerca de 800 páginas de ensayos que hoy se utilizan como material didáctico en la Universidad de Guadalajara y en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Me correspondió redactar un documento, con ayuda de la alumna Irasema López Ruiz, sobre la poesía de Joaquín Vásquez Aguilar. Después de revisar lo que se había escrito sobre su obra, leí los poemas que se conocían y forjé un análisis literario; pretendí que la guía fuera el inicio de una discusión académica, que ya germinaba en un ensayo de Martínez Torres y en un trabajo inédito de Israel González Ruiz; la entrevista de Elva Macías con Vásquez Aguilar también arrojaba luz para la comprensión de su poesía. El libro La máscara, la transparencia, ensayo sobre poesía hispanoamericana, de Guillermo Sucre, un agudo estudio sobre Trilce, de César Vallejo, y las más importantes expresiones literarias de las vanguardias hispanoamericanas, reorientó el trabajo.
Esa Guía de Lectura, que apareció en 2008, fue la base, con los ajustes necesarios, para la Introducción de En el pico de la garza más blanca, publicada en 2010; gran parte de sus páginas se encuentra también en la tesis de Yadira Rojas que se concluyó en los últimos meses de 2009; basta cotejar ambos documentos para comprobarlo.
Martínez Torres orientó la estructura de la edición bajo la impronta de las ediciones que hacen los investigadores de la UNAM e incluyó, como hemos integrado a tantos alumnos en diversos proyectos, a la alumna de la Maestría en Letras Mexicanas del Siglo XX, Yadira Rojas, quien entonces ignoraba en qué consistía una edición académica; sin embargo, era una joven entusiasta; Martínez Torres le indicaba qué hacer, a quién entrevistar, qué preguntar, a dónde ir; revisó cada fase del trabajo, cada cuartilla. Ella y yo fuimos a la casa de la familia Vásquez Aguilar; la presenté con sus integrantes y la acogieron con cariño; ellos, sin duda, recuerdan esos momentos.
Me tocó revisar con Martínez Torres los materiales y borradores hasta poco antes de que se enviaran al CONECULTA-Chiapas, institución encargada de preparar los originales para la imprenta, ya que era uno de los organismos que editaban la obra; colaboraron con nosotros Liliana Velázquez, Carlos Román, Mario Alberto Bautista,
Fabiola Gutiérrez, Mónica Trujillo y Mario Alberto Palacios. Los tres, Yadira, Martínez Torres y yo tuvimos varias reuniones con ellos para aclarar dudas y redactar los textos de la solapa y la contraportada. Afortunadamente, a excepción de Joaquín, los protagonistas de la construcción del documento están vivos y pueden desmentir o corregir lo que digo.
Todo esto debió ser una escuela filológica no formal para Yadira, como lo ha sido, por poner un ejemplo insigne, el Diccionario de Escritores Mexicanos para muchos académicos de distintas generaciones, quienes hoy destacan pero antes participaron como becarios en ese proyecto de la maestra Aurora Ocampo. Todos –– entre ellos la doctora Azucena Rodríguez–– tuvieron la humildad del alumno que aprende en las labores, no siempre gratas, de la “Pantufla filológica”, como llamó Alfonso Reyes a esta paciente labor.
El proyecto contó con apoyos del PECDA y fue financiado por el Fondo de Consolidación del Modelo Educativo, Reincorporación de Exbecarios y el Sistema Institucional de Investigación de la Universidad Autónoma de Chiapas en la Convocatoria 2008, bajo la dirección de José Martínez Torres; de estos fondos, Yadira salió económicamente favorecida porque su colaboración era importante, igual que hemos procedido con otros alumnos talentosos como Silvia Álvarez, Manuel Briones, Gabriel Velázquez, Laura Jiménez Abud, Eliécer Cuesta, Mario Alberto Bautista; actualmente algunos cursan estudios de doctorado en universidades de prestigio, por ejemplo, Iván Garzón en la UNAM, Alejandro Mijangos, en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Laura Abud en el ITESM campus Monterrey; los tres son becarios del CONACYT.
Adriana Mayor y yo hablamos con el doctor Roberto Villers Aispuro, entonces responsable de la Dirección de Planeación de la UNACH, para que apoyara económicamente la publicación del libro, lo cual hizo con entusiasmo y realizó las gestiones para que CONECULTA colaborara con la mitad del dinero requerido.
Cuando salió En el pico de la garza más blanca en 2010, Yadira prometía superar el trabajo de sus profesores, caminaba con el viento a su favor; le procuramos los beneficios que pudimos: becas, orientación y recomendaciones académicas para que lograra dar clases en la Facultad de Humanidades. Tengo la impresión de que algunos profesores, mucho mayores que ella, se aprovecharon de su inexperiencia para detenerla, le dijeron que era la verdadera autora del libro y que la habíamos despojado con el argumento falaz de que se graduó con la tesis “Edición crítica de la obra de
Joaquín Vásquez Aguilar”, sin ver, además de lo que he dicho, que su participación en los Testimonios fue esencialmente la de grabar cintas y transcribir; pero en todo momento contó con la minuciosa revisión –más bien re-escritura de los borradores– y la asesoría no sólo de Martínez Torres sino también de Azucena Rodríguez, la profesora ya mencionada de la UNAM; quizá escuchó las voces de una grosera ignorancia del significado profundo del trabajo académico.
Por el aprecio que le he tenido y tratando de salvar la situación, la invité a un café dos veces, recuerdo que dije más o menos estas palabras: “frecuentemente nos dicen que en ciertas reuniones ciertos profesores comentan en voz alta que tú eres la única autora de En el pico de la Garza más blanca y que no los desmientes; me gustaría que continuáramos sobre la base de la confianza pero va a ser importante y aun necesario que aclares eso”. Me respondió que mentían quienes hacían esos comentarios, pero que tampoco iba a aclarar nada. “Bueno, le dije, si no aclaras las cosas, creo que el grupo tal como lo conformamos actualmente no se mantendrá pero nosotros vamos a continuar, pues el equipo ha demostrado, no con discursos ni consejas, sino con más de veinte productos publicados, su calidad, compromiso y ética académicos”.
Sin embargo, se infiere que ha repetido algo semejante a las palabras que tal vez endulzaron sus oídos, seis años después, ahora ante un medio de comunicación, lo que me ha llevado a escribir estas páginas. Me dicen que los participantes en el programa de radio se creían fuera del aire, y los aparentemente ingenuos conductores del “Carrusell de Pájaros”, en vez de ofrecer el derecho de réplica a los que de modo irresponsable se acusaba de plagio, manifestaron conclusiones desorientadoras, como ésa de decir que los alumnos tuvieran cuidado al elegir a sus directores de tesis.
Así sucedieron las cosas con respecto a la edición de En el pico de la garza más blanca, que tuvo la participación de unos cuarenta colaboradores directos, todos de buena fe, desde Yadira que comparó la ortografía de las ediciones de Joaquín para ver las erratas y las omisiones, hasta los que proporcionaron fotografías, datos, opiniones y orientaciones; las personas que ofrecieron su testimonio sobre el poeta de Cabeza de Toro; los que revisamos las transcripciones, hicimos notas a pie de página o corregimos las galeras; los técnicos que imprimieron los textos y encuadernaron los ejemplares. En suma: fue un trabajo colectivo coordinado en su totalidad por el doctor José Martínez Torres, autor del proyecto original; negarlo es pecar de inequidad, soberbia e ingratitud.
Hola,
Creo que para ser una réplica no es necesario insultar de manera ignorante, ni mencionar a los alumnos q ellos han beneficiado, eso es prepotencia y como se menciona Sobervia. Aquí lo q se necesita es ir a la radio y aclararlo sin tanta letanía
Bien se sabe que este estado chiapaneco, en cuestión de cultura, opera como la «familia chiapaneca», hegemonía chiapaneca que tomaba las iniciativas políticas reales. El centro del estado no ha dejado de serlo, aunque ya no sea esa capital del control y el dispendio económico, pero sus prácticas elitistas y de concentración de premios y becas los lleva a estas prácticas narcisistas, intolerantes y de competencia: ahí está el caso Nandayapa, por ejemplo; la podredumbre cultural saliendo a flote también.