El sistema político, enemigo de la justicia mexicana
En México, en materia política; antes solo había un tipo de político corrupto; ese era el político priista. La razón era muy simple: el PRI era el partido político que detentaba el poder absoluto. El PRI era el mismo sistema político. Servía de aparato electoral, movilizaba la militancia, era la agencia de colocaciones, el trampolín político por excelencia y la fuente de recursos humanos del presidente de la república.
El corporativismo en su máxima y pura expresión.
Probablemente la historia del PRI no sea extraordinaria en un país acostumbrado al caudillismo político; desde los Tlatoanis, Iturbide,
Santa Anna, Díaz y Obregón. El asunto es que con el PRI; el caudillismo mexicano se hizo un asunto normado legalmente.
Pero mientras avanzó nuestra democracia incompleta, inconclusa o representativa; con la lógica más natural, hubiéramos todos pensado que ese caudillismo institucionalizado era ya parte de un sistema político que se volvía anacrónico y debía ser sustituido por otro.
Pero eso no sucedió.
Lo que hemos visto desde el inicio de la alternancia política es la reproducción de todos los vicios priistas por todos los demás partidos políticos y todos los actores políticos.
Ahora mismo ya no existe aquella aplanadora legislativa. Tampoco aquel partido que hizo mundialmente famoso el fenómeno electoral denominado “carro completo”, ya no se ve la famosa “cargada” y el último “tapado” fue Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Los términos y los fenómenos políticos mexicanos ya son nuevos: Concertacesiones, alianzas políticas, partido satélite, coalición, ciudadanización, entre otros términos.
Pero lo que no ha cambiado -y al contrario ha aumentado, porque ha permeado desde el PRI hacia todos los demás partidos políticos- es el fenómeno de la corrupción.
Por eso los mexicanos estamos indignados.
Porque la clase política es corrupta, las leyes no castigan a los políticos, fomentan la impunidad y ya no son solo los priistas. Ahora son de todas las instituciones políticas que han reproducido el vicio priista de la corrupción.
Ahora todos nuestros políticos son lo que Emilio Carballido retrata en esta jocosa escena de su obra “Rosa de Dos Aromas”.
Como la alternancia política mexicana ha permitido que políticos de otros partidos políticos ganen elecciones municipales, estatales, incluso dos veces la presidencia de la república, además accedan a las cámaras locales, de diputados federales y senadores; puede decirse que ahora todos han probado las mieles del triunfo político por la vía electoral directa, por alianzas políticas o para garantizar la gobernabilidad.
Por eso, todos son hoy culpables del desastre de la corrupción y la impunidad de la clase política mexicana.
Lo mismo sucede en la administración federal que en las estatales y las municipales, sean del partido que sean.
Observe además que ni a los políticos de cepa, ni a los de viejo cuño, ni a los más jóvenes; les interesa o están preocupados por el desarrollo económico y social de sus estados o municipios.
Con sus actos, omisiones y acciones solo demuestran que lo único que les preocupa es la imagen personal y la posibilidad de irse a la congeladora política un buen rato.
La consecuencia real, estructural; es que México es un país al que le falta todo, le sobra pobreza y sobre todo; no se consolida el Estado de Derecho.
Es obvio que a nuestra clase política le incomoda que se le descubra algún caso de corrupción. Pero también es evidente que la impunidad impide el castigo esperado.
Motivo de vergüenza nacional, es que otros países del mundo -incluso algunos con menor grado de desarrollo que el nuestro- si puedan castigar actos de corrupción ya sea política o electoral. Incluso presidentes nacionales han renunciado a su cargo cuando la evidencia de corrupción es inocultable.
El grado de tolerancia del mexicano es altísimo. Y no porque seamos un país lleno de “agachados”. Lo que pasa es que el sistema político funciona bien. Tanto que -a cambio de su sobrevivencia- ha sido la herencia priista a los demás partidos políticos.
El soborno, el diezmo, la mordida, el peculado, el nepotismo, la extorsión; todo, absolutamente todo tiene manera de ocultarse en México. La ley es negociable; esa es la tragedia mexicana ante la corrupción.
Y si la ley es negociable; entonces el poder político es abusivo. Porque castiga a quien quiere y premia a quien quiere también.
Los favores, el encubrimiento se impusieron en México por sobre las leyes.
En ese sentido, la corrupción y la impunidad son producto de la cultura política heredada por el PRI. No son producto cultural mexicano. Hay mucha diferencia en ello. No lo es porque nadie nace siendo corrupto. Una persona se vuelve corrupta cuando acepta las reglas del juego del actual sistema político mexicano.
Así como Madero dejó vivo al porfirismo con los tratados de Ciudad Juárez, porque el cese al fuego solo implicaba la futura realización de elecciones y ninguna reforma social o política. El costo fue demasiada sangre mexicana derramada luego de esta etapa inicial de nuestra revolución.
Así también la alternancia política mexicana se quedó en la simple “cancha pareja” para la lucha electoral. Y el costo es que se elevaron los índices de impunidad y corrupción de la clase política nacional.
No bastó sacar al PRI de Los Pinos. Se necesitaba acabar con el sistema político mexicano que descansa en los pilares de la corrupción y la impunidad.
La clase política no pudo. Ni podrá, ni querrá. Porque quieren disfrutar el poder que los priistas retuvieron durante décadas.
Entonces el sistema político mexicano que descansa sobre los pilares de la corrupción y la impunidad, solo puede desaparecer si aumenta la presión social.
Porque la presión social es la que propicia los cambios. Nunca el poder. Este no tiene voluntad política de cambio, solo quiere conservar privilegios.
La ciudadanía es la que está indignada, pero no tiene el poder político, ni mucho menos maneja las instituciones públicas. Estas están en manos de quienes no quieren cambiarlas o transformarlas.
En ese sentido, o el sistema político actual desaparece con cambios paulatinos, o crece la indignación ciudadana y la violencia en México se generalice, no sea solo provocada por la delincuencia organizada, sino por furibundos ciudadanos que tomarán las calles de muchas ciudades mexicanas, porque ya está harta del sistema político nacional.
México busca justicia en todos los ámbitos de la vida nacional y la clase política no está dispuesta a dársela. La justicia, ese es el fin de nuestra clase política.
Twitter: @GerardoCoutino
Correo: geracouti@hotmail.com
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