Definición de fracaso
A D. H. Lawrence le preguntaron a qué le temía más: ¿al infierno o al fracaso? Su respuesta fue la previsible: “Al infierno, porque el fracaso en mí no existe”. ¡Ah!, quien fuera D. H. Lawrence.
Si la pregunta se la hicieran a los demás mortales, el noventa y nueve por ciento respondería que el infierno no existe y que el fracaso es lo más temido. No faltaría el snob que dijera que el fracaso es como el infierno en la tierra. Porque, de veras, ¡la gente le teme mucho al fracaso! Y esto es así porque, desde pequeños, los seres humanos aprenden que hay que huirle como si fuera una enfermedad progresiva y mortal.
El otro día escuché que fulano de tal había regresado a su lugar de origen, después de muchos años de radicar en la Ciudad de México. ¿Cuál era la causa de su regreso? ¡Había fracasado en aquella ciudad! Regresaba como perro con la cola entre las patas. Ante este comentario tan tonto, pensé que el mundo debería modificar su opinión respecto al fracaso, porque lo ocurrido al fulano de tal había servido como detonante para que un hombre, junto con su familia, dejara los cielos llenos de smog, el calvario de los dobles pisos y el castigo del doble no circula. ¿Qué pasó con los exitosos? Pues como son gente triunfante sigue viviendo en ese clima de agobio y de exasperación. Los exitosos tienen que inventar sus paraísos (artificiales, la mayoría de veces). Se sumergen en el fango y, de vez en vez, como patos llenos de lodo, van a los paraísos naturales (llámense París, Cancún, Londres, África, Sídney) y mueven sus alas de oro para regresar al óxido y a la polución. Saben que el vuelo no es permitido en las lagunas llenas de smog.
Tal vez lo dicho por D. H. Lawrence sea una sentencia que el mundo debería tomar en cuenta, a fin de modificar la absurda definición de fracaso que dice que es un “Suceso adverso e inesperado”.
¿Qué tal si analizamos un ejemplo común? Al inicio del torneo nacional de fútbol soccer todos los entrenadores dicen que competirán para lograr (mediocres) entrar a la liguilla. Cuando ésta llega, sólo ocho equipos logran su objetivo; es decir (siendo optimistas), los que quedan fuera de tal evento son sujetos de un “suceso adverso e inesperado”. Con la lógica del fracaso significa que estos equipos son ¡equipos fracasados!, por lo tanto, puede afirmarse que cuando comienza el torneo siguiente los aficionados acuden a ver jugar a fracasados. ¡Con razón los detractores del fútbol soccer mexicano dicen que este país se solaza con el fracaso!
Somos unos fracasados porque creemos en el fracaso. Si, como D. H. Lawrence creyéramos que el fracaso no existe, seríamos más libres. No seríamos exitosos, porque ya sabemos que esto también es una lápida difícil de cargar.
Si en las escuelas de nivel primario no se estimulara tanto el espíritu de competencia, nuestra patria sería más sana.
En estos tiempos nos parece tan distante aquel famoso lema que convocaba el espíritu olímpico: “Lo más importante no es ganar sino competir”. Ahora, todo mundo cree que lo único importante es ganar (a veces sin competir, como sucede mucho en la política nacional).
¿Quién fracasa? Fracasa el individuo que tiene expectativas de ser el mejor. Quien vive sin presiones se convierte en integrante del equipo de D. H. Lawrence: “Temo al infierno, porque el fracaso en mí no existe”, y, como el infierno tampoco existe, entonces la vida fluye, fluye.
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