Confesión, privacidad y voyerismo

Confesión, privacidad y voyerismo

José Ramón Guillén

 

Pocos seres humanos debemos ser ajenos a algún tipo de confesión, sea esta religiosa, jurídica o personal. Es más, la construcción cultural de nuestro entorno está totalmente conformada por esa necesidad de confesión católica que impregna el deber ser de muchas personas en sociedad, incluso para aquellas que han cambiado de adscripción religiosa al optar por alguna protestante o evangélica, puesto que sin necesidad de un confesionario establecen comunicación con el creador de forma directa, al modo que Lutero anticipó y forjó como camino.

Tal confesión religiosa se prolonga, como bien lo estudió Michel Foucault, en todo aquello relacionado con el mundo judicial que se construye paulatinamente en Europa durante el periodo moderno, pero que adquiere carta de naturaleza en el siglo XIX. De los delitos cometidos, según la ley vigente, se esperará una confesión, la declaración del implicado, como los antecedentes inquisitoriales ya habían abordado. Sin embargo, todos estos antecedentes históricos reaparecen en la actualidad con formas divergentes a las confesiones mencionadas. Digo esto porque la mayoría de esas confesiones se producían en un ámbito privado, o al menos desde lo privado pasaban al ámbito público como ha ocurrido en los procesos judiciales prácticamente hasta nuestros días.

Hoy, en cambio, la confesión de la más diversa y distinta naturaleza se produce casi sin parangón en el ámbito público. Claro que los medios de comunicación actuales nada tienen que ver con los pasados, pero ello no implica un cambio en el sentido de la privacidad. Los reality show ejemplifican a la perfección esta especie de incontinencia por poner en la escena pública aquello que fue encerrando la vida personal y familiar en entornos más restringidos, y sólo hay que ver la evolución de las casas o de los rituales religiosos para demostrarlo. Por supuesto, seguimos el modelo occidental de hogar y vivimos en ellos separando habitaciones y ámbitos de convivencia social, pero incluso las propias casas se habilitan hoy en día para observar la cotidianidad de una persona o familia sin ningún pudor, llegando a ser un negocio para quienes muestran ese vivir y son observados por mirones anónimos.

Tal voyerismo elimina la idea de privacidad aunque, para algunos analistas, también reniega de la participación social al convertir al mirón en un espectador, casi siempre individual, alejado de los problemas de nuestra sociedad. Desmovilizado del espacio público, dice Gilles Lipovetzsky en su libro La era del vacío. Ensayo sobre el individualismo contemporáneo. Así que cuanto más chismosos e interesados por las confesiones ajenas, más alejados de nuestra sociedad estamos. La privacidad en entredicho mientras más nos encerramos en la nuestra. Somos hijos de la contradicción, no cabe la menor duda.

 

 

 

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