Sobre la tierra de Javier Espinosa Mandujano

Hace algunos años compré el libro Soledad que viene, de Javier Espinosa Mandujano, más con la intención de juzgarlo que de disfrutarlo.

Quedé encantado, y como me sucede cuando algo me gusta, escribí un pequeño texto para un periódico local.

Hablé entonces de la frase cincelada, del trabajo largo y concienzudo del novelista Javier Espinosa Mandujano. De cómo había traído a mi memoria palabras ya olvidadas, como “arnero”, que no había vuelto a escuchar, y de “majar maíz” que era una actividad de fin de año entre mis parientes.

El arnero, que era un marco de madera con malla de mecate grueso, permitía que mis tíos «majaran» las mazorcas con un palo sólido para así recoger en el fondo el maíz sin olote. Era un trabajo que requería fuerza y constancia. La llegada de las desgranadoras mecánicas jubiló al arnero, primero de las cosechas, y después de mi memoria.

Desde entonces me hice amigo de don Javier y me convertí en un lector agradecido de sus obras, y hasta resulté presentador de sus libros.

Foto: Raúl Ortega

Foto: Raúl Ortega

Javier Espinosa Mandujano. Foto: Raúl Ortega

Javier Espinosa Mandujano. Foto: Raúl Ortega

Anoche lo acompañé para dar la bienvenida a Sobre la tierra (Coneculta Chiapas, 2016), su novela más reciente, en donde vuelve a colocar a la palabra como personaje principal.

En Javier Espinosa Mandujano hay arraigo con la tierra, con los paisajes y, en especial con las palabras. Su estilo viene de esa tradición, larga pero ignorada de la plática añejada en las plazas de los pueblos y en los corredores en “la fresca de la tarde”.

Su voz recuerda el hablar alegre y, a veces ceremonioso, de los personajes de los pueblos de Chiapas. En su escritura no hay vacilaciones, violencias ni balbuceos, sino la certeza de lo sabido, lo vivido y lo explorado. No hay inocencia pueblerina, sino el alma recreada de un pueblo, hecho en las desventuras y en los afanes cotidianos.

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Lo suyo no es realismo mágico, sino magia y realismo. No hay sacerdotes levitadores, sino hombres y mujeres que viven su vida sin mayores pretensiones que de construirse todos los días en habitantes de San Pedro Xiquipila.

Por ser la palabra la protagonista principal, las acciones son consecuencia de ese hilar coloquial y cotidiano. Por eso no esperemos en la obra clímax y desenlaces rebuscados, sino el gusto por disfrutar a alguien que sabe contar y recrear a un pueblo y a sus personajes.

Los tiempos narrados son lejanos pero no ajenos. En el microcosmos de San Pedro Xiquipila están todos los hombres y todas las mujeres y hasta todos los chuchos y todos desbarajustes y todas alegrías de los pueblos de Chiapas.

Es un universo al que alguna vez pertenecieron también los demás pueblos, de hombres sabios, metiches, bolos y enamorados, y de mujeres trabajadoras, chismosas, atrabancadas y solícitas.

Con su oído fino, don Javier recupera palabras que se han diluido en el tiempo. ¿Quién habla hoy de biznagas, borcelanas, laborear, embocadura de un freno antiguo de caballo, pumpos de chicha, zapoteprietos, nambimbos, horchata de pepita o de agua zarca? No se trata solo de inventariar, sino de combinar esas palabras, para que den como resultado un trabajo poético como lo es Sobre la tierra.

Recupera también nombres de los protagonistas del pueblo. Están los latinos y los del santoral; hombres que debían ser enemigos por sus nombres viven en el mismo barrio; nombres de emperadores romanos se convierten en uno más del pueblo, y acaso un soldado simple es un personaje de gran presencia en Xiquipila.

Todo se mueve alrededor de la tierra, sus lluvias, sus siembras y sus catástrofes, pero también alrededor de las mujeres. Sin ellas no hay marcha y no hay camino.  Sin María Domitila, sin doña Porfirina, doña Águeda, Filiberta y sin Ceferina no habría historia.

Pero tampoco sin Presciliano, La Musha; Nicéforo, el mecánico de relojes y escopetas; Eustorgio Zárate, el rapsoda; Criseldo Colmenares, el yerbero, y sin Celerino López, el Gallo, por su oficio de ladrón de niñas viejas de 40 años.

Atraviesa San Pedro Xiquipila una calle real, la arteria que la une al mundo, con don Chusito, el Coleto, quien año con año lleva al pueblo cajetas, confites, espejitos de colores, trompos, baleros y sabrosuras de conservas de Ciudad Real.

Es un pueblo conectado por los recuerdos, por la buena plática y los libros que aparecen de cuando en cuanto. Hasta ahí llegan Dickens, Dumas, Rodó, Cervantes y Garcilaso de la Vega.

Sobre la tierra es la celebración de la palabra de este joven novelista —tomo prestado el título de Umberto Eco cuando a sus 80 años escribió Confesiones de un joven novelista, porque si bien tenía muchos años de escribir, llevaba algunos nada más como novelista—, de este gran escritor que es Javier Espinosa Mandujano.

En la presentación realizada anoche en el auditorio Jaime Sabines participamos, aparte del autor, Ricardo Cuéllar Valencia, Sonia de la Rosa, Marcos Arturo Nazar Sevilla, Marco Antonio Orozco Zuarth y Juan Carlos Cal y Mayor Franco, director de Coneculta Chiapas.

 

Un comentario en “Sobre la tierra de Javier Espinosa Mandujano”

  1. Hugo Corzo
    28 abril, 2016 at 21:37 #

    La,desgranada del maíz generalmente se hacía por invitación de amigos y vecinos.
    Según el diccionario de la RIAL ACADEMIA DE LA LENGUA FRAYLESCANA, armero es un cuero crudo de vaca con agujeros que sirve pa majar maíz que acciona a garrotazos y se lubrica con majuate.

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