La Tía Lolis y la lucha libre
Por esos días mi madre decidió que nos iríamos a la nueva casa, a tres cuadras de San Pascualito, una construcción de cemento con cuartos independientes “galana casa de loza” presumía mi madre. Vivíamos en casa de mi abuela Adela en la que ya no cabíamos, pues servía de casa y tendejón. No por eso dejamos de ir al barrio, platicar con los que llegaban a comprar a la tiendita, que era la red social de entonces, ahí nos enterábamos de lo que acontecía en nuestro querido san Pascualito.
Se hablaba de las nuevas hazañas de Raulito Trejo Trujillo y de su obsesión por ver directamente al sol en sus boleras, que en mi infantil manera de dimensionar el tiempo recuerdo que vencía al sol con sus negros ojos, se decía de la salud de la tía Panchita Nevero, abuela de Víctor García Gómez y comadre de pachangas de abuelita Adela, era el punto de encuentro donde se hablaba de los personajes de nuestra cotidianidad en el barrio.
Íbamos y veníamos por la tercera sur, la abuelita Adela nunca quiso dejar su casa de adobe “de arrimada, pa’ que diantres” contestaba cuando se le insistía para que se fuera a vivir a la nueva casa de loza. Y es que en la tiendita se reunía con todas sus comadres, longeva como es… le ha tocado despedirlas una a una… y continuar sus largas charlas con las hijas de éstas, sus ahijadas.
Transitábamos e íbamos saludando a los vecinos que salían a tomar el fresco de la tarde. Ahí en la puerta de su casa estaba la tía Lolis, mujer de origen zoque, que no era asidua a llegar a la tienda de mi abuela, pero era su comadre. Al igual que sus vecinas, tomaba el fresco y cuidaba a sus hijas que recibían en la banqueta a sus pretendientes. Con un ojo al gato y otro al garabato supervisaba que los novios no se pasaran con caricias o besos.
En una de las paredes de la pequeña sala de su casa de bajareque lucía su colección de máscaras de luchadores locales y nacionales, se podían ver fotos donde ella y sus hijas posaban junto a los Reyes del Pancracio, Santo, Blue Demon, el Rayo de Jalisco , el Solitario, Lismark, entre otros. Ahí mismo luchaban y competían San Pascualito, San Antonio, San Judas y un Sagrado Corazón de Jesús, por ganar la simpatía de Tia Lolis.
“Adiós chavito, me saludas a mi comadre Angelina y Adelita” solía decirme cuando pasaba caminando por su banqueta “decíles a mis comadres que ya no tiene fuerza mis canillas, por eso ya no voy a verlas” le daba el saludo a mi abuelita y me comentaba “para visitar no tiene fuerza, pero decíle lucha libre y vuela”.
Trabajando en el canal de gobierno del estado, lo que ahora es canal 10, me tocó ir a cubrir la lucha libre en el Centro Deportivo Roma, la que organizaba Raquel Coutiño, mejor conocido por los tuxtlecos como el “Turipache”.
Estaba instalando tripie y cámara en la orilla del ring , cuando escuche, “que bueno que veniste chavito a televisar la lucha, se va poner buena” ¡era la misma anciana apacible de mi barrio! la tía Lolis junto a sus hijas y sus respectivos novios.
Los técnicos conocían de la afición de tía Lolis, la respetaban a tal grado que antes de empezar el espectáculo pasaban a recibir su bendición, los rudos, que no eran de su agrado, se burlaban de la bendición, a ellos la boca de tía Lolis lanzaba una retahíla de mentadas de madre y toda clase de improperios.
La lucha estelar llegó y el calor también, ya que el deportivo Roma carecía de ventiladores y el calor tuxtleco se dejaba sentir en todos los presentes, que ya con varias cervezas adentro animaban a sus favoritos. Jorge Díaz mi camarógrafo y yo nos cubríamos de los líquidos que tiraban de la parte alta.
El rudo, le daba una paliza al técnico, uracarranas, candados, mordidas, patadas, golpes bajos eran su repertorio. La cara de tía Lolis estaba roja de tanto gritar y de coraje, yo la miraba sorprendido. Un fanático que estaba cerca me aclaró “el mampo del gringo no quiere a la tía” el Gringo se reía del León Dorado y se daba el lujo de posar sobre el caído, el gringo se dirigió a donde estaba la tía Lolis y dijo “esa tía , ya le jodí a su sobrino” Tía Lolis le hacía señas con la mano a modo de mentadas de madres “¡¡Abusivo que sos!!” le gritaba.
El León Dorado, aprovechó el descuido del gringo, se levantó y le aplicó una llave, mandándolo fuera del cuadrilátero, justo a los pies de la tía Lolis, que ni tarda ni perezosa aprovechó para descargar toda su furia, lo agarro del cuello y le propinó una tremenda mordida, el luchador gritaba “quítenmela, quítenmela” mientras ella y sus hijas propinaban mordidas y sombrillazos al maloso.
Con sorpresa vi la angelical y sexagenaria imagen de mi vecina y comadre de mi abuela transformada en un verdadero guerrero, capaz de dejar su dentadura postiza clavada en al espalda de su enemigo. Como pudo, el gringo se puso de pie y se fue gritando y lanzando maldiciones. Tía Lolis seguía mentando madres, una de sus hijas se levantó para ir a traer la dentadura que quedó en el camino del Gringo. La fanaticada gritaba , “Lolis, Lolis, Lolis” ella, en señal de triunfo se quitó su rebozo y lo levantó saludando a la multitud del Roma. Mientras el gringo caminaba hacia el cuadrilátero ella se colocaba su prótesis dental.
La seguí viendo sentada en su banqueta, cuidando a sus nietos, afuera de su pequeña casa. Una tarde se quedó dormida para siempre. A su cortejo asistieron los luchadores, los técnicos por supuesto, quienes fueron su pasión.
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