La prensa local y la autocensura
La prensa local y la autocensura
Luis Fernando Bolaños Gordillo[1]
Esto no es precisamente el descubrimiento del agua tibia, pero representa a mi juicio un tema del que poco se habla desde los medios informativos debido a un factor necesario para la construcción del prestigio: la credibilidad.
El tema que quiero poner en cuestión es el de la autocensura, entendida como la capacidad de directivos, columnistas, reporteros o conductores de noticias en medios electrónicos, de omitir en su quehacer diario ciertos temas incómodos para el gobierno en turno, sin necesidad de indicación o amenaza alguna.
La autocensura se yergue como un asunto de legitimación del poder puesto que la información que sí es relevante para generar opinión pública es invisibilizada y sustituida por un enfoque oficialista que enaltece los logros del gobernante, los alcances de las instituciones y un ficticio sentido de bienestar social que toma tintes empalagosos.
En lo personal opino que es más importante lo que no se informa, lo que la gente no conoce, que los previsibles encabezados de los medios impresos o los melosos teasers radiofónicos o televisivos que solamente forman parte de la construcción de una realidad que no corresponde con el nivel de vida que tienen millones de chiapanecos que están en situación de pobreza.
Si la censura institucional es fácil de identificar con una mirada crítica, la autocensura es casi imposible de corroborar porque nadie pondría en entredicho su propia credibilidad como periodista y aparte este tipo de personas pueden hacer valer la subjetividad para justificar sobre lo que escriben o dicen en medios electrónicos.
A pesar de que el trabajo periodístico es cuestionable y que son pocos los que hacen periodismo de investigación, el tema enfurece o pone pudorosos a muchos colegas que sienten que son calificados como títeres, lamebotas, chayoteros o lacayos del gobernador en turno o de los funcionarios de primer nivel con quienes llegan a tener incluso lazos de amistad o compadrazgo.
El asunto es que ya no hacen falta amenazas o chantajes para que cierto tipo de información no sea dada a conocer, sino que son los propios reporteros que por sentido común saben qué pueden informar y qué no, hay una especie de alineamiento que propicia que este acto sea automático.
Desde 1998 puse especial atención a este tema y dirigí dos tesis profesionales en la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la UNACH. La primera se tituló El oficialismo como obstáculo para la libertad de expresión en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas y la segunda se denominó La libertad de expresión y el derecho a la información ante la censura y la autocensura en Tuxtla Gutiérrez. La metodología se basó en la determinación de las fuentes de información, los contenidos en editoriales y columnas, así como las tendencias de las portadas incluyendo el manejo de las fotografías. Los resultados arrojaron una prensa oficialista, agachona y sin investigación periodística, pero con una relación formidable con el gobierno estatal.
Esto no fue novedoso en su momento porque ese tipo de relación entre el gobierno estatal y los dueños de las empresas periodísticas, ya había sido descrito acertadamente por Carlos Ruiseñor en el libro El precio de la Noticia, que abonó elementos para analizar cómo se pasó de la censura a la autocensura. El libro La prensa maniatada, de Sarelly Martínez también proporciona un análisis minucioso de esta situación que incomoda a gobierno y medios.
Callar se ha constituido como un distintivo de la mayor parte de la prensa que sí llega a tener conocimiento de ciertos hechos pero que no se atreve a publicar por temor, conveniencia, padrinazgos, compadrazgos, tráfico de influencia o intereses económicos. En Chiapas hay mucha tela de que cortar informativamente hablando pero todo se soluciona con un boletín de prensa omnipresente que genera una opinión pública homogénea a favor.
Por consecuencia, la autocensura afecta la independencia, pluralidad, diversidad y calidad informativa. Como formador de comunicólogos y periodistas siempre he tratado de inculcar la idea de que una portada triunfalista es engañosa, que no todas las columnas son independientes y que hay que ser minuciosos en identificar qué información proviene de un boletín de prensa y no del trabajo reporteril.
Es más fácil hablar de censura y hacer referencia a ciertos actos que ponen al gobierno en condiciones de agresor contra la libertad de expresión, pero cuando sale a flote el asunto de la autocensura, los ánimos se encienden porque se trastoca no solamente la credibilidad sino la honradez y nadie quiere aparecer como un mal sujeto ante sus familiares o amigos, aunque hay uno que otro cínico que presume de su estilo de vida gracias a la venta de su conciencia.
Son pocos los reporteros que no tienen a la autocensura como estilo de vida, muestran dignidad, valentía, compromiso social y un marco ético que les permite presentar las cosas como son; pero la mayoría se limita a reproducir información del sistema informativo en turno.
¿Qué tanto se investiga sobre el aumento de la delincuencia en Chiapas, homicidios perpetrados por paramilitares, escándalos post electorales, el incremento del narcotráfico, el lamentable aumento de feminicidios, los empresarios beneficiados por la deforestación en la selva lacandona, y muchos más de los que no se habla en los medios?
La autocensura vuelve a quienes integran el gremio periodístico como emisarios de poder estatal y depositarios de un capital periodístico que desafortunadamente no se da a conocer. Con base en lo anterior podría decirse que la calidad informativa es equivalente a la calidad moral del gobierno en turno. Una tapa al otro que sabe cómo corresponder esa manera sutil de ser indiferente ante los verdaderos problemas que aquejan a la entidad.
Y quienes se atreven a desarrollar un trabajo distinto son objeto de amenazas, persecución y escarnio. Obviamente este trabajo no tiene cobijo en los medios con tendencias oficialistas puesto que su mundo está en los blogs, páginas independientes y redes sociales, siendo estas últimas una manera eficaz de hacer trascender información que involucra a algún actor de gobierno.
Esto motivó al ex diputado Noé Castañón a insinuar una ley mordaza cibernética encaminada a criminalizar a todo aquel que escribiera o compartiera información que pusiera en entredicho al gobierno que en ese entonces tenía como titular a Juan Sabines Guerrero, quien hizo lo que quiso con la prensa.
La autocensura es un asunto complejo donde se entrelazan las presiones que el gobierno hace históricamente a los medios, la institucionalización del chayote, los intereses de empresarios periodísticos, la estabilidad laboral de los reporteros e incluso la propia cultura donde el chayote forma parte de las bromas de los reporteros y columnistas.
Fiel a mi nihilismo considero que la autocensura no dejará de estar presente en el contexto informativo local mientras existan relaciones de poder entre gobierno y los medios informativos. El ejercicio de la libertad de expresión debe ir acompañado de responsabilidad social, y de una búsqueda de la verdad, entendida como algo que no incumbe a un sector que compra y vende conciencias, sino a la sociedad a la que pertenecemos. La prensa tiene hasta el momento una deuda con la sociedad chiapaneca.
Afortunadamente se están ganando pequeños espacios en redes sociales que promueven un periodismo distinto cuya conciencia no tiene más precio que el de informar con veracidad los verdaderos asuntos de interés.
[1] Profesor e Investigador de Tiempo Completo de la Licenciatura en Comunicación Intercultural de la Universidad Intercultural de Chiapas; forma parte del Cuerpo Académico Lenguas y Discursos Culturales en la Frontera Sur y trabaja temas sobre culturas juveniles, diversidad cultural y contracultura; Doctor en Ciencias Sociales y Humanísticas por el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas.
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