Hiroshima y Tapachula: 1945
Casa de citas/ 265
Hiroshima y Tapachula: 1945
Héctor Cortés Mandujano
Se puede tocar la soledad y la desesperanza
en la mirada de todos. Quema.
“Angelina Toyomoto”,
en Correo de Hiroshima
No había leído al escritor chiapaneco Víctor Manuel Camposeco (Tapachula, 1943) hasta su novela Correo de Hiroshima (Aldus, 1995), de sencilla y eficaz estructura. Basada en un hecho de la vida real y ubicada en la Segunda Guerra Mundial, la novela cuenta, principalmente y de manera epistolar, la vida de una madre tapachulteca, Oliva, casada con un japonés, Hara Toyomoto, y su hija Angelina, quien vive con marido e hijo (Yoshi y Genji) en Hiroshima cuando los norteamericanos, en la persona de Paul Tibbets, dejaron caer la primera bomba atómica con objetivos civiles.
La madre cuenta pequeñas desgracias, entre ellas la mordedura de nauyacas a trabajadores de la finca. Uno ha muerto recientemente, pero (p. 35): “el año antepasado sucedió lo mismo con un trabajador de acá, ya más viejo. La víbora estaba debajo de una piedra, que el hombre movió, en ese momento la nauyaca saltó y le mordió en una mano. Sin pensarlo dos veces puso el brazo sobre una rama y se cercenó la mano de un machetazo. […] Ahí anda de velador ahora, sin su mano, pero vivo”.
La hija cuenta desgracias mayores. Primero, cómo el ejército americano bombardea Tokio, (p. 56) “con 300 aviones […] la noche del nueve al diez de marzo” de 1945. Presumen los gringos por radio (p. 57): “Todo Tokio se ve iluminado. Éxito total”. Apunta Angelina: “En escasas cuatro horas murieron incinerados cien mil seres humanos. […] ¡Qué gran idea: bombardear una población que habita casas de madera y papel, con bombas de napalm”.
La mañana del 6 de agosto de ese mismo año, en Hiroshima, fue peor (p. 101): “La temperatura en el centro del hongo atómico alcanzó 5 millones de grados centígrados. […] Su potencia destructiva fue de 20 kilotones, es decir veinte mil toneladas de dinamita, una minucia”. Eso significó que (p. 119): “en el primer milisegundo de esta pesadilla murieron cuando menos cincuenta mil personas. De ellos, miles y miles se hicieron nada, se evaporaron en ese momento”.
Aunque evidentemente esta tragedia tiene un enorme peso en la novela (y en la vida real), Víctor Manuel Camposeco no olvida que está contando, dentro de miles, una historia; por eso, luego de narrar las escenas estremecedoras que ocurrieron el día de la bomba y los días sucesivos, vuelve a concentrarse en los seres humanos (Oliva, Hara, Angelina, Yoshi y Genji) que han sufrido, en Chiapas y en Hiroshima, la brutalidad de la guerra.
La novela es dura, terrible por momentos, pero muestra también la destreza de este narrador chiapaneco del que, por supuesto, buscaré y leeré nuevos libros.
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