Manuel Velasco Coello, impostura y embeleco
Ciento cincuenta años antes de que apareciera en escena pública Manuel Velasco Coello, Marx ya había caricaturizado a personajes del perfil del gobernador.
El pensador alemán afirmó que Hegel se había equivocado, que la historia jamás se repetía, y que si llegaba a suceder la primera era como tragedia y la segunda como farsa.
“Hegel observa en alguna parte que todos los grandes acontecimientos y personajes de la historia mundial se producen, por así decirlo, dos veces. Se le olvidó añadir: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa”, escribió en el Dieciocho brumario de Luis Bonaparte.
La tragedia se llama, desde luego, Enrique Peña Nieto. Es una tragedia que ha paralizado el desarrollo de México, y nos ha regresado a los años ochenta, en que la corrupción se propagó por todo el país y se sentaron las bases de la impunidad.
Se habla mucho del crecimiento económico actual de nuestro país, que es de entre el dos y el tres por ciento, lo cual es muy similar a los gobiernos panistas, dicen los panegiristas, pero pocos indican –a excepción de Leo Zuckerman, en La hora de opinar de Televisa, sí, de Televisa– que Peña Nieto ha endeudado al país en un diez por ciento, y según este analista, solo faltaría un diez por ciento más para entrar en la insolvencia.
Esa es nuestra tragedia, cuyas dimensiones aún no imaginamos del todo, pero que ha tenido su remedo en Chiapas en forma de farsa.
Manuel Velasco Coello ha interpretado sin ruborizarse el personaje de la impostura y el embeleco. Y se podrían agregar otros adjetivos más porque los sinónimos de farsa son engaño, farándula, comparsa, falsedad, fingimiento, artificio, simulación, payasada y estafa. Es algo chabacano y grotesco, dice la Real Academia Española y agrega: “acción realizada para fingir o aparentar”.
En los sesenta, Herbert Marcuse hizo un añadido más a las líneas de Marx: “Algunas veces, la repetición a modo de farsa puede ser más terrorífica que la tragedia original”. Más perversa y perjudicial.
El gobernador, sin embargo, parece no darse cuenta de su grotesca vida pública, y es que, en tierra de ciegos, los postulados marxistas se repiten una y otra vez porque prueban su eficacia.
El pueblo quiere diversión y qué mejor si vienen de la farándula, de la comparsa y del artificio. Total, los políticos han perdido seriedad, y que lo único que nos proporcionan, aparte de tragedia y terror, es alguna sonrisa y material para el chacoteo y para la venganza popular.
Manuel Velasco, si desea trascender, en lugar de copiar los movimientos de Peña Nieto, debería voltear a Chiapas para conocer sus recursos, sus potencialidades y sus debilidades, y dedicarse plenamente a la construcción de un modelo de gobierno eficiente. Le faltan 30 meses. Si es que no se marcha antes, porque ha deseado insertarse en el gabinete para proyectarse como presidenciable.
Todavía puede convertirse en un buen gobernador, pero parece que las agujas de su brújula están estropeadas y solo miran con embeleso a la figura tragicómica de Enrique Peña Nieto.
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