Las entrañas de la protesta
La protesta es un recurso para pugnar por el bienestar social, históricamente se ha utilizado como un medio para luchar por las causas más diversas. La variedad y la frecuencia se han convertido en un termómetro y un pulso de realidades actuales cuestionadas. Recuerdo que en mi infancia era común observar en el Parque Central grupos de personas plantados frente al Palacio de Gobierno, estas manifestaciones en su mayoría tenían que ver con la lucha agraria y la petición de liberación de presos políticos.
No se necesita tanta ciencia para inferir que los móviles de las manifestaciones sociales están asociados al ejercicio del poder y la administración de los recursos públicos. Donde sí amerita el uso de la ciencia, en concreto de la psicología social, es para entender qué motiva al ser humano para asumir como opción el uso de la protesta en la búsqueda de atención a sus demandas y solución a sus conflictos.
Al examinar las entrañas de las protestas sociales se advierte que existe una estructura básica que consiste en tres factores determinantes:
El motivo o móvil. Una manifestación social obligadamente está ligada a un evento adverso que ha perjudicado directa o indirectamente a un sector y forma parte del binomio causa/efecto, elementos básicos en la respuesta humana a los estímulos.
En la protesta el móvil tendrá dos incentivos que la alimentarán: la agresión y los agresores. La agresión para el individuo o colectivo, es directamente proporcional a la discrepancia generada con respecto a sus expectativas, el acceso a los derechos asumidos como legítimos o la privación del alcance de metas, además de la pérdida de recursos materiales, financieros o vidas. Y en cuanto al agresor la profundidad del daño será proporcional a la intención que perciban las víctimas, considerando la libertad de acción, el conocimiento de causa, la obligatoriedad conferida por la función según la estructura social y la relación afectiva que pudiera tener con la parte afectada.
El segundo factor determinante es el sentimiento de afectación o la activación de las emociones en los afectados. En la activación de emociones es importante la interpretación de la agresión que está relacionada a diferentes componentes:
- La memoria; cuando el evento adverso coincide con una cadena de eventos similares que no han sido resueltos con justicia, tiene un efecto sinérgico con el acto actual que intensifica la forma y fondo de la protesta y por ende su resultado.
- Cobertura de círculos de afección; dependiendo de su idiosincrasia, los afectados pueden darle una interpretación menor o mayor al daño.
- La coincidencia o alineación con otros eventos adversos que puedan tener relación ya sea con la parte afectada proveniente del mismo agresor, lo que causa también un efecto sumario que es a su vez agravante.
Y el tercer factor para que se desencadene una protesta o movilización social es precisamente la percepción de la viabilidad y pertinencia de las manifestaciones. Dependiendo del contexto actual e histórico, la parte afectada hace, forzosamente, un juicio de valor que le permite decidir entre si conviene o no emprender una protesta, y este va en función de la expectativa de lograr los objetivos que se tenga al considerar los riesgos y, en consecuencia, el tipo de manifestación que se pretende desarrollar.
Desde este contexto, con dos ejemplos, trataré de explicar las distintas formas y nuevas inclusiones en la protestas de nuestro entorno.
El caso de Chamula.
Reflexionaba hace poco con una amiga y ambos tratábamos de entender por qué una manifestación suele terminar en un linchamiento o en violencia desmedida, como ha pasado en algunos municipios de los altos de Chiapas, específicamente en Chamula, donde los cuerpos policiales literalmente han tenido que arrebatarle a las enardecidas masas cuerpos maltratados o quemados.
Con esto se puede comprender, a la luz de lo antes mencionado, que el nivel de respuesta o protesta que asume un grupo de personas agraviadas tendrá explicablemente que estar motivada por agentes e intereses externos, como lo es esa constante intención de los gobiernos por mantener grupos marginados como activos electorales, usando muchas veces la mentira o la demagogia para conseguir votos para luego olvidarlos; pero también hay factores intrínsecos, que involucran la memoria de estos pueblos que ha sido sometidos sistemáticamente, utilizando recursos muchas veces violentos y hasta con crímenes clasificados como de lesa humanidad para dominarlos. Por otra parte está la idiosincrasia de los pueblos indígenas, que involucra una visión del mundo diferente con juicios de valor y reacciones que para la sociedad, “occidentalizada”, se califican como aberrantes pero que en la cultura ancestral eran formas primarias de resolver conflictos.
Todos estos factores combinados hacen propicia cualquier motivo para desencadenar una protesta violenta con desenlaces trágicos que profundizan aún más la brecha entre los pueblos incomprendidos y los gobiernos. En qué momento se cuenta con una lectura integral de las manifestaciones sociales, si el gobierno usando el recurso de la mesa de negociaciones ha traicionado la confianza de los pueblos y los encarcela para luego tener una postura cómoda de negociación pero que en el fondo solo lastima más la relación cicatrizada en la que basan la paz social.
Los nuevos protestantes
Es preocupante cómo la situación económica actual se convierte en el catalizador para nuevas formas y participantes de estas dinámicas sociales; recordemos que uno de los incentivos para crear o participar en una movilización social es precisamente la amenaza al estatus económico de un sector de la población. El sistema económico, que incluye la normativa, legislaciones y el régimen fiscal condicionan un agravante para cada vez más sectores de la sociedad, en un principio las protestas eran protagonizadas por personas que luchaban día a día por sobrevivir, con carencias sustanciales y a las que gobierno, como ente agresor, ha desprotegido y ante estas movilizaciones responde muchas veces con acciones paternalistas o populistas que no solucionan de fondo el problema, sólo lo postergan, agravando el conflicto.
Lo cierto es que en los últimos tiempos es notorio cómo nuevos sectores han accedido a usar estos métodos para resolver sus problemáticas. Hace unos días vimos a un grupo de empresarios colocar un plantón frente al Palacio de Gobierno, otro grupo cerro la torre Chiapas como presión ante el adeudo millonario que ha resquebrajado la economía interna del Estado; también el sector constructor, que significaba un activo constante de dinero circulante, ha sido golpeado hasta el cansancio con fraudes “oficiales”, donde se les pide financiar obras a cambio de contratos, al terminar no les pagan y cuando pasa el tiempo los funcionarios han sido capaces de pedir un porcentaje de la deuda para poderles liquidar. Estos dos sectores afectados son un ejemplo de todo un ramo productivo de Chiapas que ha sido literalmente relegado por proveedores externos; en esta lista de agraviados se incluyen otros como el sector burocrático a quienes también se les ha quedado a deber sueldos o prestaciones.
Cómo puede sostenerse una economía saludable o mantener un estatus económico, cuando el dinero está secuestrado por delincuentes de cuello blanco.
Vaya que si a algo le teme el ciudadano mexicano actual es al hecho de perder el estatus adquirido y ese temor ha hecho que personas, que nunca habían salido a las calles, y que incluso descalificaba a quien sí, ahora son parte de las marchas. Sí, por inverosímil que parezca, los críticos de los plantones ahora los encabezan, constructores que nunca imaginaron que se encontrarían abarcando toda la Plaza Central de Tuxtla Gutiérrez con maquinaria pesada, entre otros sectores que, es altamente probable, pronto veremos tomando las calles.
En verdad que todo esto no es casualidad. Protestar no es deporte ni capricho. La parte que se identifica como la agresora, regresando a los fundamentos psicológicos para entender las entrañas de la protesta, ha sido constantemente el gobierno y sus instituciones. El enriquecimiento voraz en el ejercicio público se ha convertido en la manera más socorrida y cínica de volverse millonario. Es menos expuesto que andar vendiendo drogas, armas u otro negocio ilegal; la mal llamada “clase política” en nuestro país se ha convertido en el cáncer que consume, ofende y provoca profundos descontentos.
Esto explica que haya Estados donde se ha legislado para desaprobar y criminalizar la protesta. En Chiapas se intentó aprobar el uso de la fuerza pública para el “control” de las manifestaciones del 2014, preocupa que este tipo de leyes contienen una carga negativa implícita de facto contra la ciudadanía desprotegida, como lo prueba lo que sucedió en Puebla, donde un menor resultó muerto después de recibir el impacto de una bala de goma en la cabeza.
En diciembre de 2015 se aprobó en el Congreso local leyes para contrarrestar los bloqueos y boteos en carreteras de Chiapas; nada en contra de garantizar la libertad de tránsito. El equilibrio de la protesta se da cuando hay respeto al derecho ajeno, sin embargo, no creo que esto sea el fondo de este afán de legislar sobre ellas, más bien pienso que en la intención de los gobiernos está enfocada a controlar la reactividad de la sociedad y no a resolver lo que incentiva las manifestaciones o protestas.
Esta dinámica legislativa solo profundiza la brecha entre la sociedad y las instituciones, obligando a la población a buscar nuevas formas de hacerse escuchar y al gobierno a innovar en materia del “control legal” de la protesta.
Es pues tiempo de que la razón prevalezca. El país va en declive sin mucha esperanza a la vista que nos haga creer que levantaremos el vuelo. Este México lindo y qué herido necesita una restauración desde sus mismísimas entrañas. Si logramos transformarnos tanto víctimas y victimarios, agresores y agredidos, la protesta dejará de ser un recurso ignorado y se convertirá en un verdadero cause de las demandas populares.
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