El decadentismo en la elaboración de la identidad gótica
El decadentismo en la elaboración de la identidad gótica (primera de dos partes)
Luis Fernando Bolaños Gordillo[1]
Hay seres que se hallan condenados a saborear únicamente el
veneno de las cosas, seres para quienes toda sorpresa es dolorosa
y toda experiencia una nueva tortura. M. Cioran
La presente entrega es producto de las reflexiones de la literatura consultada para la realización de mi tesis doctoral titulada La elaboración de la identidad gótica en San Cristóbal de Las Casas, en la que hay influencias románticas y decadentes. Lo gótico es una cultura que evoca el pasado para dar cuenta del presente y en este sentido pretendo poner de manifiesto cómo la literatura que surgió hace más de un lustro, influyen aún en la elaboración de una identidad macabra que se relaciona con la muerte, el satanismo y el desencanto social.
La cultura gótica combina un discurso y una imagen macabra, melancólica y deprimente; tiene una filosofía en la que la oscuridad, la muerte, la sangre, la decadencia y la falta de futuro, explican las contradicciones de la vida social. Estos jóvenes se asumen como testigos siniestros de una sociedad compleja que se destruye a sí misma; ellos son los no-muertos en un mundo plagado de muertos en vida.
Uno de los autores de culto del movimiento gótico contemporáneo, Gavin Baddeley, quien aparte es sacerdote ordenado de la Iglesia de Satán, apunta: “Lo gótico designa algo más que una joven subcultura o una tribu urbana que tiene una estética siniestra; alude también a un enfoque filosófico, a una visión del mundo, donde lo oscuro y lo amenazador poseen un irresistible encanto para los jóvenes”.
El movimiento gótico para dar forma a sus manifestaciones culturales actuales toma los elementos más oscuros de las literaturas romántica y decadente. Ambas literaturas fueron significativas para que los góticos, artistas por excelencia, crearan su propio mundo donde prevalecen las representaciones del infierno, repletas de demonios semihumanos, gárgolas y cadáveres de muecas lascivas, aparecidos, fantasmas, brujas, vampiros, zombies, entre otros, que parecen dar cuenta más bien de la condición humana a través de infinidad de metáforas.
Buena parte de la literatura y de la música del movimiento gótico actual retoma los temas tratados por ambas corrientes literarias en los siglos XVII y XIX. Hoy en día, estos jóvenes utilizan blogs, perfiles de Facebook, videos en Youtube o páginas especializadas para compartir poemas que aluden a castillos medievales, monstruos, demonios, gárgolas, brujas, magos, ángeles, entre otros personajes que luchan (y coexisten) en un mundo de fantasía, donde los seres humanos están a expensas de ellos. El discurso y la imagen gótica actual evocan en buena medida este periodo. Existen círculos oscuros en la Ciudad de México como el Circo Volador o el Dada X donde los jóvenes pueden llegar vestidos a la usanza medieval o bien de los protagonistas románticos o decadentes.
A principios del siglo XIX, con el romanticismo volvieron a cobrar importancia algunos de los temas de la llamada “edad de las tinieblas”, plasmando en sus obras la constante lucha entre el bien y el mal, la sensualidad, y frecuentemente, la muerte. Para Rosario Castillo (2004), lo gótico y lo romántico representan dos corrientes de la misma visión oscura de la vida. Poetas como Lord Byron, argumenta Baddeley (2007), se valieron de antihéroes de la ficción gótica para recrear siniestros escenarios que criticaban (sutil y vorazmente a la vez) al sistema prevaleciente. Era una forma de ir contra las reglas del clasicismo y la esclavizante religión. El ansia era recuperar a través de la literatura lo infinito y lo ilimitado, con sólo el interior humano. El romanticismo constituyó un tendencioso misticismo del amor y su contraparte, el dolor.
Lo romántico recreó escenarios míticos plagados de antihéroes que eran apasionados en lo que hacían, desde un radicalismo político hasta una liberación sexual que cuestionaba lo establecido. Un poeta que escandalizó a la sociedad francesa a mediados del siglo XIX fue Charles Baudelaire con la publicación de Las Flores del Mal. Sus poemas trataban obsesivamente sobre prostitutas y vampiros. Se dice que solía deambular por los prostíbulos pero soñaba con ser un prócer de las letras. Baudelaire transformó al romántico en un gótico, un personaje enclaustrado, incomprendido, dandy, despreciado la burguesía. Con él la literatura comenzó a poblarse de antihéroes, de personas que deambulan por las calles con sus sueños rotos.
En definitiva, los personajes románticos eran enérgicos, decididos, invulnerables; no había obstáculo capaz de resistir su empuje. El personaje gótico es el símbolo de la impotencia, derrotado por todas las batallas, abatido por los reveses cotidianos. Así, con una evidente influencia francesa, las temáticas de prosa y poesía de algunos escritores comenzaron a tener una atracción hacia lo considerado repulsivo y un gusto por la ambigüedad. La maldición comenzó a convivir con la serenidad, el pudor con la sensualidad y lo divino con lo diabólico. César Fuentes, apuntó: “Las fiestas románticas eran más bien orgías siniestras, ya que los románticos no escatimaban esfuerzos en hacer tales reuniones lo más macabras posibles, decorándolas con calaveras, esqueletos…, revistiendo la habitación con telas negras y agregando motivos y objetos de una perversión algo pueril”.
En las últimas décadas del siglo XIX, los elementos más oscuros de la tradición romántica dieron origen al llamado “movimiento decadentista”, que se distinguió por su pesimismo y su humor ácido (o negro). El decadentismo cultivó en buena medida una fascinación por lo antinatural, degenerado, la perversidad sexual, lo enfermizo, la trasgresión, el desencanto por lo religioso, el fracaso, entre otros temas, que aludían a la decadencia de ese mundo que vivía ya la revolución industrial. Fue una respuesta a los procesos de modernización y su influencia en la debacle de la condición humana. En el decadentismo se volvió atractiva la idea de perversidad, pero no con el tinte demoníaco propio de una visión religiosa, sino en la visión de adoptar una personalidad siniestra para criticar lo establecido de una manera más radical que el romanticismo. El gran Juan José Tablada (1937) se hizo eco, como nadie, de la influencia de Baudelaire y sus paraísos artificiales en este movimiento en la literatura mexicana.
Los góticos marcan desde la literatura sus fronteras culturales y, por esta razón, que alguien se asuma como un “ser tenebroso” o una “criatura nocturna” y que guste de la noche, los vampiros, soñar con la muerte, adentrarse en la oscuridad del alma humana o leer a los poetas malditos, está elaborando una identidad muy particular a la que se asocia en demasía con el satanismo, aunque esto no puede generalizarse. La cultura gótica (contracultura para muchos) es un estilo, una manera de pensar que ha ido recogiendo los lados más oscuros de diversas corrientes de pensamiento. Los puntos comunes de este picoteo intelectual se hallan en la apreciación por la dicotomía de la vida, el contraste entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, con la conciencia de que no hay una cosa sin la otra. Los góticos poseen un sentido del humor que puede entenderse como siniestro; sienten simpatía por cierta belleza, cierta fealdad, una inclinación inequívoca hacia lo arcano, profano, distinto, pálido, la tristeza y la melancolía.
Tratar de clasificar lo gótico es complicado, pero hay un rasgo típico que procede de muy atrás y que tiene un reflejo perfectamente visible en el decadentismo: el desencanto por lo religioso, la muerte de Dios. Sin duda, Friedrich Nietzsche es uno de los autores de cabecera para ellos. Resulta clave por su crítica hacia los valores tradicionales de la cultura occidental, y entre ellos el más sustantivo: el cristianismo. La crítica a la religión es complementaria de la crítica a la moral, la evidencia de su antinaturalidad y su decadencia. Nietzsche expone que la religión nace del miedo que el hombre tiene de sí mismo, la analiza como un mecanismo de defensa que permite atribuir el propio destino a un ser más poderoso. Considera que el cristianismo sólo fomenta valores mezquinos (obediencia, sacrificio, humildad), ninguno de ellos virtuoso.
Nietzsche ha influido en el pensamiento de muchos de los grupos musicales considerados como bandera de lo gótico contemporáneo, entre ellos los españoles Mago de Oz, que se expresan así en el disco Gaía II, producido en 2005:
Padre Nuestro, de todos nosotros,
de los pobres, de los sin techo,
de los marginados y de los desprotegidos,
de los desheredados y de los dueños de la miseria,
de los que te siguen y de los que en ti
ya no creemos.
Baja de los cielos, pues aquí está el infierno.
Baja de tu trono, pues aquí hay guerras, hambre, injusticias.
No importa que seas uno y trino, con uno sólo que
tenga ganas de ayudar, nos bastaría.
¿Cuál es tu reino? ¿El Vaticano? ¿La banca?
¿La alta política?
Nuestro reino es Nigeria, Etiopía, Colombia, Hiroshima.
El pan nuestro de cada día son las violaciones, la
violencia de género, la pederastia, las dictaduras, el
cambio climático.
En la tentación caigo a diario, no hay mañana en la que
no esté tentado de crear a un Dios humilde, a un Dios
justo. Un Dios que esté en la tierra, en los valles, en los
ríos. Un Dios que viva la lluvia, que viaje a través del
viento y acaricie nuestra Alma.
Un Dios de los tristes, de los homosexuales. Un Dios
más humano, un Dios que no castigue, que enseñe; un
Dios que no amenace, que proteja.
Que si me caigo, me levante, que si me pierdo, me
tienda su mano. Un Dios que si yerro no me culpe y que
si dudo me entienda, pues para eso me dotó de inteligencia
para dudar de todo.
Padre Nuestro, de todos nosotros, ¿por qué nos has olvidado?
Padre Nuestro, ciego, sordo y desocupado, ¿por qué nos
Has abandonado?
El filósofo alemán fue la respuesta en su momento —y aún hoy— a la angustia espiritual y existencial de un hombre sin voluntad generada por un cristianismo en decadencia. Para los góticos, el cielo no existe y el infierno está aquí mismo. Nietzsche remarcó que era importante la voluntad de poder, del superhombre y de desenmascarar a la moral tradicional religiosa, tal y como se expresa en Así habló Zaratustra: “¡Yo os exhorto a permanecer fieles a la tierra, y no creer a los que hablan de esperanzas supraterrestres. Son envenedadores, conscientes o inconscientes. Son menospreciadores de la vida, moribundos que están a su vez envenenados, seres de quienes la tierra se halla ya fatigada; que se vayan de una vez! En otro tiempo, la blasfemia contra Dios era la mayor blasfemia, pero Dios ha muerto, y han muerto con Él esos blasfemos”.
La descomposición de una doctrina cristiana globalizadora había dejado en desorden, o sencillamente había dejado en blanco, las percepciones esenciales de
la justicia social, del sentido de la historia humana, de las relaciones entre la mente y el cuerpo, del lugar del conocimiento en nuestra conducta moral, y esto no fue ajeno a la literatura decadentista. Autores como Marshall Berman (1981) han descrito con acierto esa ausencia, ese vacío de valores que, lejos de conducir a la resignación, ha alimentado la reflexión y la creación desde el humanismo. Para Nietzsche (y los góticos) el hombre es un ser miserable e inmundo, un animal fundamentalmente defectuoso que achaca su destino a un “ser superior”. El superhombre, por el contrario, es el amor a la vida, libre de los valores del pasado, autónomo. La búsqueda de esta libertad se palpa en el movimiento gótico actual.
Referencias
[1] Profesor e Investigador de Tiempo Completo de la Licenciatura en Comunicación Intercultural de la Universidad Intercultural de Chiapas; forma parte del Cuerpo Académico Lenguas y Discursos Culturales en la Frontera Sur y trabaja temas sobre culturas juveniles, diversidad cultural y contracultura; Doctor en Ciencias Sociales y Humanísticas por el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas.
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