Deinición de jardín
Mariana dice que la palabra jardín se puede aplicar a todo, a casi todo. El cielo es un jardín de estrellas, dice; el cementerio un jardín de tumbas; el infierno un jardín de flores de fuego. Se llega a tal extremo, dice ella, que hay jardines de niños. Es una pena que la palabra asilo sea bonita, porque, de lo contrario, podría suplírsela por jardín de viejos.
El jardín exige que alguien se encargue de su cuidado. Mariana dice que la Tierra, al principio, fue el Jardín del Edén; es decir, el territorio donde Adán y Eva (los humanos) vivían en armonía con la naturaleza (Dios).
La Biblia cuenta que un día (traviesos, ¡humanos dejarían de ser!) Adán y Eva se atrevieron a desobedecer a Dios y éste los condenó a vivir en un jardín de penas.
Los hijos de Eva no estuvieron de acuerdo. De acuerdo con las leyes, las penas no son conmutables. Adán y Eva habían cometido una falta, bueno, ya ellos habían pagado su afrenta con el castigo divino. Ahora, los hijos, tratarían de crear un jardín, si bien no a la altura del Jardín de Dios, cuando menos un jardín donde sus hijos crecieran en medio de la armonía y sembraron un jardín con flores bellas llamadas amapolas.
Los hijos de Eva cultivaron jardines donde fluye el agua en forma de mojitos y de daiquirís; cultivaron jardines donde los cuerpos desnudos crecían como rosas sin espinas; cultivaron jardines donde el tiempo era un árbol eterno. Pero Dios, de nuevo, se sintió ofendido y creyó que esos jardines eran una réplica maldita de Sodoma y Gomorra y mandó a que los hijos de los hijos también sufrieran el fuego de su furia.
Desde entonces, los hombres y mujeres del mundo terrenal están confusos. Sólo jardines de nucleares atómicas se les ocurre hacer. Los jardines actuales no están cercados con setos sino con alambradas de púas, como si fuesen campos de concentración. Pobres los hombres y mujeres, pobres, porque olvidaron el concepto esencial del jardín: la unión armónica de la Tierra con el Cielo, así, con mayúsculas.
Pobres los hombres y mujeres. Les hace falta alguien que pode las plantas; alguien que, con un rastrillo, levante las hojas secas y las acomode en costales de yute; alguien que a los árboles del jardín les dé forma de pájaros y venados. Hacen falta jardines japoneses o jardines como los de Versalles. Ahora, qué pena, abundan los jardines llenos de abrojos, jardines que son tristes, sin niños que corran por sus veredas, sin niños que eleven papalotes.
Mariana dice que la palabra jardín se puede aplicar a todo, a casi todo. Se puede aplicar a lo bello y a lo desagradable. Ahora, muchas ciudades son como jardines donde sólo crece la mierda. Por fortuna, aún subsiste algo que se llama jardín de la esperanza, éste crece en los corazones de los niños y de las niñas que, a pesar de todo, poseen la flama del deseo puro.
¿Qué es un libro? Es un jardín de letras. ¿Qué es el universo? El jardín de Dios, el infinito, y no el plástico que acá en la Tierra se llamó Edén. El hombre de todos los tiempos ha reconocido, sin reconocerlo, que el Paraíso no estuvo en esta bolsa de plástico que se llama Tierra, el Paraíso es el universo y de acá ningún Dios nos puede arrojar, porque en el universo no hay un solo árbol prohibido, un árbol que no pueda ser tocado. El hombre de todos los tiempos es el dueño legítimo de ese espacio que es como un sueño y que se llama Universo, que es como decir el Jardín sin tiempo.
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