Definición de Premio Chiapas
Es una planta endémica del desierto que, dicen, halló su territorio natural en la selva. Es un cacto con aureola. La lluvia pertinaz afecta su piel, una piel que es fina, delicada, casi casi porcelana de tacita de té japonesa.
Los mayores cuentan que es una planta curativa. Algunos advenedizos emplean sus hojas para infusión que sana las quemaduras. Se sabe que hay personas que, expuestas demasiado a la luz de los reflectores, se queman con quemaduras de segundo y tercer grado. Por lo regular, quienes sufren estas últimas quemaduras son aprendices de ejecutantes de música. Como sus melodías no bastan para alcanzar las alturas donde moran los verdaderos artistas, buscan, con obsesión, la luz de reflectores de mil vatios. Sus quemaduras son tan graves y severas que pierden, incluso, la capacidad de habla y cuando son forzados a dar una opinión sólo alcanzan a soltar un chorro de voz que apesta como el agua del río Sabinal.
Pero, asimismo es una planta milagrosa, porque, en algunos casos, la gracia divina se alía al prestigio del recipiendario.
Es escasa. Sólo se le halla en lo alto de la montaña y florece en determinadas épocas. Se cuenta que es una planta en peligro de extinción. Por eso, en el Botánico Faustino Miranda tienen una planta madre que cuidan como la niña de sus ojos. Todo mundo está de acuerdo con que no todas las personas han entendido el bien que hace a la humanidad. Por eso, a veces, la llenan de polvo y dejan de regarla con agua de chía.
En toda su historia han existido depredadores que han querido vender la planta a transnacionales que hacen medicinas de patente; empresas que la comercializarían con la misma publicidad engañosa con que promueven las pastillas Nixon, por ejemplo. Por fortuna, los encargados del botánico la protegen con esmero y cuidado. Estos vigilantes saben que cuidan la brasa que prendieron los mayores y que la legaron para que dé luz infinita.
Cuando la gracia divina se alía al prestigio del recipiendario, la planta brilla con una coloratura especial, como si algún niño precoz tocara música de cuerda en sus peciolos. Es cuando la melodía inunda los valles y montañas de todo el territorio y la gente de bien canta, baila, bebe su trago, contrata marimba para que sus ejecutantes toquen las horas de las horas, de los días de los días. ¡Que los quemados se consuman en sus cenizas y en sus sueños de pirotecnia! ¡Que sólo brillen los tocados por la gracia, los colibríes que vuelan en honor de la miel suprema!
Los mayores cuentan que una vez Rosario recibió la planta; cuentan que la misma planta fue bálsamo para los corazones de Jaime, de Juan, de Laco. Quienes entregaron la planta soberbia a Rosario supieron que ella era fuente inagotable de luz, que era río de palabras luminosas. Ya después la patria y el mundo enteros también prenderían velas en su altar. Fueron visionarios, hechiceros del arco iris.
Ha habido tiempos en que la planta ha sido usurpada y se ha entregado a manos falsas (como la del músico ya mencionado), pero ha habido tiempos en que ella ha sido candil para la oscuridad del mundo. En estas ocasiones ha brillado y ha dado lustre al poco lustre que nos queda. Qué digna la planta cuando ha sido entregada para su cuidado en manos de Heberto; qué bella ahora que la recibe Andrés, que es agua limpia de un mismo río que un día llegó de España.
Es preciso que los guardias del botánico cuiden y protejan esta planta curativa y milagrosa. Que no se extinga; que siempre (es necesario) se entregue, más que a los quemados, a quienes tienen luz propia y alían sus energías a la del universo.
Un abrazo para Andrés; otro para Óscar.
Agradezco a Alejandro Molinari, pluma fina como la seda más exquisita, sus felicitaciones por haber obtenido el Premio Chiapas. Gracias por un texto que hace gala de imaginación literaria y de generosidad. Hago votos porque la planta que dice Alejandro, crezca aún más robusta y bella y que esparza su polen por las veredas de Chiapas, nuestra tierra.
Andrés Fábregas