¿Para quién es la ciudad?
Vivimos sin duda en una época crítica; a medida que somos más personas, la diversidad en las personas reforzada por la creciente necesidad de individualizarse incrementa las posibilidades de conflicto. La inestabilidad de la economía internacional, el extremismo religioso, la inequidad en la distribución de los recursos, el cambio climático, son amenazas potenciales que obligan a encontrar soluciones no solo innovadoras sino democráticas.
A nivel nacional, los problemas no son muy diferentes y en un país con una tasa de urbanización cercana al 80%, los problemas en las ciudades deben ser una prioridad. Las ciudades consumen 75% de la energía utilizada en el mundo, y producen cerca del 80% de los gases de efecto invernadero que producen el cambio climático a nivel global. En México además, según un estudio del CONEVAL en 2012, el 68.6% de los 53.3 millones de pobres en el país vivían en zonas urbanas. Según el mismo reporte, en la zona metropolitana de Tuxtla Gutiérrez el 54.4% de la población tenía un ingreso inferior a la línea de bienestar.
Más allá de los esperanzadores discursos, los gobiernos locales no han sido eficientes en mejorar equitativamente la calidad de vida de la sociedad producto de la torpe obsesión de hacer lo inmediatamente redituable más que lo estratégicamente correcto, y de la corta visión para entender que a largo plazo la primera es más cara que la segunda.
La inequidad que se viven en nuestras ciudades es preocupante, pero más la forma en la que la naturalizamos. Vivimos en ciudades donde una calle divide a un barrio iluminado de otro obscuro; donde se estima que un muro, divide positivamente a colonias más que negativamente a personas. Vivimos en ciudades donde se invierte más en pavimentaciones para vehículos, que en banquetas seguras y accesibles para personas. Vivimos bajo gobiernos que invierten más en combate al delito con cámaras que en la prevención fomentando las relaciones humanas; priorizando inversiones turística más que de servicios básicos. Vivimos como una sociedad que acepta más ahorrarse un pago de tenencia vehicular de un automóvil propio, que demandar que ese pago se destine a transporte en automóviles colectivos.
Subestimando el caos en el que vivimos en nuestras ciudades, no identificamos áreas de oportunidad para implementar estrategias efectivas. Subestimando a la población residente, desaprovechamos el activo permanente más importante dentro de la siempre variable fórmula hacia el desarrollo. ¿Quiénes deben dar forma a nuestras ciudades? Quienes la pagan con sus impuestos. Los problemas sociales en una ciudad son complejos y el trabajo para intentar resolverlos requiere de la participación efectiva de sus habitantes, pero sobre todo, de una visión de interés colectivo. Una ciudad exitosa no es aquella que mejora la calidad de vida de algunos, sino la que cierra la brecha de inequidad entre unos y otros, así que la próxima vez que pensemos en soluciones a los problemas de las ciudades demos prioridad a quien lo necesite más.
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