“Nosotros los artistas”
Hace tiempo que esta frase da vueltas en mi cabeza, no sé si para reír a mandíbula batiente o simplemente para entristecerme por los ridículos ajenos; igual son las dos cosas, dependiendo del ánimo o el lugar donde lo escuche. No creo que sea el único que la haya oído porque es tan común en los medios de comunicación como ir a comprar tortillas en la esquina. Alguien se sorprenderá que se hable de ello, pero intentaré expresar los motivos para escribir algunos párrafos sobre el tema.
En el mundo occidental la autoría moderna hay que situarla en el Renacimiento, puesto que en el medievo la tradición clásica de Grecia y Roma sucumbió durante varios siglos. ¿Cuántos saben quién o quiénes diseñaron y construyeron las iglesias románicas y las catedrales góticas europeas, o quiénes pintaron sus frescos? Por sólo poner un ejemplo. Lo que ahora llamamos arte en ese momento era un servicio, a veces religioso, o una actividad coral realizada por varias personas. Sin embargo, el mundo contemporáneo ha aportado un incremento desmesurado del valor de la autoría, llevada hasta la hipertrofia. Tan es así que cualquiera se llama artista. Lo mismo se aplica a otras profesiones o actividades que tienen reconocimiento social; véase el caso de los intelectuales, o de aquellas profesiones o titulaciones bien vistas y respetadas.
En lo personal esa autocomplacencia no me deja indiferente. Escuchar que alguien se atribuye un talento, para quien ha crecido en la idea del igualitarismo social, no deja de parecer un menosprecio para otros por dos circunstancias. Va la primera y en forma de pregunta. ¿Quién otorga el carácter de artista y por qué? Como es lógico ese carácter lo dan otros, no uno mismo, a no ser que la vanidad o el ego estén exacerbados de forma enfermiza. Ejemplo. Si un cantante se denomina artista lo hace porque se supone que canta, pero muchos de nosotros conocemos a personas que también cantan, y muy bien, y no se llaman artistas, así que la diferencia debe ubicarse en otro lugar, y este suele ser el mercado. Quien logra entrar en tal engranaje comercial será artista, los otros no. Ahí, el talento, no siempre triunfa, incluso hay personas que tampoco desean entrar en dicho mercado, y otras han sido destrozadas por la dinámica mercantil.
En segundo lugar, denominarse artista establece una diferenciación con otras personas que no lo son. Si no existe una pregunta explícita nadie dirá: “nosotros los basureros”, “nosotros los albañiles” o “nosotros los hotdoqueros o los perreros”, denominación esta última si vamos a algún estado del norte del país. Profesiones o labores tan respetables como las que más, al menos desde mi punto de vista. Disparidad social de nuestro tiempo, pero no novedosa si se mira al pasado.
Habrá que felicitar a los “artistas” por serlo, pero es bueno recordarles que hace siglos no tenían reconocimiento, así que las cosas cambian. Y, también, debemos saber que los marcadores para la diferenciación social existen, y alguno de ellos es tan sutil como el de ser artistas. Anhelo para unos, motivo de envanecimiento para otros. Y finalizo con el león de Belfast, Van Morrison, cuando en una entrevista le preguntaron si creía que era un poeta, su respuesta, austera como él en escena, fue simple: yo solo canto, no sé hacer otra cosa. Muchos deberían tomar nota.
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