La nueva crisis de los migrantes cubanos
Desde la ruptura de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, con la guerra fría de por medio, no ha dejado de existir una migración hormiga de cubanos hacia el gigante del norte de América, aunque en ciertas ocasiones tal éxodo se produjo de forma masiva, como fue el caso de los conocidos como “marielitos” en 1980. Hoy se vive un nuevo episodio de éxodo masivo pero que tiene como escenario los países centroamericanos, con especial incidencia en Costa Rica.
Seguramente la apertura de relaciones entre la isla de Cuba y los Estados Unidos ha causado temor entre los cubanos deseosos de buscar un mejor futuro personal o familiar. Hay que recordar que un cubano que llegue por mar o a través de un tercer país tiene facilidades para obtener la residencia, algo que no ocurre si su arribo es por otra vía, como es un vuelo regular entre ambos países. Si se continúa la normalización de actividades de todo tipo entre las dos naciones implicadas es muy posible que el privilegio expuesto en este párrafo pueda desaparecer.
Debido a lo anterior es fácil comprender que muchos cubanos hayan optado por abandonar su tierra pero ahora dirigiéndose a Centroamérica. Sin embargo, el cierre de la frontera de Nicaragua para estos migrantes ha ocasionado un problema para que continúen por tierra su camino hacia el destino final. Un “plan piloto” acordado entre el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), México y la Organización Internacional de las Migraciones en Guatemala, y con respaldo de la Organización de Estados Americanos (OEA), pretende solventar ese impasse haciendo volar a los migrantes cubanos desde Costa Rica a El Salvador y de ahí continuar su camino hacia los Estados Unidos con el respaldo de los países que atravesarán por tierra.
Solución práctica, por supuesto, pero que no deja de plantear varios y tristes aspectos de la realidad de los países de nuestro entorno, incluido México. El primero es cómo nuestro vecino del norte ha utilizado la inmigración de cubanos como un arma política, otorgándoles ciertos privilegios que no pueden gozar otros. Hacer de la necesidad una virtud para socavar a los gobiernos isleños es usar a los seres humanos como instrumentos de geopolítica.
Otro aspecto, y que involucra a México como país, es el trato diferenciado que recibirán estos migrantes cubanos frente al sinnúmero de paisanos y centroamericanos que cruzan ilegalmente las fronteras o territorios cada vez más tamizados por la delincuencia organizada. Trato humanitario para los cubanos sí, pero también para el resto de los inmigrantes. Buscan el mismo destino pero no todos cuentan con facilidades de tránsito. Tanto en Centroamérica como en México los gobiernos y sus dependencias involucradas no se caracterizan por el respeto a los derechos humanos, en especial cuando los transeúntes son centroamericanos.
Los países y organizaciones que ahora solventarán la crisis de los migrantes cubanos no tienen la misma disposición cuando se trata de sus propios paisanos. Triste, por decir lo menos, que las decisiones de los Estados Unidos continúen definiendo la disímil forma de abordar el tránsito de seres humanos en el continente americano.
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