Camarillas en México: presente e historia
Acabo de leer un libro publicado por el Instituto Mora y escrito por José Alfredo Gómez Estrada. En su título se entiende con nitidez su contenido: Lealtades Divididas. Camarillas y poder en México, 1913-1932.
En sus páginas se reconstruye, siguiendo los datos personales de muchos de los políticos que participaron en la Revolución mexicana y en los gobiernos posteriores que se conformaron tras los hechos de armas, las relaciones que establecieron los sonorenses que monopolizaron el poder. Parentescos, amistades, lealtades y traiciones se entrecruzan en la obra para mostrar cómo se conformaron camarillas de poder y de intereses económicos. Camarillas entendidas como pequeños grupos de personas con “relaciones densas”, interacciones cara a cara y apoyo mutuo, todo ello con el fin de obtener objetivos concretos, estructurados por intereses comunes, y así ampliar las posibilidades de lograr mejores resultados en el ámbito político, aunque podríamos también ampliarlo al económico.
Recordar a personajes como Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles o Abelardo L. Rodríguez y sus nexos no es anecdótico puesto que el modelo establecido en la posrevolución en México ha seguido y sigue presente en la actualidad. Las élites políticas, de cualquier lugar del mundo, no son ajenas a esta forma de establecer vínculos personales, sin embargo en el caso nacional tal circunstancia se ha convertido en una constante que no ha desaparecido.
Son muchos los casos de personajes desconocidos, y sin capital económico y social, que se convierten en flamantes políticos o destacados empresarios, al mismo tiempo o con posterioridad al desempeño de cargos públicos. Munícipes, secretarios, gobernadores o incluso presidentes han llegado a dichos puestos gracias a formar parte de camarillas, o adherirse a alguna en un momento clave.
En el caso chiapaneco no hace falta escribir nombres para que les surjan a borbotones en su mente al leer estas líneas. Esta realidad, innegable, lógicamente debería navegar por otros mares si deseamos una sociedad más justa, como por ejemplo que el ascenso político llegue a través de los méritos propios, lejos del parentesco y el amiguismo. Buenos deseos que no siempre se cumplen. Pero hasta que esto ocurra, con la intención de ser optimista, será bueno que desde la investigación social se emprenda el estudio de estas camarillas chiapanecas, históricas y presentes. Su conocimiento, lógicamente, permitirá entender cómo o de qué forma se ha constituido el poder local en Chiapas. No creo que a nadie sorprenda lo que se halle, pero mostrarlo tiene sentido si se quiere desmantelar, aunque sea a largo plazo, la forma de hacer política.
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