¿Demasiada felicidad?
Casa de citas/ 252
¿Demasiada felicidad?
Héctor Cortés Mandujano
He oído hablar de un niño de cuatro años
que intentó sacarse los ojos porque
le tenía un miedo atroz a su padre
Henning Mankell,
en La falsa pista
Empecé el eBook Demasiada felicidad, de Alice Munro, y sólo pude leer de un tirón el primer cuento. Terrible, tremendo, demoledor. De allí en adelante me fui con tiento y leí, hasta terminar el volumen, una historia diaria de esta mujer genial. Su libro tocó hondamente mi corazón y ya la tengo (y he leído nada más dos volúmenes suyos) dentro de mis favoritas. Una artista de pies a cabeza.
En el cuento que da nombre al volumen, una amiga le dice a la protagonista para que entienda la diferencia entre los hombres y las mujeres, en los terrenos del amor erótico: “Recuerda que cuando un hombre sale de una habitación, se lo deja todo en ella […]. Cuando sale una mujer, se lleva todo lo que ha ocurrido allí”.
“Demasiada felicidad” es, por supuesto, un cuento triste y está basado, lo dice la autora, en la vida y la muerte de Sofía Kovalevski, novelista y matemática rusa.
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Mi yerno y mi hija me regalaron un celular con muchas aplicaciones; con una de ellas puedo ver hasta películas de Netflix y lo hago, nomás por probar. Veo La tierra prometida (Promised Land, 2012), de Gus van Sant; bien dirigida, bien actuada, pero con un guion flojo, con demasiadas concesiones a la cursilería.
Me desquito y veo en mi tv Aventura en Alaska (Into the Wild, 2007), escrita y dirigida por Sean Penn. Muy buena. La historia se centra en un joven de la vida real que decidió abandonar comodidades, dinero, carrera, familia convencional por vivir (y morir) solo. En Demasiada felicidad, de la Munro, hay una historia parecida (“Pozos profundos” se llama). Nomás que aquí el hijo vuelve a ver a su mamá y para ambos resulta imposible entender por qué sus vidas son tan polarmente distintas.
Kent, el hijo, dice a Sally, su madre: “Vivo cada día como viene. En serio. Tú no lo comprenderías. Yo no estoy en tu mundo, tú no estás en el mío…”
Y más, cuando ella le dice que entiende que él intenta comprender su vida: “Mi vida, mi vida, mi evolución, qué podría descubrir de mi asqueroso yo. Mis metas. Mis tonterías. Mi espiritualidad, mi intelectualidad. No hay nada dentro. […] Lo único que hay es lo de afuera, lo que haces, todos y cada uno de los momentos de tu vida. Desde que me di cuenta de eso soy feliz. […] Me he liberado de esas estupideces del yo. Pienso cómo puedo ayudar, y es lo único que me permito pensar.”
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