Cargar la reata
Casa de citas/ 248
Cargar la reata
Héctor Cortés Mandujano
Es más triste un títere degollado que un hombre muerto
CJC
Sólo porque sí me llega el pensamiento, mientras termino de leer La colmena, de Camilo José Cela.
Truman Capote escribió A sangre fría (reportaje literario o novela de no ficción, como la llamó, sobre un crimen en Kansas, en 1966); luego, en copias con talento, repitiendo el hallazgo y adaptándolo a otros crímenes de sus países, García Márquez escribió, en 1981, Crónica de una muerte anunciada, y Vicente Leñero, en 1997, Asesinato.
John Dos Passos publicó Manhattan Transfers (1925), un collage, una mezcla de muchas vidas, muchos personajes en la ciudad del título, y luego Camilo José Cela, copiando el modelo, hizo lo mismo en La colmena (1951), sobre Madrid, y Carlos Fuentes en La región más trasparente (1958) sobre el Distrito Federal.
Dos novelas originales y cuatro copias, las seis excelentes.
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Leo Navidad en las montañas, seguida de El Zarco (Editores Mexicanos Unidos, 2001; las novelas se publicaron originalmente hace más de 100 años). Dice el prólogo de la primera, firmado por Miriam Estévez, que don Ignacio murió el 13 de febrero de 1893 y (p. 12) “al parecer, careció de tiempo para el amor –acaso algún tropiezo, alguna decepción o un romance sin trascendencia–, ni para la intimidad ni el recogimiento”. Mi mente alburera me traiciona: Si no tuvo tiempo para el cogimiento, menos para el recogimiento.
En la dedicatoria de Navidad… Altamirano dice que su amigo Francisco Sosa, en diciembre de 1890, “casi me secuestró, por espacio de tres días, a fin de que escribiera esta novela”. La novela parece, efectivamente, hecha con prisas; sin embargo, el genio de este hombre cuaja en la historia de amor de Carmen y Pablo; en El Zarco hay más garra narrativa y, supongo, más tiempo de escritura.
El Zarco se publicó póstumamente, en 1901, y dada la actividad de robo y pillaje del personaje central (o más o menos central, pues al Zarco le roba luces el romance entre Nicolás y Pilar) puede leerse sin albur la canción que cantaban los bandidos de a caballo de aquellos tiempos (p. 152):
Mucho me gusta la plata,
pero más me gusta el lustre,
por eso cargo mi reata
pa’ la mujer que me guste.
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