Acteal, matar la semilla
En diciembre de 1997 en una aldea hindú, un centenar de paramilitares rodea las casas, se distribuye estratégicamente y asesina a 74 miembros de un humilde pueblo habitado por personas de la casta más baja; los “dalits” conocidos también como parias, intocables o panchamas.
La tragedia; cortesía de terratenientes y de acuerdo con testimonios posteriores, fue rubricada con una leyenda que los sicarios escribían con sangre de las víctimas en los muros de las humildes casas de la aldea:
“Matamos a los niños porque cuando crecieran se convertirían en rebeldes. Matamos a las mujeres porque darán a luz a más rebeldes”.
Antes; en Centroamérica, las masacres eran cotidianas y respondían a la lucha que los sectores sociales más vulnerables realizaban por la tierra. La herencia colonial hizo una sociedad criolla que se sostenía en estructurales sociales, económicas y culturales profundamente jerárquicas.
Es decir, la sociedad era -y en muchos sentidos lo sigue siendo sobre todo en el económico- bastante excluyente.
De esta manera, si una sociedad es excluyente; esa exclusión la sufren los sectores más vulnerables y el asunto se vuelve peor cuando hay violencia política de por medio. En el caso centroamericano esa violencia la sufrieron los pueblos indígenas.
En El Salvador el famoso batallón “Atlácatl” nombrado así en memoria del presunto líder indígena de la época de la conquista colonial que enfrentó a Pedro de Alvarado en el actual territorio salvadoreño; perpetró las atrocidades más horrorosas contra la población indígena en la guerra civil de los años 80s.
La matanza del “Mozote” las de “Tenango” y Guadalupe son algunas de las carnicerías humanas realizadas por el batallón formado por cierto en la famosa “Escuela de las Américas”.
En Guatemala la mayoría de las masacres se concentraron en la zona conocida como la “Franja Trasversal del Norte” curiosamente hoy se sabe que probablemente sea la zona más rica del país chapín.
Otra vez como en El Salvador, se recurre a un héroe nacional; en este caso a “Kaibil Balam” -el rey maya que nunca fue capturado por Pedro de Alvarado- para bautizar a una unidad militar de élite que se volvió célebre por las matanzas por ejemplo las de las “Dos Erres”, por la política militar de tierra arrasada y por el apoyo que desertores le han dado al crimen organizado mexicano.
Está incluso documentado que en esas épocas en Centroamérica, las unidades especiales de los ejércitos trataban y mataban con crueldad a las mujeres embarazadas; para que no nazca un nuevo guerrillero, para que el “patojito” no agarre las armas cuando crezca.
En el pueblo maya, este hecho tiene un enorme sentido simbólico porque se mata la semilla, se mata la raíz y claro está se rompe la continuidad biológica de un pueblo. Tal y como se describe en el documento elaborado por la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) de Guatemala. https://goo.gl/w6EkU0
Con esa experiencia horrorosa acontecida en la India, pero también en Centroamérica y en muchas otras partes del mundo, se puede esclarecer o definir lo que es una masacre.
Para empezar es evidente que cuando ocurre una masacre hay una fragante violación a los derechos humanos, sobre todo de primera y segunda generación porque hay tortura, trato cruel que incluye violaciones sexuales a las mujeres, también existe la desaparición forzosa y la destrucción y desaparición o robo de bienes.
También una masacre ocurre cuando hay un “estado de indefensión” es decir cuando la víctima no puede o no tiene medios para defenderse o cuando el instrumento con el que se le ataca es inmensamente desproporcionado ante el que la víctima puede tener para defenderse.
Todo ello -o casi todo- ocurrió hace 18 años un 22 de diciembre no en la India, no en un país centroamericano ahogado por la guerra civil. La masacre sucedió en Chiapas. En un estado que si bien es cierto había visto recientemente una revuelta indígena; en esos días había un cese al fuego unilateral del gobierno federal.
Sin embargo existían refugiados o desplazados internos y un ambiente en muchas comunidades chiapanecas que formaban parte del círculo de influencia zapatista de tensión social.
No todas las comunidades se fueron a la guerra, eso es claro; también que en una misma comunidad había partidarios y no partidarios de la guerra. Evidentemente eso era un coctel explosivo que tarde o temprano estallaría.
Y estalló en Acteal.
Un 22 de diciembre, un comando de más de cien hombres fuertemente armados atacó la comunidad de Acteal en el municipio de Chenalhó, Chiapas.
Ese día fallecieron 45 indígenas tsotsiles bajo la metralla de alto calibre. Seis hombres, veintidós mujeres -algunas de ellas embarazadas- y 18 niños murieron mientras rezaban en la iglesia local. Es decir estaban en total “estado de indefensión”.
De pronto y de golpe ante el grito de la irrupción indígena neozapatista, la respuesta llegó brutal, descarnada y con toda la fuerza de la impunidad que hasta la fecha gozan los responsables de procurar justicia y seguridad a los habitantes de este país. Una justicia que no llega a los más pobres y vulnerables.
La respuesta ante la rebeldía fue la masacre.
Porque Acteal eso fue; una masacre que incluso atentó contra el elemental derecho a la existencia de los pueblos indios y las personas nativas, y en contra también de la integridad e identidad cultural.
Ese es el fondo. Y no el pensar en una estrategia militar que falló o en el simple hecho de un pleito entre comunidades rivales que se resolvió de manera trágica.
La rebeldía, el sueño a existir de manera digna se contrarrestó con una masacre que se sostiene en la impunidad. Una impunidad que tiene intimidada a la población de Acteal a cuyos habitantes la tragedia les cambió la vida y además los mantiene en el vilo permanente de que otra vez se vuelvan a repetir los hechos.
Es decir la impunidad y la falta de esclarecimiento de los hechos hacen que esa zozobra de una nueva tragedia tenga permeando 18 años en la población de Acteal.
Además existe una total falta de acompañamiento institucional; porque el caso se encuentra desde el 2005 en la Corte Interamericana de Derechos Humanos sin acuerdo entre el Estado Mexicano y la organización civil “Las Abejas” que es la organización que perdió a sus miembros en la masacre.
Por otro lado, el concepto o figura legal de la “solución amistosa” es negado por el Estado Mexicano, sencillamente porque al aceptar esta figura, acepta su responsabilidad sobre un evento en donde sus funcionarios de esa época y ahora repiten que se trató de un conflicto intercomunitario.
En Acteal han querido matar la semilla, pero ésta a pesar de los pesares renace y se sigue indignando.
No olvidemos.
Construyamos ciudadanía, así terminará la impunidad tarde o temprano y germinará la semilla que sembraron los mártires de Acteal.
Que los últimos en el desarrollo sean los primeros.
Parafraseando a Pablo Milanés:
“Pisemos todos los calles nuevamente, para que renazca mi pueblo de su ruina y paguen su culpa los traidores”.
https://www.youtube.com/watch?v=n9X3loxh5iQ
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