Molière: la risa, la ironía, la burla
Casa de citas/ 247
Molière: la risa, la ironía, la burla
Héctor Cortés Mandujano
Aunque ya las había leído, vuelvo a leer las comedias de Molière. Hay tanto que se le puede aprender. Goethe, dice la introducción de Rafael Solana en mi ejemplar (Porrúa, 2004: XXIII), “admiraba tanto a Molière que cada año volvía a leer todas sus obras”.
Cinco son las concentradas aquí (se representaron en la segunda mitad del 1600): “El avaro”, “Las preciosas ridículas”, “El médico a fuerza”, “La escuela de las mujeres” y “Las mujeres sabias”. Apenas puedo tocar en este espacio las dos primeras. En “El avaro” es La Flèche quien nos aclara quién es Harpagon, el personaje principal (p. 22): “El dinero aquí anda muy caro. […] Dar es palabra por la que siente tal aversión, que nunca dice ‘Os doy’ sino ‘Os presto’ los buenos días”.
Frosina, por conveniencia, dice a Harpagon (p. 26): “Vuestro catarro no nos aviene mal, porque tenéis buena gracia para toser”. Harpagon, por ahorrar, no da ni de comer a los caballos. Le dice el Maese Santiago (p. 31): “Les hacéis observar tan austeros ayunos, que no son ya caballos sino ideas, fantasmas o remedos de caballos”. El avaro cuida tanto de lo suyo, que dice maese Santiago (p. 32), “hicisteis comparecer ante el juez a un gato de la vecindad, que se os comió los restos de un jigote de carnero” (jigote es, para nosotros, el picadillo de carne).
Harpagon quiere la misma mujer que su hijo Cleanto y eso los hace discutir de esta graciosa forma (pp. 46-47):
Harpagon: Te prohíbo presentarte delante de mí.
Cleanto: Enhorabuena.
Harpagon: Te abandono.
Cleanto: Abandonadme.
Harpagon: Dejas de ser mi hijo.
Cleanto. Sea.
Harpagon: Te desheredo.
Cleanto: Como queráis.
Harpagon: Y te doy mi maldición.
Cleanto: No sé qué hacer con tantos regalos.
En “Las preciosas ridículas”, el padre dice exasperado a su hija y a su sobrina (p. 65): “¿Es muy necesario, realmente, hacer tanto gasto para engrasaros el hocico?”; en tanto Cathos y Madelón, las preciosas que dan título a la comedia, son, según ellas, cultas y profundas. Dice Cathos (p. 67): “Todo cuanto puedo deciros es que encuentro el matrimonio una cosa completamente molesta. ¿Cómo puede sufrirse el pensamiento de acostarse con un hombre totalmente desnudo?”
La sirvienta les dice que un lacayo pregunta por ellas. Madelón le explica que debe hablar con elegancia y decir (p. 68): “Ahí está un imprescindible que pregunta si os encontráis en adecuación de estar visibles”, y luego le pide Madelón “aportadnos aquí el consejero de las Gracias”; la sirvienta no entiende y Madelón le traduce, molesta: “Traednos el espejo, ignorante”.
Así (p. 70), “acarreadnos aquí las comodidades de la conversación” es, para las preciosas ridículas, pedir que traigan sillas. Se queda uno alegre luego de leer a Molière.
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gracias por la demostración (de lo que leéis)
Estoy a vuestras órdenes (perdonad mi retraso en la respuesta, soy lerdo en revisar mis correos).