Definición de lugar
No es sencillo definir lugar. El concepto Patria es muy sencillo de definir porque tiene límites; el terreno de una casa, de igual manera, tiene límites. Pero, ¿cómo definir lugar cuando el lugar es indefinible no sólo en extensión sino en concepto? Mi prima Rosario, cuando está acodada en la ventana de su cuarto y mira hacia la calle, dice: “Ay, el Eugenio me sacó del lugarcito de su corazón”. ¿Qué decir ante esto? Mi prima lo dice con una voz como si un tinaco se estuviera resquebrajando y el agua estuviese a punto de caer y de inundar no sólo el patio de la casa sino la ciudad entera. ¿Cómo definir un lugarcito del corazón? ¿Qué entender cuando la amiga dice: “Haceme un lugarcito para que yo pase” o cuando alguien pide: “Dame un lugarcito para que me siente”?
¿Se puede “hacer un lugarcito”? ¿De qué tamaño debe ser el lugarcito en el corazón para que el corazón del otro tenga cabida? ¿Se puede “dar un lugarcito”? El diminutivo apela a una extensión muy breve, a algo casi casi insignificante. Sin embargo, la amada solicita un espacio pequeño en el corazón. Ah, lo cierto es que hay una exigencia como del tamaño de la Vía Láctea.
De lo anterior se colige que hay lugares físicos y lugares espirituales. Con frecuencia repito una sentencia de San Pablo: “Dios mora en un lugar adonde nadie puede llegar”. Ahí está dicho todo. El lugar terrenal es uno y el lugar de la divinidad es otro y este último no tiene una definición. El místico aspira a acercarse a ese lugar donde mora Dios, pero ya el santo advirtió de la imposibilidad. Dicha imposibilidad (qué pena) pareciera repetirse en el corazón de la amada o del amado. Y esto es así, porque el corazón del ser humano es el lugarcito donde Dios tiene su casa de campo, el lugar en donde se refugia cuando hay tormenta en el espíritu del hombre. Por eso, cuando la amada pide un lugarcito en el corazón de su amado no está pidiendo poca cosa, está solicitando que se haga un campito para que ella construya su hogar al lado de la montaña donde Dios tiene amarrada su hamaca en dos árboles. No es poca cosa un lugarcito en el corazón. Los latifundistas, los obsesionados con las hectáreas de tierra, son incapaces de entender el concepto de lugarcito, ellos sólo saben de lugares, de espacios donde su vista se pierde. Los propietarios de grandes extensiones de tierra son aquéllos que cayeron al influjo del ofrecimiento del demonio que, al lado de Jesús, le prometió todas las tierras que se extendían a su vista.
El abuelo Enrique era un hombre sabio. Cuando llegaba del trabajo, caminaba con rumbo a la cocina, saludaba a la abuela con un beso en la frente, se servía agua en un vaso de peltre y tomaba. La abuela le preguntaba cómo había estado su mañana y el abuelo contaba. Después, y antes de sentarse a la mesa para comer, tomaba el periódico doblado que había traído de la oficina y se sentaba en su sillón. Al hacerlo decía: “Este es mi lugarcito”, desdoblaba el periódico y leía la columna de Jacobo Zabludovsky, que tanto le gustaba. El lugarcito del abuelo era un sillón en una esquina de la sala. No necesitaba más. Ahí, los nietos lo vimos leer, escuchar la radio, recibir los besos de la abuela, ver la televisión ycontar anécdotas de cuando ayudó a construir la carretera panamericana. Ahí, en ese lugarcito, los nietos y todos los de casa lo vimos cerrar los ojos, bajar el brazo, soltar el periódico y retirarse, con gran dignidad, de la vida.
¿Cómo definir lugar, cuando el lugar no es una extensión de tierra sino un átomo de cielo?
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