Definición de cien
En un año, de cuyos dígitos no quiero acordarme, la moneda mexicana sufrió un recorte que le quitó tres ceros. Desde la educación primaria aprendí que un cero a la izquierda no vale, pero un cero a la derecha ¡sí vale! Así que el día del recorte brutal sentí que algo valioso se extraviaba. De igual manera, un tiempo que tampoco deseo recordar, sin saber por qué, el cien de la escuela sufrió un moche también brutal. Los alumnos ya no estudiábamos para sacar cien, sino para obtener un diez. Los maestros, perversos, nos alentaron a “pelear” por el diez. Nadie volvió a acordarse del cien. Bueno, los mayores, los que habían “peleado” en sus tiempos para obtener el cien en Matemáticas o en Español nos enseñaban, orgullosos, sus boletas donde esos números indicaban que todo había estado al ciento por ciento. Hoy, los muchachos, cuando están en armonía, no dicen que están ¡al cien!, sino que están ¡de diez!
Todo fue fluyendo para que deseáramos obtener un diez. El cien se quedó relegado en una esquina, en una esquina en penumbra, ahí, por donde, las sirvientas acostumbran colocar el basurero.
Cualquiera pensará que la pérdida del cien fue irrelevante, pero no fue así. Los alumnos que luchaban por conseguir el cien tenían un objetivo bien definido; a final de cuentas, como dice Tío Concho, un objeto que tiene cien años ya es considerado una antigüedad y no cualquier chunche adquiere tal categoría. Cuando el cien se extravió también se extraviaron una serie de valores intrínsecos. ¿Cuándo se había visto que en el Senado de la República hubiese jóvenes imberbes? ¡Jamás! La vocación natural del Senado implicaba senadores con experiencia. La patria perdió mucho cuando el cien se fue al abismo. Antes (¡ay, Dios mío, qué tiempos!) la gente pregonaba a cada rato aquel dicho de: “Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”. Ahora ya nadie acostumbra decir esto, porque el perdón ya no puede otorgarse en una sociedad en que los ladrones siempre están del lado de la mesa donde está el letrero de Fuero. Lo que antes era perdón hoy es impunidad. Y todo esto (nadie lo tome a broma) es porque una mañana, una mañana ingrata, este país decidió eliminar el cien y convertir al diez en nuestro máximo ideal.
Habría que lanzar una campaña “En rescate del cien”, que sería un poco como ir al rescate de la dignidad de esta patria. La pregunta es ociosa, pero debe hacerse para justificar el movimiento social: ¿Qué vale más: una sociedad de diez o una sociedad de cien? Si algún obtuso dijera que diez bastaría con darle una moneda de diez a cambio de un billete de cien. Con el billete de cien comprábamos muchos chunches. Tener un billete de cien permitía ir al cine, invitar a la amiga, comprar palomitas y refrescos y, a la salida, ir a cenar tacos en la taquería “Zinapecuaro”, allá por el bulevar norte, en Comitán.
Una mañana nos convertimos (nos convirtieron) en una sociedad de diez. Ahora todo mundo se ufana cuando alcanza tal cifra. Nunca entendimos que nos habían rasurado el ideal, que (como moneda mexicana) nos habían devaluado el espíritu.
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