Sapos invisibles
Casa de citas/235
Sapos invisibles
Héctor Cortés Mandujano
En tiempo de lluvias, en mi casa, amaneceres y ocasos están llenos de gorjeos de pájaros (lo aclaro, porque según el diccionario también los seres humanos gorjeamos), cantos de sapos y, por supuesto, como dice Machado, “el coro de los grillos que cantan a la luna”. La vida se renueva, reverdece, y aprovechamos mi mujer, mi nieto y yo para sembrar nuevas plantas. Los tres hacemos un jardín y cuando voy hasta la cubeta que, dejada a la intemperie, recogió agua suficiente para regar algunas plantas, veo un sapo que, plácido, tiene las patas abiertas y, parece, un sueño pesado.
Se lo enseño a Jacobo, mi nieto de tres años, y él me pide sacarlo. Lo hace con cuidado, con sus manos enguantadas; luego, me explica doctoralmente, con la imaginación que día a día se le desata en historias fantásticas:
—Hay sapos que alumban (alumbran) en la oscudidad, como mis tenis, y hay otos que bincan hasta las nubes, peo no se ven.
***
Vemos con mi mujer el documental China salvaje (2008), que tiene seis espléndidos capítulos. En el segundo (“Sangri-La”) nos enteramos que los bambúes pueden llegar a crecer ¡un metro diario!, y que para los chinos los retoños tiernos son comestibles. Basta con asarlos.
La lluvia nos da la oportunidad de comprobarlo en nuestro patio. Tenemos ya, allí, algo que llamamos muy exageradamente “el bosque de bambú”. Compramos hace mucho una plantita y cada año las altas varas invaden espacios, se multiplican, avanzan, caminan. Han salido, de ayer para hoy, varias puntas de la tierra. Cortamos tres (lo hace Jacobo), para probarlos. Los asamos. Saben bien.
Un día después, lo que era apenas una punta saliendo de la tierra es ya una alta vara. Impresionante.
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Vamos con mi mujer al mar, al Centro Ecológico El Madresal. Nos quedamos a dormir. Al día siguiente, muy tempranito, salimos a caminar por la playa. Nos llama la atención un perro que, pese a que las olas están bastante altas (hay bandera roja), se mete al agua, intenta nadar, se da cuenta del peligro, sale.
—¿Comen peces los perros?
—No, menos si están crudos (los peces, no los perros).
No sentamos a ver las figuras de azar que nos regalan las olas, las nubes. “La vida más intensa se halla contada en síntesis por el más elemental de los sonidos, el de las olas del mar”, dice Ítalo Svevo en La conciencia de Zeno (Longseller, S. A., 2005: 87). El perro ha salido del agua y cerca de nosotros se sienta y ve hacia el horizonte marino durante largo tiempo. Hamlet perruno. ¿Viajó en barco y lo dejaron abandonado aquí? ¿Su amo era pescador y no ha vuelto? ¿Las sirenas tienen perras y se enamoró de alguna?
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