Paridad de género en candidaturas
Desde hace varios años en México se discute, y también se ha legislado, sobre la paridad de género en las candidaturas a representantes políticos de elección popular. Tema que en los últimos comicios estatales y federales ya causó problemas con algunos partidos políticos que no cumplieron lo establecido en la última reforma político-electoral del país. La participación de las mujeres en la vida pública y en los debates sociales de toda índole en México no es nueva, por supuesto, pero incrementar su presencia tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado debería impulsar reclamos y demandas que no tienen solo que ser asumidos como de género, puesto que situaciones intolerables como las de la violencia, a todos los niveles, contra las mujeres y la cerrazón, falta de voluntad o simple ignorancia de nuestras instituciones para combatirla son un claro ejemplo de abyección, y tal vez el rostro más visible de la misma sea la que muestran los encargados de impartir justicia.
Pero dicho esto, también es buen momento para reflexionar sobre las posibles trampas de las cuotas de género y, por qué no, de los agravios o los contrasentidos que puede causar esta especie de discriminación positiva. Las trampas son de todos conocidas puesto que se han repetido en varios puntos de la geografía nacional para sustituir a mujeres electas por los candidatos hombres, sus iniciales suplentes. O también se ven reflejadas en el orden de aparición en listas, cuando se trata de elecciones plurinominales.
Sin embargo lo más preocupante, viendo otros ejemplos, se produce en lo que arriba denominé contrasentidos. Estados Unidos, país ejemplo en legislaciones democráticas en muchos aspectos, también lo ha sido en discriminación, y la racial es la más visible. Una de las medidas para contrarrestar ese intolerable racismo que buena parte de la sociedad norteamericana ejerció contra su población negra fue el ejercicio de la discriminación positiva, algo que ha permitido que muchos descendientes de esclavos puedan acceder a educación superior o a puestos de relevancia en la administración pública o en empresas de reconocido prestigio. A pesar de esta certeza los brotes de violencia contra la población negra o la discriminación no han desaparecido y continúan presentes en episodios que gracias a los medios tecnológicos actuales se reproducen con una asiduidad a todas luces reproblable.
La discriminación positiva en Estados Unidos, por lo tanto, ha cambiado muchas circunstancias individuales y colectivas de descendientes de africanos en dicho país, pero no ha logrado permear la conciencia de la igualdad, hecho bastante difícil si el concepto de “raza” sigue presente para clasificar a los habitantes de un país. En el caso mexicano, y refiriéndome a la cuota de género electoral, habrá que pensar si solo y simplemente con su obtención se logrará modificar el discurso sobre la mujer y su papel en la sociedad. Los ejemplos cotidianos, que surgen incluso desde los políticos en activo, no llaman al optimismo, por lo que esta discriminación positiva debe leerse como un logro, no cabe la menor duda, pero la meta se ve lejana. Aprovechando la presencia de un mayor número de políticas en los espacios de decisión nacional no estaría de más reflexionar con miembros de nuestra sociedad el cómo y de qué manera esta conquista debe ayudar a realizar cambios profundos en busca de una real igualdad. De lo contrario se podrá presumir de cuotas de género en política pero no se enfrentará la problemática que va más allá de porcentajes en candidaturas.
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