El inocente y el ladrón/ segunda de diez partes

La orden de aprehensión

Por Alfredo Palacios Espinosa

A partir del 16 de enero del 2009 en que me separé de toda relación del gobierno de Juan José Sabines, lejos de menguar los ataques periodísticos hacia mi persona siguieron responsabilizándome de cuanta manifestación de inconformidad ocurría en el sector educativo o cultural, hasta orillarme a jubilarme al ponerme obstáculos para reincorporarme a mis labores docentes. La continuación de los ataques mediáticos y las presiones me preocuparon porque tenía ejemplos de chiapanecos que, después de desacreditarlos mediáticamente, los responsabilizaban de supuestos delitos para aprehenderlos. Busqué al Secretario de Gobierno de ese momento, Jorge Morales Messner para comentarle las absurdas acusaciones de las que estaba siendo objeto, pero percibí en el funcionario escepticismo y reservas o imposibilidad de actuar, por esta razón, convencido que el poder real estaba en Nemesio Ponce, acudí ante él para decirle lo mismo, con la única intención de que me dejaran en paz. Nada sucedió, entendí que formaba parte de un paquete destinado al desprestigio por la voluntad del gobernante. No me quedó otra que aguantar a pie firme las falsas acusaciones y procurar no leer las notas periodísticas, aunque nunca faltó el amigo obsequioso que me las llevaba o me las enviaba a mi correo. Desempleado y señalado como uno de los culpables de todos los males educativos de Chiapas, me dediqué a cosas personales que nada tenían que ver con el gobierno.

Fue hasta la noche del siete de junio del 2011, cuando me enteré de la aprehensión del exgobernador Salazar en el aeropuerto de Cancún. Repuesto de la sorpresa, me reuní con dos amigos en el intento erróneo de buscar razones a la persecución desatada, aunque sabíamos que iba en contra de Pablo por consigna de Sabines, nos confundía enterarnos que los integrantes de su gabinete estábamos con órdenes de aprehensión. Yo fui uno de los que tontamente me aferré a no moverme de Tuxtla considerándome inocente de cualquier delito. No faltó el amigo que me hiciera ver el error de permanecer en la ciudad. Fue así como el 11 de junio del 2011, emprendí la travesía hacia el destierro forzoso cancelando de manera abrupta proyectos personales y la separación de mis seres queridos. Aunque contaba con la comprensión de la familia, me molestaba abandonar la ciudad en mi condición de maestro jubilado, presentado ante los medios como un vulgar delincuente, sufriendo la condena superficial de los medios. Me sentí arrancado de mis raíces para ser trasplantado a un lugar desconocido.

A la sorpresa y molestia de convertirme de la noche a la mañana en un “peligroso delincuente” por voluntad expresa de quien vivía prisionero de su paranoia persecutoria, siguió la decepción al enterarme del apresuramiento de Horacio Shoeder y de Eduardo Chanona, subsecretarios de las Secretarías de Seguridad y de Administración respectivamente del gobierno de Pablo que estando en la misma lista negra y con los mismos delitos y órdenes de aprehensión, corrieron a desmarcarse por conveniencia, deslindándose ante los medios, quizás declarando y suscribiendo lo que les pusieron enfrente como condición sine qua non para continuar libres y en los mismos cargos que desempeñaban en el gobierno de Juan José. Poco les importó la condena de la historia ni lo que pudiera registrar la memoria colectiva, quiénes con seguridad desconocían la sentencia socrática: «En cuanto al castigo, debo decir que lo difícil no es morir, sino vivir con vergüenza». Otros menos, buscaron padrinos para mantenerse escondidos o para salir del país con una beca o para dedicarse a presentar libros de nostalgias chiapanecas o mantenerse atentos a la agenda de Sabines para salir en las fotos como un integrante más del contingente “leal y sumiso” al gobernante en turno, para dejar constancia del distanciamiento con quién un día les dio un cargo público para servir al estado. ¿A cambio de qué concedía favores a unos y perseguía a otros? Quizás para dividir al supuesto grupo o para inferirle decepciones al principal perseguido. Los que huimos nos distribuimos por diferentes lugares del estado, del país o fuera de él y perdimos contacto. Con los menos, pasada la tormenta de la infamia he vuelto a tener relación, unos intentando restablecer actividades y otros como yo, recogiendo los restos esparcidos, superando obstáculos, aún vigentes, para normalizar la vida diaria.

Al principio de esta persecución, los valores de la democracia y la justicia en los que sigo creyendo y práctico hicieron resistirme a salir huyendo inmediatamente. Los cinco delitos por los que estaba acusado, entre los que sobresalían los más graves como: asociación delictuosa, delincuencia organizada y peculado del expediente colectivo penal 96/ 2011 por los que se libraron órdenes de aprehensión, eran de lo más graves para que no pudiera obtener la libertad ni siquiera bajo caución para armar mi defensa, por el simple hecho de ser beneficiarios de un seguro institucional por defunción y sobrevivencia por una cantidad asegurada si moría y otra, mucho menor, si sobrevivía. Este seguro fue debidamente registrado y otorgado después de cumplir con los requisitos exigidos de los trámites hacendarios y la licitación correspondiente. La póliza que recibí y cobré de manos de la Aseguradora contratada, no del gobierno del estado fue al término de mi encargo. Este seguro me protegió de los riesgos a los que estuve expuesto durante el trabajo realizado en los cuarenta y un municipios mayormente afectados por el huracán Stan en el Soconusco y la Sierra. En mi caso, primero ocupado en la reanudación de las clases en lugares emergentes y provisionales, y luego en la reconstrucción de los planteles destruidos, enfrentado a la oposición de grupos de maestros y padres de familia que, por intereses personales se oponían a la reanudación de labores. Los primeros buscaban alargar la suspensión de clases y los segundos querían que el gobierno comprara terrenos que no llenaban los requisitos mínimos de seguridad para no perder la comisión ofrecida por los dueños o, simplemente por la rabia que sentían por haber sido afectados por el fenómeno natural y que, al no tener contra quién desquitarse, personalizaban su enojo con los que llevábamos la representación del estado. La mayoría de las comunidades insistían en la reconstrucción de las escuelas en el mismo lugar que la furia de la naturaleza se había llevado, negándose a reiniciar labores en aulas provisionales. Las dificultades fueron mayores para acceder a las comunidades lejanas y ubicadas en la Sierra por la destrucción de puentes, carreteras y caminos, para evaluar y levantar las actas circunstanciadas de los destrozos y las pérdidas en los edificios escolares, que las reglas del FONDEN, exigían como primer requisito. Los problemas y peligros se multiplicaron en la selección de terrenos para reconstruir las escuelas en la región serrana, donde no hay terrenos que ofrezcan el 100 % de seguridad exigida; que dificultaban el traslado y reposición de mobiliario, libros y útiles escolares, junto con los víveres, problemas a los que se sumaba la oposición de las comunidades educativas de colaborar para resolver los problemas en el menor tiempo. En fin, el 2006, el último año de ese sexenio, fue un año de riesgos permanentes para los que tuvimos la responsabilidad en la reconstrucción. Cuando recibí la prima del seguro, lo declaré ante el SAT y pagué los impuestos correspondientes como también lo di a conocer en mi declaración patrimonial anual y en la conclusión del encargo. Tarde vine a entender que no se trataba de demostrar mi inocencia, sino que formaba parte de un paquete destinado a sufrir la persecución, únicamente por mi colaboración institucional con quién Sabines veía, no como la persona que lo sacó del anonimato y le dio carrera política, sino como su enemigo acérrimo. El pretexto para perseguir fue lo de menos.

De repente mi vi separado de afectos y familiares, no sólo por la distancia geográfica sino de comunicación, sin lograr asimilar esta acción vengativa de un hombre con el que contribuí con lo que sé hacer para que fuera gobernador. Perdí contacto con todos, sin saber qué hacer, cómo defenderme; preguntándome en mi soledad: ¿Qué hice mal para merecer esta situación? ¿Qué estaba pasando con los demás? Con la leve esperanza que este asunto se arreglara y que la persecución se suspendiera pronto, transcurrieron siete meses yendo de un lugar a otro. Sin saber lo que estaba pasando en mi estado ni lo que me deparaba el mañana.

De pronto empecé a resentir el exilio obligado. El golpe brutal del cambio de vida que solo aspiraba a vivirla tranquila, dedicado a leer y a escribir, pero preocupado porque el asunto iba más allá del daño personal. El gobierno de Juan José Sabines se mostraba cada día más en toda su crudeza en el manejo de las finanzas del estado para su propia promoción y enriquecimiento con sus más cercanos colaboradores. Despreocupado del grave retroceso en los procesos democráticos, construidos por gobiernos anteriores, a veces a zancadas y otras a pasos cortos, pero al fin avances en un crecimiento desigual y combinado. Pero este aprendiz de tirano se siguió de frente en la devastación social y económica de la entidad.

Juan Sabines y Pablo Salazar

Los dueños de las televisoras nacionales y de los medios radiofónicos e impresos que fueron directamente beneficiados no solamente con la contratación excesiva de espacios publicitarios y promocionales de su figura sino que participaron en negocios de otra índole, en agradecimiento y con la idea de seguir beneficiándose, hoy siguen ocultando la cruda realidad que Chiapas vivió durante esos seis años, cuyos efectos se sienten y resienten. La acusación en contra nuestra fue un mero distractor presentándonos como bandidos para desviar la atención de los chiapanecos para que no vieran la verdadera corrupción y nepotismo desaforados con que se conducía este Juan José en el último tercio de su administración. Además, sirvió para inhibir a los que quisieron alzar la voz para denunciar los acontecimientos de la realidad chiapaneca, como sucedió con chiapanecos que nada tuvieron que ver con la lista Sabines de 56 perseguidos, pero que valientemente se atrevieron a denunciar o simplemente expresaron su deseo de contender por algún cargo de elección en contra de su voluntad. Aunque los medios de comunicación nacionales ya tenían en Peña Nieto al candidato idóneo para sus propósitos, mañosamente montaron una costosa campaña publicitaria con cargo al erario público para seguir alentando en este gobernante el sueño imposible de mostrarlo como un buen prospecto para la candidatura presidencial. Farsa que Sabines compró totalmente para continuar sus propias acciones, entre ellas para congraciarse con el precandidato presidencial inyectándole recursos a la campaña nacional y acercándose a personajes cercanos y, por otro, sedujo al representante de la ONU Magdi Martínez, proclive a la vanidad y a los regalos onerosos en detrimento del patrimonio de la entidad y a la credibilidad de la institución que representaba. Este representante, alentó los sueños de internacionalización de Sabines para ocupar un alto cargo en representación de México en el extranjero o en el mismo consejo de la ONU, para ello intensificó las relaciones con gobernantes centroamericanos intercambiando condecoraciones y reconocimientos con cargo al erario estatal para mostrarse como un destacado protector de los migrantes, aunque la realidad dijese otra cosa. Encarceló a políticos para promocionarse como un gobernante “inflexible” en la aplicación de la justicia. Virtualmente, de la noche a la mañana, nos despertamos ocupando los primeros lugares nacionales en: producción alimentaria, agroindustrial, en biocombustibles, en construcción de carreteras, en hospitales y escuelas. La pobreza y la marginación pasaron a ser cosa del pasado. A la clase política local y nacional, como a los representantes de la comunidad farandulera, los uniformó con la famosa camisa sabinera que, hasta hoy día, sigue mostrándose en escenas de telenovelas pagadas con recursos del erario estatal. Compró certificaciones de empresas internacionales de nula credibilidad para mostrarse al mundo político como el gobernador de la entidad más segura del universo.  Nadie escapó a la seducción y al engaño. El propio presidente Calderón urgido de aplausos y reconocimientos cayó en la adulación y el engaño. En fin, que los recursos del estado y el subsidio federal, lejos de resolver los graves rezagos sociales, sirvieron para satisfacer la vanidad y las ambiciones de un gobernante perdido en la frivolidad de la farándula, ocultas por la algarabía de una costosa publicidad y el entretenimiento de circo, maroma y teatro como negocio familiar del tío materno con cargo al erario gubernamental. La premisa era ganar la candidatura presidencial o, como dicen en el pueblo: perder ganando, una secretaría en el gabinete federal. La ambición desmedida alcanzó a todos los miembros de la familia Sabines Guerrero y a los amigos cercanos pero escondidos detrás de empresas constructoras, reales unas e inexistentes otras; de bienes y servicios (medicinas e insumos) fantasmas y hasta aviadurías en las alcaldías municipales más allá de la conclusión de su gestión. La consigna familiar era apropiarse de todo a la mayor brevedad posible. Como estaba seguro de contar con la impunidad a través de un sistema de complicidad vinculada con gente cercana al gobierno federal encabezada por Peña Nieto, a partir de la entrega formal del cargo, no se preocupó por cuidar las formas. Asegurándose de que, en el supuesto de ser observado por algún órgano fiscalizador, los cómplices operarían inmediatamente para deshacer cualquier proceso, para que no fueran descubiertos como los beneficiarios de obras y servicios cobrados, pero no realizados. Por ejemplo cometió sendos fraudes con constructoras inexistentes cuyas huellas llevan a exgobernadores de Oaxaca y Veracruz. Subsidió campañas de candidaturas priistas ganadoras de otros estados. Además de los diputados locales y federales y senadores que lo protegen para evadir cualquier juicio por el empobrecimiento y endeudamiento en que dejó a Chiapas. Un excelente montaje de impunidad.

En los casi tres años de persecución, este gobernante dio rienda suelta a la imposición del silencio y el miedo colectivos. Adquirió voluntades para hacer lo que se le viniera en gana con sus sueños de grandeza, aunque esto incluyera la destrucción sistemática de los valores de la participación democrática y el sometimiento servil impuesto por el terror. Fue un sexenio pleno de ocurrencias, de montaje y desmontajes legales, dependiendo para donde soplaran los vientos o con qué humor despertara con delirios persecutorios o con el sueño obsesivo de ser el próximo presidente de la república y al mismo tiempo que preparaba el camino para su cachorro, porque quiere que sea el tercero en la ruta del usufructo de un nombre que él se encargó de ensuciar y llenarlo de la peor fama. La imposición del cachorrismo político en toda su expresión.

Mi primera parada en este recorrido obligado fue la ciudad de Oaxaca, en la que, en mis años mozos, me formé como educador en el Centro Regional Normalista (CRENO) para ejercer el magisterio y dedicarme al arte. En ese tiempo, las circunstancias me llevaron fuera del país, gracias a una beca proporcionada por los países socialistas a mediados de los años sesenta. Regresé inconscientemente a esa ciudad, cuarenta y tres años después, perseguido por un loco con poder, guiado por el agradecimiento que le guardo a esta ciudad y para no distanciarme de mis afectos abandonados en Tuxtla. Actualmente la Bella Antequera es otra, conserva sus edificios históricos, es orgullosa de su historia y tradiciones, pero ha crecido enormemente. El espíritu combativo de sus pueblos originarios sigue manifestándose en la sociedad actual. Es una ciudad viva donde se manifiesta la vitalidad de todo el estado y al gobernante pueden decirle lo que piensan de su gobierno y no pasa nada, a diferencia del sexenio de Sabines que bastaba una simple sospecha inducida por los espías o susurrada al oído por los poderosos cómplices Mauricio Perkins y Nemesio Ponce, para caer en desgracia, sin merecerle el beneficio de la duda. A pesar de mi reencuentro con la vitalidad y vivencia democrática oaxaqueña no pude evitar condolerme por el alto costo que estaba pagando por atreverme, sin partido ni grupo político atrás, a participar en un gobierno que tuvo el atrevimiento de romper con la continuidad de un sistema político arcaico y corrupto y que al cabo de esa experiencia sexenal de alternancia, volvió a imponerse con un cachorro, aunque bajo otras siglas partidistas, de manera brutal y desvergonzada, con lo que inauguró la era del pedigrí o del cachorrismo, que quién sabe qué peores cosas nos esperan en ese sueño de exgobernadores, sintiéndose con derecho de sangre para volver a detentar el poder estatal a través de sus vástagos. Siendo ésta única prenda principal que esgrimen para gobernar, sin importarles la experiencia, el conocimiento, la formación y la buena fama pública, cualidades que no se necesitan para los propósitos de este tipo de jóvenes ambiciosos.

En la Ciudad de Oaxaca empecé a hacer ejercicios de concentración para no caer en la melancolía, consciente de que ésta es la afectación más grave que acecha a los que, como yo, estaban siendo perseguidos, porque física y sicológicamente afecta y perturba las defensas y porque además destruye la memoria y obliga a una renuncia adelantada del derecho a la libertad. En ese escondite me refugié en la lectura y la escritura. Humorísticamente, en mi soledad me decía que estaba viviendo mi año sabático, pero en realidad estaba luchando para no ser víctima de la melancolía y el resentimiento. No deseaba enfermarme. Sin ningún contacto con la familia por el riesgo de ser localizado ni buscar a los viejos amigos oaxaqueños, opté por buscar cómo entretenerme. Al no tener computadora ni máquina de escribir, con extremo cuidado empecé a visitar un discreto cíber para informarme lo que estaba sucediendo, leyendo entrelíneas a los medios que únicamente se ocupaban en difundir las fantasías y las mentiras del gobernador como única realidad y verdad oficiales. Mi conclusión dolorosa fue que la ética y los derechos humanos en Chiapas estaban secuestrados y en manos de una pandilla que legitimaba la privación de la libertad o decretaban libertades a los que abandonaban la resistencia o se comprometían a validar cualquier atropello con silencio y sumisión. La judicialización de la política y la democracia estaba a todo lo que daba.

Una mañana, muy temprano, en que me atreví a ir al mercado de aquella ciudad tuve dos encuentros, uno con un viejo compañero estudiante del CRENO con quien sostuve una larga y agradable conversación. Este encuentro vino a darse después de varios meses de soledad y silencio en el pequeño cuarto que tenía en una casa de huéspedes, en las afueras de Oaxaca. Este buen amigo se convirtió en mi protector, guía y contacto con otros amigos y con mi familia. El otro encuentro fortuito, aparentemente agradable, fue con un conocido militante de izquierda que me platicó que se encontraba en Oaxaca para asumir un importante cargo en el recién iniciado gobierno de Gabino Cué, ofreciéndome toda la ayuda posible, expresándose mal de Juan José y de los desmanes que hacía en Chiapas, donde el ambiente político era irrespirable por el secuestro de los partidos y organizaciones políticas para que no participara nadie que no contara con su voluntad. Después de estos encuentros me invadió un sentimiento de inseguridad por el riesgo a que me estaba exponiendo, ya que, así como encontré a estos amigos, podía algún otro, no tan amigo, verme y denunciarme. Coincidentemente con este desasosiego recibí la información de que en la Procuraduría de Justicia de Chiapas sabían de mi residencia en aquella ciudad. Atrapado en la paranoia del perseguido, decidí cambiarme a otro lugar del mismo estado de Oaxaca.

Del encuentro con mi amigo oaxaqueño surgió el contacto con otros que se solidarizaron con mi situación, dispuestos a no dejarme solo. Ese aviso a tiempo, permitió a estos amigos llevarme a otro refugio. Sin embargó, los cuatro meses pasados en aquella ciudad me sirvieron para refugiarme en la nostalgia de mis días de estudiante normalista. Ellos, me ayudaron con su compañía y me proveyeron de lecturas suficientes, sin faltar los ofrecimientos solidarios, muy común en ellos, en situaciones de riesgo. A pesar de mi rechazo al ofrecimiento tentador de reunirme con otros excompañeros, siguieron ayudándome.

En mi clara oposición de alejarme más de Chiapas, surgió la propuesta de estos amigos de refugiarme bajo la protección de otros compañeros en Salina Cruz. En aquella ciudad, la más calurosa del Istmo, me recibieron y alojaron con igual afecto, en donde pasé otros tres meses para recibir la primera visita de mi familia, principalmente de mis cuatro hijos y de mi mujer. Emotivo y caluroso encuentro. Los recibí ávido de saber de ellos y de mis nietos Hablamos de los sucesos familiares que me estaba perdiendo. De la oportunidad de verlos crecer o de verlos nacer como me pasó con la última de ellos. Me inquietaba la salud de mi madre y del impacto por la noticia de que su hijo estaba siendo perseguido como un bandido por el aparato de justicia de Chiapas. Dura y dolorosa despedida con los míos. Cuando se fueron me quedó el enorme vacío. Me dejaron una computadora con la que me entretuve en el rudo y necesario aprendizaje de un analfabeto tecnológico. Acostumbrado a redactar a mano, aprendí a manejarla en lo básico como una máquina de escribir.

De la ciudad de Oaxaca, pasé tres meses de estancia en Salina Cruz y ante la engañosa información de que Juan José buscaba distender la relación con su antecesor, me atreví a trasladarme a un rancho del Norte de Chiapas, propiedad de un pariente, que bondadosamente me ofreció refugio, a pesar del riesgo que corría al ayudarme. Con el pretexto del frío y para evitar que me reconocieran, aprendí a llevar pasamontañas cuando salía o caminaba por el bosque de pinos, niquidambares y robles. En esta parte del norte del Estado de fuerte presencia zoque, estaba mejor por el clima opuesto al de Salina Cruz. Por consideración, mi sobrino Luis, pensando tal vez que su tío era un político ávido de noticias, con frecuencia pasaba a dejarme los pormenores de las precandidaturas al gobierno del estado y de las persecuciones a personas que les vetaban la participación en el proceso electoral, ignorantes que la existencia de un operativo legal y del montaje de una maquinaria electoral capaz de revivir a muertos y habilitar a lactantes para hacer ganar generosamente a los candidatos del gobernador y hacer perder vergonzosamente a los indeseados. A los que manifestaban su derecho de participación les enviaban auditorias o les abrían averiguaciones previas para hacerlos desistir tal como sucedió con dos aspirantes a la presidencia municipal de Tuxtla para quien ya tenía en Yassir al candidato idóneo que le ayudaría a realizar sus ocurrencias y corruptelas para dejar a la capital chiapaneca en la peor de sus crisis. Hoy, es fácil suponer que si la capital quedó en condiciones deplorables imaginemos como quedaron los demás municipios de la entidad. La votación del 2012 fue la más fraudulenta y descarada que se haya visto en Chiapas. Aunque la del 2015 parece disputarle ese calificativo. Quienes participaron voluntaria o involuntariamente legitimaron una elección de estado. Sabines, llevado por el temor y la ambición de perder el control del poder, en complicidad con los dirigentes de los partidos, hizo lo que quiso para protegerse. Por esta razón no le importó comprar y controlar a todo el órgano electoral para que ganaran sus candidatos. Con la aprehensión de su antecesor y de nosotros sembró el miedo en los chiapanecos. En este escenario, Juan José pasó de la simulación al cinismo para seguir expoliando el patrimonio del estado, en favor de quiénes lo adulaban y presentaban como un hombre de estado de talla internacional. El interés enfermizo de trascender como candidato presidencial, quimera que le hicieron concebir los que lo cultivaron para distraerlo de su mal humor, hacía que cometiera constantemente violaciones a los derechos humanos. “En el peor de los casos, alcanzar, –decían sus cómplices- cuando menos la Secretaria de Turismo o la de Relaciones Exteriores para pelear la grande en la próxima” y parece que la obsesión está más vigente que nunca porque el recorrido ha empezado en la ciudad de Orlando, Florida.

El nepotismo, la mezcla de los cargos políticos con los negocios, la corrupción en todos los niveles de gobierno llegaron a su máxima expresión. La mentira y el miedo aunados al sistema judicial como instrumentos represores fueron prácticas comunes. En este lapso de tiempo, Chiapas pasó del intento de sanear la vida política, social, administrativa y financiera del estado a la regresión y a los peores vicios que los chiapanecos creían en vías de superación, sobresaliendo el gran endeudamiento estatal para los próximos treinta años, el encumbramiento de un grupo de jóvenes en la política del estado con los mayores defectos para gobernarlo. El financiamiento de campañas para gobernadores en otros estados como Veracruz y Guerrero, con recursos del estado, en complicidad con los mandatarios salientes, además de las televisoras nacionales, fueron los hilos y la rueca para tejer el amplio manto de impunidad del que ahora goza para no ser llamado a cuentas con sus cómplices y familiares. Por el contrario, ha recibido el primer pago con el nombramiento de cónsul de parte de sus cómplices instalados en el gobierno federal.

Hasta donde me encontraba, a pesar del ocultamiento consensuado de mis familiares, llegó la noticia desagradable del intento de extorsión, a cambio de una supuesta protección para no seguirme perjudicando en mi patrimonio ni en mi prestigio. Lo que no pudieron ocultarme fue la llegada a casa de un personero del gobernador Sabines con la propuesta de suscribir una carta de reconocimiento a su gobierno y un deslindamiento político con el exgobernador Pablo a cambio del desistimiento de la orden de aprehensión, poniendo el supuesto ejemplo de otros excompañeros de gabinete que ya habían hecho lo propio para no ser molestados. En este refugio me enteré de las detenciones injustas de la arquitecto Socorrito y de David, un joven administrador graduado con honores y que colaboró eficientemente en la desaparecida Secretaría de Administración; luego vino la detención de Leonardo, otro profesionista graduado en protección civil durante los días más difíciles del Stan, que se unían a las detenciones anteriores de Daniel y de Gabriel, reconocidos en los ámbitos de la administración y la hacienda pública. Me inquieté, pero entendí que nuestra problemática estaba sujeta a los estados de ánimo del que aún gobernaba a la entidad en permanente delirio persecutorio. Esta situación quedó confirmada cuando se dio a conocer la detención del maestro Miranda que, como en mi caso, tuvo la osadía de ser funcionario de educación, sin otro mérito que ser un buen educador, pero carente de protección porque no pertenecía a ningún grupo político local o nacional ni ser protegido de Elba Esther.

En este refugio del norte de Chiapas tuve el segundo aviso del viejo malestar de mi columna vertebral que me postró en cama durante varios días y ya no me dejó en paz. Días en cama y días con relativa actividad, llevando a cuestas el viejo diagnóstico de la impostergable operación, luego de mi peregrinar, algunos años atrás en busca de alivio. Vi a traumatólogos y quiroprácticos de Yobaín, Yucatán, en San Pablo, Guatemala; hasta la Habana Cuba, pasando por la Ciudad de México que me recomendaron lo mismo: la intervención quirúrgica. El estrés que padecía por la persecución y las noticias que llegaban hacía que los nervios se inflamaran más y no respondieran a los medicamentos. Esto me obligó a tomar la decisión de someterme a la cirugía que tanto evité, sin importarme los riesgos para mi libertad o para mi vida. No tenía otra opción. Los dolores insoportables hicieron que considerara viajar a México para someterme a la intervención quirúrgica. Cualquier riesgo era menor con tal de obtener alivio. Por esta razón mi mujer hizo los contactos necesarios en la Ciudad de México.

En suma: políticamente fui víctima de una vil traición. Humanamente una violación a mis derechos y garantías puesto que me privó de mi libertad con delitos inexistentes y, éticamente padecí una injusticia.

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