Destruir es fácil
Pasadas las elecciones y en pleno debate sobre los resultados tanto por la vía legal, como en las calles, principalmente de Tuxtla Gutiérrez, parece pertinente una reflexión que vaya más allá de la contienda en las urnas del mes de julio y busque ciertos antecedentes que deben poner en contexto la situación que vive hoy el estado de Chiapas.
No hay que ser un especialista en contiendas electorales, ni en la evolución del voto partidista por estados, para darse cuenta que en los últimos lustros el voto chiapaneco se ha dirigido o redirigido, tal vez sería mejor decir, hacia el partido o la coalición que ostenta el poder, representada por el gobernador en turno. Es así que después del aplastante dominio del Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante décadas, tras la consolidación del régimen con la figura de Lázaro Cárdenas, las cosas cambiaron lentamente con la irrupción de partidos de oposición, con una clara mención al Partido Acción Nacional (PAN) y al Partido de la Revolución Democrática (PRD), este último desde su fundación tras la supuesta derrota electoral del hijo del general michoacano. Alcaldes y diputados irrumpieron como oposición y dejaron ver las discrepancias con el poder arrollador del PRI en Chiapas. Figuras históricas y moralmente reconocidas en el estado lideraron estos institutos políticos con la intención de mostrar una pluralidad social y de ideas que no parecían reflejarse en las estructuras de gobierno ni en la toma de decisiones.
Tristemente el esfuerzo por consolidar estos intentos de construcción de partidos políticos se vino abajo con la intrusión de alguno de los últimos gobernantes de Chiapas, al destruir prácticamente todo el trabajo realizado y someter las siglas de los partidos a los intereses personales de un gobernante. Creo que es ocioso mencionar a qué gobernador me estoy refiriendo. Lo que ha venido después ha sido, para mayor tristeza de la sociedad chiapaneca, más de lo mismo y con un descaro y cinismo que además de causar vergüenza política llega hasta el esperpento, esa ironía trágica que con seguridad Ramón María del Valle Inclán, su creador, no rechazaría para el caso chiapaneco aunque le causara dolor si conociera la situación del estado del sureste mexicano.
Lo que se vive hoy en las calles de Tuxtla Gutiérrez, y la queja y malestar de ciudadanos capitalinos y de otros municipios de la entidad, no es más que el resultado de esta destrucción sistemática y aviesa de proyectos de partidos con posibilidades de ser alternativa de gobierno en Chiapas. Hoy Paco Rojas encabeza la crítica a una forma de gobernar y de mayoritear a una sociedad con carencias y necesidades, pero que tampoco ha sabido reaccionar de forma conjunta a los abusos continuados del poder, legitimados en las urnas. Es de esperar que el movimiento surgido tras esta reciente chapuza electoral no se conforme con un posible cambio en los resultados electorales del mes de julio. Destruir es muy fácil, construir todo lo contrario, y la misma presencia de Paco Rojas como candidato a la alcaldía habla de la debilidad política del PAN y de sus cuadros. En espera de esa construcción o reconstrucción de los partidos políticos, que debería iniciar con una clara y contundente oposición en sus escaños y regidurías, esperemos una resolución apegada a la ley.
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