Mi verdadero nombre es Recuerdo

Casa de citas/ 232

Mi verdadero nombre es Recuerdo

Héctor Cortés Mandujano

 

El gusto por los niños. Uno de los lugares más comunes para hablar de los niños es decir que son inocentes, almas puras. Aunque son crueles (no tienen clara la diferencia entre el bien y el mal) y dan pruebas constantes de ello, mejor, como dice Don Quijote, no meneallo.

Lo mismo ocurre con los que hacen cosas (canciones, libros, películas y demás) para niños. No es tan conocida la historia sórdida de Walt Disney, un hombre de origen incierto, y no es frecuente que se difunda que a Francisco Gabilondo Soler, Cri Cri, un hombre serio, adusto, no le hacían mucha gracia los chamaquitos.

A Michael Jackson se le consideró adorador de los infantes, Peter Pan redivivo, creador del parque Neverland, y luego enfrentó cargos por pedofilia. Lo mismo o algo similar tal vez les hubiera pasado, si vivieran, a Hans Christian Andersen, Lewis Carrol y J. M. Barrie, autores venerados por los niños, sus mamás y sus papás.

 

Hans Christian Andersen (1805-1875), según la biografía de Jackie Wullschlager, citada por Jordi Soler (“El cuentista feo”, El País Semanal, 3 de abril de 2005, 1, 488), y las imágenes y las descripciones que de él se han hecho, era extraordinariamente feo, lo que hizo que el primer hombre y la primera mujer de quienes se enamoró no le correspondieran.

El patito feo, su cuento más popular, se ha dicho, es una suerte de autobiografía, y La sirenita, la sublimación de una de sus decepciones amorosas. Por su diario lleno de cruces (ponía una cruz cada vez que se masturbaba y lo hizo toda la vida) sus biógrafos han logrado conocer una tras otra sus desventuras en el amor y, salvo que lo ocultara con mucho cuidado, han concluido que murió, a los setenta años, virgen.

Autor, también, de los conocidísimos Caperucita roja (la versión original es de Perrault), Los tres cochinitos y Blancanieves, Andersen, nacido en Dinamarca, se enamoró a los cincuenta y cinco años de un joven bailarín. No tuvo éxito, por supuesto. “Debajo de dos cruces vigorosas y significativas, dice Jordi Soler, escribió, refiriéndose al bailarín: Lo deseo todo el día”.

Qué lindo.

 

James Mattew Barrie (escocés, 1860-1937), introvertido, tímido, atormentado, prefería estar con niños que con su mujer, lo que se supone lo llevó al divorcio, según la cinta Descubriendo el país de Nunca Jamás (Marc Forster, 2004), basada en la obra de teatro El hombre que fue Peter Pan, de Allan Knee.

Barrie (Johnny Depp en la película) provocó cierto escándalo en su época, hace alrededor de cien años, por su comportamiento. Era casado y frecuentaba la casa de una mujer casada (viuda en la película) para jugar con sus cinco hijos (cuatro en la película). Una vez muerto el papá de los chicos, lo suyo ya fue, casi, irse a vivir con ellos y ser un niño más. No había en él, parece, ningún otro interés que no fuera jugar con los pequeños y tomar apuntes para escribir la que se ha convertido, más allá del propio autor, en una metáfora del niño eterno: Peter Pan.

Uno de los personajes de Barrie (de su libro Tommy and Grizel, 1900) dice lo que él bien pudo decirle a su única esposa, según sus biógrafos, antes de separarse: “Eres la única mujer que siempre he querido amar, pero creo que no puedo”. Nunca volvió a casarse.

Barrie, tal vez más precavido, no llevó un diario ni lo llenó de cruces. Aparentemente nunca tuvo intereses sexuales.

Qué dulce.

 

Charles Dodgson (inglés, 1832-1898) cambió su nombre para publicar los dos libros que lo han inmortalizado: Alicia en el país de las maravillas y Al otro lado del espejo y lo que Alicia encontró allí. Los otros, de matemáticas y de lógica, los publicó con su nombre verdadero. Para los libros infantiles decidió llamarse Lewis Carrol.

Carroll-Dodgson era zurdo y eso le trajo problemas con los hombres de su familia, no así con sus ocho hermanas con quienes, según el texto de Sergio Pitol (Porrúa, Sepan cuantos 215, 1989), realizaba “delicados juegos femeninos”.

Se ordenó diácono y era con sus alumnos y con los adultos “severo, taciturno, introvertido”. Cambiaba totalmente con las niñas, a quienes invitaba a complicadas ceremonias de té y, al final, como corolario de la reunión, en donde sólo estaban él y ella, a una sesión de fotos. No le gustaban ni las adolescentes ni las mujeres: “Las niñas constituyen las tres cuartas partes de mi vida”, escribió en su diario.

Su favorita fue Alicia Lidell, a quien inmortalizó en los dos libros que la tienen como protagonista. Le tomó muchas fotos y le escribía hasta cuatro o cinco cartas por día. Quién sabe qué le contaba, pues a instancias de su mamá, la propia Alicia, ya adulta y casada, las entregó al fuego.

Dodgson nunca, se supone, tuvo relaciones sexuales (era hombre de religión). Ya mayor, según los retratos, sus rasgos se fueron feminizando. Fue, según Pitol, “físicamente convirtiéndose en una especie de niña vieja”. En su testamento ordenó que “todas las fotografías y retratos sospechosos de mis amigas sean devueltos a sus familiares o incinerados”.

Qué tierno.

Ilustración: Mónica Alejandra Robles Corzo

Ilustración: Mónica Alejandra Robles Corzo

***

 

Leo fascinado los cuatro libros contenidos en Hans Christian Andersen, Obras selectas. El enorme tomo (Edimat Editores, S. A., s/f) contiene Cuentos fantásticos y de animales, Cuentos humorísticos y sentimentales, La sirenita y El traje nuevo del emperador, que dan cuenta del talento de este escritor danés (1805-1875). Aunque tiene una infinidad de cuentos famosos (“El patito feo”, “El soldadito de plomo”, “La sirenita”, “El traje nuevo de emperador”, la historia de Frozen hace poco vuelta la película más taquillera de cuantas Disney ha producido…) en muchos de sus textos campean muy decididamente ideas religiosas de culpa y castigo o premio, como en “Las zapatillas rojas” (que castigan a la niña que las lleva puestas a la iglesia), o “La niña que anduvo sobre el pan” (que se hunde en el lodo y sufre y sufre por poner un pan para cruzar sin mancharse los zapatos) o, por citar sólo unas cuantas, “La rosa más bella del mundo” que al ser la (p. 484) “imagen de aquella que surgió de la sangre de Cristo sobre el madero de la cruz” hará que quien la contemple no muera jamás.

Pese a ser considerado por muchos como un autor infantil, es muy obvio que no lo es o no lo es solamente. Muchas de sus historias son crueles, despiadadas (“Pedro, el afortunado” y “La dama del hielo, por ejemplo), que no eluden violencias y asesinatos (como en “Los chanclos de la felicidad”) y concluyen con la muerte del protagonista; en varias historias las ideas están hechas para ser desveladas por ojos y mentes adultas. Creo que a Andersen hay que considerarlo simplemente un escritor sin comillas, un gran escritor.

En algunos cuentos, un personaje (a veces incidental) cuenta otro cuento, y son muchas las líneas envidiables. Aquí algunas. En “El compañero de viaje” (p. 19): “Sólo los malvados no pueden ver a los elfos”; en “Ole Cierraojos” dice el personaje a otro (p. 42): “Vas a ver a mi hermano, el otro Ole Cierraojos, al que también se le llama la Muerte”; en “La reina de las nieves” alguien (p. 50) “quería rezar el Padrenuestro, pero no podía acordarse más que de la tabla de multiplicar”.

“El hada del saúco” dice (p. 75): “Los buenos relatos surgen solos, me golpean la frente y dicen: ‘¡Aquí estoy!’ ” y (p. 78): “Es justamente de la realidad de donde se obtienen los mejores cuentos”; al final aclara (p. 81): “Unos me llaman el hada del saúco; otros, Dríada. Pero mi verdadero nombre es Recuerdo”.

En “Álbum sin láminas” escribe (p. 106): “Los hombres pueden ser terriblemente desgraciados, y a pesar de ello, terriblemente ridículos”.

De “La niña que anduvo sobre el pan” es esta idea (p. 143): “—Ven conmigo al tejado –le había dicho el gato, clara e inteligentemente.

“Pues cuando se es niño y no se sabe aún hablar, se comprende a la perfección a las gallinas y a los patos, a los perros y a los gatos. Nos hablan con tanta claridad como pueden hacerlo papá y mamá. Es suficiente ser pequeño”.

En “Los chanclos de la felicidad (p. 196) “el alma del sereno comprendía muy bien el idioma de los habitantes de la Luna. Discutían sobre la Tierra y dudaban de que pudiese estar habitada”.

Clavan con alfileres a una mariposa, en “La mariposa”, y dice (p. 239): “¡No es nada agradable! ¡Esto es muy parecido al matrimonio! ¡Se está sujeto!”

Las señoritas abejorros ven a “Pulgarcita” (p. 289): “—No tiene más que dos patas. ¡Qué aspecto más raro tiene!

“—Y no tiene antenas –dijo una.

“Y todo los abejorros hembras dijeron:

“—Tiene la cintura tan estrecha, que parece un ser humano. ¡Qué fea es!”

Seguiré con Andersen en la próxima Casa de citas.

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

Visita mi blog: hectorcortesm.com

 

 

 

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