Don Ruma, un periodista honrado
En 1921, en Tuxtla Gutiérrez participaron cuatro partidos políticos en busca de la alcaldía coneja: el Rojo, el Azul, el Verde y el Morado.
Ganó el Partido Rojo, con Álvaro Cancino, como su candidato; perdieron Tomás Martínez, del Azul; Oel Solís, del Verde, y Romualdo Moguel Orantes, del Morado.
Todos, menos don Ruma, aceptaron la derrota, porque argumentó que habían sido unas elecciones fraudulentas, que no eran herederas del espíritu de la Revolución. Hay que tomar en cuenta que al periodista había estado internado en el hospital de enfermos mentales de La Castañeda.
Poco después fundó La Nueva Estrella de Oriente, un periódico que fue impreso solo en sus tres primeros números y que, por falta de patrocinadores, su fundador empezó a escribir a mano.
Durante 33 años, don Ruma escribió diariamente la famosa Estrellita, y lo distribuyó personalmente entre sus pocos lectores. Su propósito, de exhibir a los corruptos, lo cumplió. No tuvo sin embargo a nadie que lo acompañara.
No quiso depender de nadie. No aceptó ayuda del gobierno, ni de sus amigos. Lo suyo fue denunciar, a través de un lenguaje enrevesado a presidentes municipales, diputados y gobernadores que se apropiaban del presupuesto público para sus fines muy particulares.
Los tirajes de La Nueva Estrella de Oriente eran muy reducidos. Quince, veinte a lo sumo. Solo en ocasiones extraordinarias publicaba más de cien ejemplares. Lo suyo era un trabajo complicado de emborronar cuartillas sobre papel cebolla y al carbón.
La ortografía y la redacción le importaba poco. Lo suyo era la denuncia: “El puevlo que hes bendido por el fundionario cinbergüenza” o “los diputados sopilotez i sus negocios”.
Para algunos, don Romualdo era el loquito del pueblo y para otros encarnaba al periodista ideal, el incorruptible, el intachable.
En 1949, Marcelina Galindo Arce, entonces periodista de fama nacional, publicó en la revista Impacto un reportaje sobre Romualdo Moguel Orantes. Lo dibujó como un periodista comprometido con sus lectores, independiente, íntegro, lúcido, coherente, sin asomo alguno de locura.
El mismo director de Impacto, el maestro Regino Hernández Llergo, al ser entrevistado por Fernando Castellanos para el periódico Voz (2 de julio de 1954), consideró a Romualdo Moguel como un paladín del periodismo:
–Ustedes tienen en Chiapas algo que no han querido comprender porque lo tienen muy cerca, en la misma tierra; ese incomprendido es don Romualdo Moguel; él es un verdadera paladín del periodismo, a tal grado que podemos considerarlo una figura continental. Don Ruma es el único periodista que dice: nada quiero, nada espero, lo único que deseo es decir la verdad.
Para José Casahonda Castillo (El Heraldo, 15 de mayo de 1951) Romualdo Moguel era un hombre de acción que buscaba transformar la sociedad y que La Estrellita anunciaba el advenimiento de un nuevo día.
Su fama local motivó a Carlos Mérida a pintar un retrato del Pensador, “que según el decir de varias gentes, sólo le faltaba hablar” (Martínez, El Heraldo, 2 de febrero 1955).
Después de su muerte, la figura de Romualdo Moguel se acrecentó. Se publicaron escritos donde se hablaba de su vida solitaria, de su tristeza profunda, de su rebeldía y su afán por lograr la perfección terrena. Incluso un norteamericano ofreció 20 mil dólares por la colección completa de La Nueva Estrella de Oriente (Foto-Prensa, mayo de 1956). Fue el más puro periodista, señaló el Diario de Chiapas en su edición del 17 de julio de 1956, “porque jamás tendió la mano para medrar en desdoro de sus ideas fieles”.
Era el “único periódico independiente, en el verdadero sentido de la palabra, de todos los que se editan en la República”, según reconoció Impacto (noviembre de 1949).
Para el periodista Humberto Gallegos, el director de La Estrellita predicó el trinomio de justicia, honradez y veracidad: Fue un “auténtico paladín del periodista que siempre tuvo como arma la pluma, como escuela la dignidad, como blasón la honradez y como religión La verdad” (Foto-Prensa, mayo de 1956).
Su defensa de la verdad fue inquebrantable. Cuando Marcelina Galindo le pidió que posara para el fotógrafo de Impacto fingiendo que escribía su periódico, don Ruma contestó de manera enérgica:
“¡No puedo prestarme a esa farsa. Proceder en tal forma sería mentir fotográficamente. Tendrá usted que esperar el momento en que realmente empiece mi tarea…”
Y así tuvo que hacerlo la enviada de la revista Impacto.
Más que lector, Romualdo Moguel fue escritor. Cuando le obsequiaron un folleto para que lo analizara en su diario, contestó que no lo haría, porque si leyera todo lo que se había impreso no terminaría nunca su obra como pensador y periodista.
Para José Casahonda Castillo, don Ruma fue un luchador incansable, idealista incorregible, quien mereció más que nadie el título de El Quijote de Chiapas: “Quiso cambiar el orden social, pero fracasó como fracasan todos los ilusos. Era un hombrecillo –en el mar humano somos una gota– peleando a diario contra la injusticia, contra la ambición, contra la arbitrariedad” (Casahonda, Es! Diario Popular, 22 de julio de 1956).
Los años de ejercicio periodístico de don Ruma, que van de 1923 a 1956, la prensa chiapaneca estuvo sometida en lo general al poder político y económico del estado. Dependió de los subsidios, apoyos diversos y prebendas otorgadas por el gobierno.
La crítica, ante esa prensa maniatada, era inexistente. Y el mejor camino para los periodistas fueron los elogios a los gobernantes en turno, y el ocultamiento de información.
Según Saraín Cortazar, judicial y en sus ratos libres director de un periódico, que para esos años era lo mismo, el periodista era uno de los personajes más temidos en la sociedad chiapaneca: difamaba, exhibía, chantajeaba y calumniaba a los ciudadanos indefensos.
Por eso, el que apareciera una figura como la de Romualdo Moguel, que anteponía la honradez y la verdad, era una lección para los propios periodistas chiapanecos y nacionales, y un estandarte para la sociedad, por que se demostraba que no sólo se podía vivir del gobierno y del chantaje, que la dignidad también contaba y que era un elemento, quizá el principal, para ejercer el periodismo. Poco importaba que no se entendiera lo que publicara La Estrellita o que su director, redactor y distribuidor fuera un alucinado.
En ese mar de periodismo chato, sin compromisos con la sociedad, semioficial y altamente corrupto, la participación de don Ruma, sigue siendo una enseñanza –dejada por el más iluso de los hombres- de que el periodismo debe ejercerse con integridad, justicia y solidaridad.
Años después, don Valdemar Antonio Rojas López retomó el nombre de La Nueva Estrella de Oriente para su periódico, que editó en los ochenta, y al que recordaremos en este espacio.
Una observación, ¿hizo usted una investigación minuciosa para acreditar el hecho histórico que usted califica de fraude electoral? o ¿simplemente le pareció un título llamativo para su crónica?; se lo comento porque creo que es aventurado señalar y empañar negativamente la memoria de un chiapaneco que siempre estuvo comprometido con su pueblo. Habla usted sin razón del antepasado de hombres que aportaron a la sociedad chiapaneca como Don Enoch Cancino Casahonda y Don Jesús Cancino Casahonda. Le sugiero que cuando critique, investigue con objetividad.