La vida se llama eternidad

Casa de citas/ 227

La vida se llama eternidad

Héctor Cortés Mandujano

 

Soy admirador de un montón de escritoras, a las que leo sin cesar: Virginia Woolf, la primera, y de las mexicanas Sor Juana, Elena Garro, Sabina Berman (especialmente como dramaturga), Carmen Boullosa, y de Tony Morrison, Doris Lessing, Margaret Atwood…

Estuve horas recorriendo una feria de libros en San Cristóbal y de pronto vi un título de Margaret Atwood que no conocía: La puerta (Bruguera, 2009), bilingüe y traducido por María Pilar Somacarrera Íñigo. Lo compré de inmediato y en él descubrí que la Atwood también había publicado muchos libros de poesía. Tuve el temor de que esta inteligente y gran narradora se me cayera con los versos, pero no, me encantó de nuevo.

Los cinco apartados son temáticos y en todos hallé algo que me hizo sentir o pensar. La Atwood sigue en la primera línea de mis preferencias. Varios de sus poemas son confesionales, como éste donde cuenta la experiencia que hizo a su padre, cuando era adolescente, tomar la decisión de volverse científico (p. 47):

 

Un día vio un tronco mojado que flotaba

despacio, río abajo,

y encima, una mariposa, del azul de unos ojos.

Fue el momento (me enteré después)

que lo lanzó a cambiar su vida.

 

En “Sor Juana trabaja en el jardín”, dice (p. 71): “Y esto es la poesía: un cable de alto voltaje./ Es como si metieras un tenedor/ en un enchufe”.

Me gustaron muchos. Anoto éste extenso donde habla de ella y su marido, también escritor (p. 75): “Búho y Gatita, algunos años después”, luego de que fueron “prometedores jóvenes” (pp. 75-83):

 

Sí que ganábamos premios; ahí están

un pergamino, un reloj de oro, un glacial apretón

de manos de la suplente

de la Musa, que no pudo venir en persona,

pero envió recuerdos.

[…]

Pero, casi siempre, nos ignora

esta masa que ha acabado por admitir

que el arte le importa un carajo

y prefiere ver cómo le sacan, de un tajo,

las tripas a alguien.

[…]

Nacimos con el gancho

de la muerte dentro, y año tras año nos arrastra

hacia donde vamos: el abismo.

***

Ilustración: Luis Villatoro

Ilustración: Luis Villatoro

Mi querida amiga Ana María Rincón murió, imprevistamente, hace poco. Tomó varios talleres conmigo y apareció en el colectivo que publicó mi taller literario: Los viernes, a las seis, pero lo más importante es que mi mujer, mi hija y yo la queríamos mucho y éramos bien correspondidos por ella. Anita me regaló muchos libros; el último lo compró y me lo dio sin abrir, muy emocionada, porque tenía el mismo título de su primera novela, que yo recomendé para su publicación y para la que escribí la presentación. Por esos asuntos editoriales, el libro quedó durmiendo el sueño de los (in)justos.

Después de su muerte leí la novela La dama azul (Ediciones Martínez Roca, 2005), de Javier Sierra, el regalo. Entretenida. Creo que Anita nunca leyó la presentación que escribí, tal vez la lea ahora:

 

La vida se llama eternidad

 

Ana María Rincón tiene, entre otros, cuatro méritos para volver a La dama azul, su primera novela, un documento recordable:

  1. Conoce el alma de las niñas y ha logrado retener su propia infancia para que aquí le sirva de guía;
  2. Sabe de los secretos que guardan los corazones de las mujeres y de cómo en una mujer puede depositarse la sabiduría de la madre y la abuela, de la eterna y femenina energía cósmica;
  3. Ha explorado, consciente y consistentemente, las diversas técnicas del cuento corto, el relato, la narración, como es notorio en esta historia, y, además,
  4. Envidiablemente, tuvo la paciencia para que esta novela breve se cocinara el tiempo justo para que ahora aparezca, sencilla y compleja, en sus tres partes verificables.

En la primera, una niña cuenta, con gracia y en forma fragmentaria, una amistad infantil que tiene de fondo, como siempre, la complicada vida de los adultos, aderezada, en este caso, con vislumbres de leyenda y espanto; la segunda parte se convierte en la narración epistolar de una muchacha con su abuela, que nos desvela el desmoronamiento de la vida familiar y ciertos vericuetos del amor; la tercera es ya, en otro tono, el inicio místico, el entrever de un viaje espiritual; el asomarse, como decía Cortázar, a la puerta detrás de la cual está el prado donde retozan los unicornios.

La dama azul tiene, qué bueno, huecos de misterio  y ejercicio de síntesis. En estas apretadas páginas el mundo que cuenta se expande y sale del libro para quedarse en el lector; para decirle que la vida no es nada más nacer, morir y sus intermedios; para decirle que la vida es una oportunidad de volvernos eternos.

 

***

 

: he aquí que soy poeta

y mi oficio es arder.

E. Bartolomé

 

El poeta Efraín Bartolomé, querido amigo, me regaló un ejemplar de Cuadernos contra el ángel, uno de sus títulos emblemáticos, que le publicó Valparaíso Ediciones (España, 2013). Es un breve, profundo y duramente humano libro que he leído varias veces y que ahora vuelvo a leer.

Alí Calderón, en el prólogo, dice (p. 11): “No es de ningún modo aventurado afirmar que Efraín Bartolomé es la voz que releva a Octavio Paz en la tradición poética de México”.

Dice Efraín en la página 29:

 

            El poeta al ángel:

Yo vengo a recoger el lenguaje del viento

aunque a usted le moleste

pajarraco

 

Y en la página 68:

 

(Mi caudaloso amor: este páramo seco

este cauce polvoso de un río que murió soñando sauces)

 

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

Visita mi blog: hectorcortesm.com

 

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