Frivolidad, impunidad y corrupción en la fuga mexicana más famosa
Puede darle el adjetivo que usted quiera, pero no se puede soslayar que la fuga de Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” fue increíble, espectacular e inesperada.
Inesperada al menos para la inmensa mayoría de los mexicanos, porque resulta inverosímil que al escaparse por un túnel; nadie vio ni oyó nada, mucho menos denunció.
Seguramente el ofrecimiento fue escueto pero contundente: plata -y mucha- o plomo.
La fuga se dio dentro de la coyuntura del descubrimiento de una red de espionaje global que en México es patrocinada y pagada por dependencias de gobierno federales y estatales y operada por la empresa italiana “Hacking Team”.
Los mejores clientes de la empresa de espionaje son el CISEN y el Gobierno del Estado de México, tanto lo gobernaba Enrique Peña Nieto, como ahora con Eruviel Ávila.
Otra de las coyunturas de la fuga fue el viaje realizado por el Presidente Peña Nieto a Francia, para entre otros asuntos, participar en el desfile del 14 de julio que recuerda la toma de la Bastilla y el inicio de la célebre e influyente revolución francesa.
Estas dos coyunturas ilustran también dos curiosidades de la fuga del narcotraficante más famoso del mundo:
Primero; el gobierno espía a todos -como lo demuestra el escándalo de Hacking Team- pero dejó de espiar a quien en teoría debió de observar con más ahínco por ser el enemigo público número uno de nuestro país y de Estados Unidos.
Segundo; Peña Nieto acudió a una celebración que recuerda el inicio simbólico de la revolución gala; la caída de La Bastilla -es decir la prisión de estado de la Francia monárquica- y en México lo que se cayó fue la seguridad de la denominada prisión más segura del país.
Pero más allá de la coyuntura y las curiosidades, la fuga horadó la poca credibilidad de un gobierno federal que está a punto de cumplir tres años de una administración que han resultado bastante largos por las dificultades que ha atravesado.
O dicho en otras palabras, el ascenso de la figura presidencial inició siendo gobernador de su estado, el auge fue la aprobación de las 11 reformas estructurales y la caída -rápida- inició con la crisis de Ayotzinapa.
Todo en menos de tres años. Lo peor es que precisamente faltan otros tres años para finalizar el sexenio.
Fuera de los asuntos económicos -especialmente de crisis financieras- el sistema político mexicano nunca había sido tan desafiado como lo es ahora y el punto débil es su poca capacidad de atajar la impunidad que permite la corrupción.
Sin la corrupción que permitió el silencio de las autoridades del penal y seguramente de otras autoridades de más alto nivel, la fuga no hubiera sido posible.
Precisamente con la fuga, el mundo entero vuelca sus ojos a México; todos los diarios más influyentes del mundo han reseñado la fuga, coinciden que es una vergüenza para el gobierno y el sistema político y señalan nuestros dos grandes problemas estructurales: la impunidad y la falta de un efectivo estado de derecho.
Poco se podrá hacer en lo que resta del sexenio peñanietista si no se recaptura al fugado. Porque al igual que en las relaciones personales; también en las políticas lo más importante es la credibilidad.
El sexenio se fue antes de tiempo y la baraja de posibles sucesores de Peña Nieto en la silla presidencial se reduce en cuanto a su grupo compacto y se ampliará a otras fuerzas políticas, dentro de su partido político y también con otros actores políticos que emergerán.
Como otra metáfora de la situación política que vive México y retrata a la clase política que la gobierna; el presidente volaba a Francia cuando se entera de la fuga mediante un túnel del narcotraficante más famoso del mundo.
Mientras el presidente estaba en el aire con la mayoría de su gabinete; 143 personas, entre ellos los titulares de 31 dependencias, 37 funcionarios que forman parte del equipo de trabajo y 73 miembros de personal de apoyo, logística y de comunicación, según refieren distintas crónicas periodísticas; aquel escapaba por un túnel construido con una ingeniería digna del primer mundo.
Un castigo simbólico a su frivolidad -que no se le ha quitado aún y con todos los problemas que arrastra el país- y que le demuestra que los problemas del país son graves y requieren un conocimiento pleno que no debe -ni puede nublarse- con la frivolidad.
El sistema de seguridad nacional colapsó y es necesario replantearlo; pero eso es la punta del iceberg, lo que requiere es restaurar la confianza en nuestras instituciones.
Pero es ahí donde se encuentra el meollo del asunto: ¿cómo hacerlo si quienes detentan el poder son quienes a su vez dominan nuestras instituciones?
Probablemente -y como van las cosas- nuestro sistema político colapse más temprano que tarde y tendremos las calles de las principales ciudades llenas de protestas de diversos sectores sociales si nuestra clase política no encuentra una fórmula de escape a la ira social.
No creo que políticos frívolos como Peña Nieto -que los hay a nivel estatal y municipal en todo México- se den cuenta de ello y ese es otro problema de nuestra realidad política.
A las fallas institucionales, sumémosle el dominio de nuestras instituciones por políticos que además son frívolos; eso crea una verdadera trampa o círculo vicioso que se refuerza con la impunidad.
Ahí está el verdadero problema mexicano y claro es que quien tiene el dinero suficiente se le abre cualquier puerta.
El sexenio peñanietista ya terminó y solo una verdadera proeza política -o milagro- podrá enderezar el barco. Pero con la frivolidad que lo caracteriza, es casi imposible que eso suceda.
La culpa no es de Guzmán Loera, la culpa es de la impunidad y la corrupción que no han sido arrancadas del sistema político nacional.
Todo falla cuando el binomio perverso de impunidad y corrupción se presentan y cuando el ausente es el estado de derecho; en México lo sufrimos a cada rato.
La rabia popular de un pueblo acostumbrado a reírse de sus desgracias como el mexicano tiene su escape en las redes sociales; la pregunta es: ¿hasta cuándo?.
Twitter: @GerardoCoutino
Correo: geracouti@hotmail.com
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