El Poder heredado
Comenté en la última entrega de esta columna que el “destape” de Rómulo Farrera para gobernador constitucional del estado de Chiapas derramaría mucha tinta y pondría a contertulios a especular sobre este inesperado acontecimiento en la vida política chiapaneca. Esto apenas comienza pero sobre la mesa hay que poner, al menos, dos elementos que resultan imprescindibles para un análisis a profundidad si se concreta tal candidatura.
El primero es si neófitos en la administración pública tienen la capacidad de entender y lidiar con los entramados políticos de múltiples intereses y demandas que recorren Chiapas. Si es preocupante que carreras políticas se hereden por vía consanguínea, no lo es menos que un empresario exitoso conozca las complejidades del poder ejecutivo, plagado de estiras y aflojas constantes con personajes, instituciones o actores emergentes. Es sabido que no desconoce a los políticos que han gobernado el estado, puesto que es de suponerse que les prestó su apoyo o lo recibió, algo nada ajeno en campañas políticas y en los posteriores gobiernos en toda América, y donde los Estados Unidos son un nítido ejemplo. Pero ello no asegura, repito, el conocimiento y manejo de la administración pública.
El segundo elemento a tomar en cuenta es el carácter de empresario, exitoso como se dijo. Con todas las críticas vertidas en los últimos días al manejo de sus empresas y al trato que reciben los empleados, nadie puede negar que los resultados en sus negocios avalan capacidad de liderazgo, visión comercial y, posiblemente, buenos contactos políticos. Dicho esto cabe interrogarse sobre la similitud o lejanía entre conducir una o varias compañías y lo que significa gestionar la vida pública. Realmente las distancias son muchas, aunque existan coincidencias como la obtención de metas que benefician o al empresario o a la ciudadanía. Sin embargo, ni los tiempos ni las condiciones son las mismas ya que la cabeza del ejecutivo no es patrón, aunque a veces por desgracia lo parezca.
Muchos ciudadanos ven en un empresario como Rómulo Farrera un halo de esperanza tras tanta desazón política vivida en los últimos lustros. Es comprensible. Pero a él, como a todos los partidos políticos habrá que empezar a exigirles, sin temor porque es su obligación, un programa de acción con objetivos y metas alcanzables puesto que de nada sirve prometer si no se indica cómo se lograrán los resultados.
Entonces, y solo entonces, se podrán analizar la viabilidad de las propuestas. De lo contrario seguiremos con los oropeles, los amiguismos y los discursos huecos que causan hartazgo a la ciudadanía comprometida con su estado y su país.
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