Definición de novela
“Es un río de palabras”. “¡No! Es un mar”. “Equivocados están, ¡es un universo!”. Eso decían los tres pájaros, acerca de la novela. Uno de ellos (el zanate) estaba parado en la rama más alta del árbol; el otro (una chinita) estaba parado sobre una antena de televisión; y el tercero (un cenzontle) estaba parado sobre la almena de un castillo. Los tres tenían entre sus patas ejemplares de novelas. Se habían reunido para leer fragmentos. “Escuchen esto -dijo el zanate, mientras se iba de un lado a otro, porque la rama es azotada por el viento-: <Nunca dejó de pensar en ella, ni siquiera cuando lo alcanzó la muerte>”. Los otros dos pájaros dijeron que sí, que eso era muy bello. El cenzontle dijo que el amor es irrenunciable y que ese fragmento (¿de qué novela era?) daba cuenta de un intenso amor, como el de Julieta por Romeo o como el que dicen que Kennedy le tuvo a Marilyn Monroe. Por eso, agregó el cenzontle, digo que la novela es como un río de palabras, porque cada vaso mitiga nuestra sed. ¡No, no!, dijo la chinita que bebía agua de un charco, no, no, la novela es un mar, porque no sacia la sed, el mar sirve para unir continentes, es como un puente de agua que cruzan sólo los que son como aquel hombre que caminó por encima. Y dijo que el cenzontle estaba equivocado en esa interpretación, porque ese fragmento (¿de qué novela era?) no hablaba de una relación de pareja sino que, más bien, se refería a la propia muerte. “Está muy claro -dijo la chinita, mientras picoteaba una piedrita al lado del charco- <Nunca dejó de pensar en ella, ni siquiera cuando lo alcanzó la muerte>. ¡Está clarísimo! Habla de su propia muerte”. El cenzontle, un poco como para establecer diferencia, cantó arriba de su almena; un poco como para decir que su canto era como un río, inmenso, casi casi como el Amazonas o como el Río Grande de Chiapas, cuando la lluvia lo convierte en un animal soberbio.
El cenzontle, siempre que le preguntaban su opinión acerca de la novela, la comparaba con un río. Por otro lado, la chinita, con su vocecita de pito afinado, decía que era como el mar, tenía fin, agregaba, pero desde la orilla era imposible ver su otra orilla. Por ello, concluía la chinita, la novela no puede ser río, como sostiene el cenzontle, porque el lector de una novela jamás advierte la otra orilla, si la orilla contraria se ve, entonces, no es una novela, es un simple cuento, finalizaba.
La opinión del zanate era la más totalizadora, pero, a la vez, la más común. Decir que la novela es un universo, era llevar la reflexión al plano de lo común, era convertirse en un enamorado irreflexivo que a toda pregunta de su amada dice: “El universo no alcanza para medir mi amor”. Se sabe que el universo no es mensurable. La novela sí puede medirse. Hay novelas que son como un río (como sostiene el cenzontle), hay otras que son como mar (como afirma la chinita), pero (en serio) no hay una sola novela que sea como el universo.
Tal vez lo único que puede colegirse de la discusión de los tres pájaros es que la novela tiene una riqueza que va más allá de la piedra que dormita en los cauces secos.
“¡Tontos, tontos!”, dijo el zanate. Y explicó que el fragmento leído (¿de qué novela era?) ni hablaba acerca de una relación amorosa ni se refería a la muerte. No, no, todo es más sencillo, dijo. “Se refiere a la vida. Pero no a la vida de un individuo, sino a la vida vida, la de todos los días, la de siempre, la que a pesar de la muerte continúa alargando su aleteo”.
Puede ser que la novela sea como un río de palabras (porque a veces un lector pretende ir de uno a otro lado); puede ser que la novela sea como un mar de palabras (porque a veces no sabemos a qué hora la vida nos aventará a media tormenta); y puede ser que sea como un universo de palabras, porque no hay límites y todo está como en expansión.
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