Definición de escritura
¡Es una de las mejores turas!, diría Cortázar. Están la pintura, la escultura, la estructura y hasta la fractura, pero una de las mejores turas es ¡la escritura!
¿Desde cuándo se escribe? Uf, la historia por ahí saca el dato de los jeroglíficos y demás aventuras en arcilla y en arena. Aunque, siempre es preferible tener un soporte que dure más años. Dicen que Jesús escribió un día sobre la arena y dicho mensaje se borró. Ah, si su mensaje lo hubiese escrito en la penca de un maguey, aún tuviésemos una parábola de su puño y letra, pero se sabe que en el desierto no se da el maguey.
La escritura es una de las mejores turas. Se dice que la humanidad jamás escribió tanto como ahora. Con esto de los chunches electrónicos, la gente escribe y escribe. Claro, jamás en la historia de la humanidad existió tal cantidad de errores ortográficos. Es comprensible, el mundo no tenía la costumbre de escribir con tanta profusión. Las personas del siglo pasado escribían cartas larguísimas; ahora los mensajes son “tuiteados”; es decir, telegrafiados.
El gran Borges, por ahí se aventó una frase célebre que dice que él no puede imaginar un mundo sin libros. ¡Ah, qué poco imaginativo nos resultó el imaginativo escritor argentino! Él, que fue un prodigio de imaginación, confiesa no poder imaginar un mundo sin libros. Bueno, pero nosotros, simples mortales, sí podemos hacer un ejercicio de imaginación e imaginar un mundo sin escritura. ¿Lo imaginan? ¿Cómo nos comunicaríamos? ¡Dios mío, lo que Borges no pudo hacer estaría a la vuelta de la esquina! Porque la escritura es la que da vida a los libros, éstos son hijos amantísimos de aquélla.
Imaginemos que una tarde (ha habido intentos), un dictador prohíbe la escritura. Miles de ciudadanos libres (nunca faltan) escribirían en la clandestinidad, pero los perros neofascistas los hallarían, tirarían las puertas de las casas, sacarían a empellones a los escritores rebeldes y, a mitad de la calle, tocarían trompetas para que las personas se asomaran en las puertas y ventanas de los edificios circundantes para que presenciaran la quema de los escritos y de los escritores. Cada vez que una mujer en la cocina, mientras calentara el agua para el café, escuchara la trompeta sabría que, en algún lugar de la patria, alguien era enviado a la hoguera, junto con sus escritos. Imaginemos que tal prohibición fuese tan intensa que un día todo mundo dejara de escribir. Poco a poco, la gente sacaría las computadoras y tablets a la calle, haría túmulos enormísimos y les prendería fuego. ¿Para qué servírían esos chunches electrónicos ya sin la capacidad de escribir?
¿No podías imaginar un mundo sin libros, Borges? ¡Ah, es tan fácil! Basta imaginar un mundo sin escritura.
Esto que pareciera imposible tiene visos de realidad. Los poderosos, con métodos tradicionales, están obligando al pueblo a dejar de escribir. Cada vez los mensajes son más escuetos. Es toda una campaña perversa para que la gente deje de lado la escritura. Las propias editoriales tienen ahora métodos nefastos: hacen el tiraje de un nuevo libro y meses después levantan de las mesas de novedades todos los que no se vendieron y los hacen pedacitos, en enormes máquinas cortadoras. El mensaje subliminal es muy obvio.
Por esto, quienes aún escriben cartas larguísimas como ramas llenas de nubes hacen patria. La patria no puede quedarse sin la escritura, porque ésta es la que le da forma y la que, ¡Dios mío!, prende alfileres de esperanza en la falda de sus volcanes.
¿La escritura? ¡Es la mejor tura!
Hitler en Alemania y Pinochet en Chile quemaron libros. Como en la película Fahrenheit 451.