La casilla de Doña Soledad
Se llama Soledad, vive en el barrio de Guadalupe en San Cristóbal de Las Casas. Salió temprano de su casa para ir a votar y regresar a tiempo a arreglar la casa y preparar desayuno y comida y todo. La casilla no está en funciones porque no llegaron los funcionarios de casilla. Una vecina suya, que quedó como presidenta de casilla, le dice “quédese comadre, ocupe el lugar de secretaria de casilla, usted sabe cómo hay que hacerle”. Doña Soledad se mira las chanclas, los pantalones raídos (los del quehacer) debajo del chal, piensa en su cabello enmarañado. “Ándele, para que ya abramos, va a empezar a llegar más gente en un ratito”.
Hubo escasez de funcionarios de casilla en todo el país. Miles de personas prefirieron quedarse en casa en lugar de participar en la “fiesta de la democracia”. Los inmaculados insaculados son los primeros anulados.
Es también una evidencia. Un periodista de mil batallas me platica anécdotas de elecciones anteriores en Chiapas: Lo primero que controlan es a los funcionarios de casilla, para poder hacer todo el llevadero de acarreados y que voten vigilados y todo eso. Si identifican una casilla donde no los controlan, sobre todo en las ciudades, un par de días antes los visitan los de Hacienda, los de la PGJE, los de Tránsito… todos con el expediente en mano para recordarles sus deudas, sus multas, sus procesos pendientes. Les prometen volver a guardar todo ese expediente si faltan a la cita. Casi siempre funciona.
La señora Soledad acepta la encomienda. No es su primera vez en una casilla y tiene claro que será un día cansado. “El deber es primero”, dice, como si se enfrentara a la columna de invasores empuñando su espada. Manda avisar a su casa que ahí lo vean que desayunan, que ella estará en la plazuela de la iglesia viendo lo de los votos. Le mete agilidad a la casilla, que ya para entonces tiene una bola de gente confundida pues hay tres casillas en la misma carpa. No son muchos, pero están confundidos. Conforme van pasando se puede ver cómo algunos sacan su celular y toman fotos del voto marcado. Nadie en la casilla parece notarlo.
¿Cómo se controla una elección en estos tiempos? ¿cómo se comete el famoso fraude electoral? Casi nada sucede en la casilla. Todo es antes. En Chiapas llevamos tres años con un bombardeo publicitario escandaloso, donde se identifica la figura del personaje en el gobierno con el partido que lo llevó al poder. (Oiga, pero eso está prohibido!) (Pues si, pero a ver, ponga una demanda… arriesgue su empleo, su casa, su salud por ponerse a buscar una contienda equilibrada). Hace unos meses, en marzo, el dirigente nacional de un partido nuevo le encargó al dirigente estatal (de ese partido nuevo) que metiera una demanda contra al gobernador por compra de votos anticipada. “Es pecado social”, dijo el dirigente nacional de ese partido de izquierda confesional. La demanda, o no prosperó o nunca se hizo, pero nadie volvió a mencionarla.
Todo fue verde este año. En las escuelas regalaron uniformes, mochilas y útiles pintados de verde (casi ninguna escuela los usó, pues ya de por si tenían sus uniformes, pero algunas obligan a los niños a ir los miércoles con el uniforme verde, para no olvidar al gran benefactor). Hasta los festivales de cine eran verdes (por cierto, el político promotor del Festival de Cine de San Cristóbal acaba de “ganar” la candidatura a diputado local. Mientras tanto, los cineastas y actores que participaron en dicho festival se preguntan desde la ciudad de México ¿qué pasa en Chiapas? ¿por qué votan por el verde?). Todos los programas sociales están pintados de verde, las policías son verdes, los letreros son verdes. (La concentración absoluta y sin ambages del don, mi querido doctor Mauss).
Desde la casilla vieron llegar grupos de personas en orden, formaditas. Se detuvieron a unos metros de la carpa. Un hombre les daba indicaciones e iban llegando de a uno por uno. La representante de Morena y la del PT llaman la atención sobre el asunto, es su primera elección como representantes, se notan nerviosas y sin saber muy bien cuál es su papel. Doña Soledad se levanta de su asiento y se acerca al grupo. Les habla del voto libre y secreto, les dice que no se dejen presionar y voten por quien quieran. El hombre verde la mira con furia. Guarda su montón de billetes, da instrucciones, se retira. Soledad regresa a la casilla, satisfecha. Tranquiliza a las muchachas que ya para entonces anotan en sus cuadernillos la incidencia.
Media hora más tarde regresa el hombre verde, esta vez acompañado de varias camionetas cargadas de más hombres verdes. Los más verdes se instalan alrededor de la casilla, los demás empiezan a bajar gente de las camionetas y los van formando para votar. Turismo electoral, que le llaman. La representante de Morena se levanta, alterada. Los representantes del PRI y del PVEM (dos por cada una de las tres casillas) guardan silencio. La representante de Morena no sabe qué hacer, le habla a la presidenta de casilla, a los funcionarios de las dos casillas contiguas, señala los logotipos del PVEM en las camisetas y en las camionetas. Uno de los hombres verdes se acerca a ella, la amedrenta, le grita, pero ella insiste. Otro hombre verde llega y la empuja. Doña Soledad se levanta y alza la voz, les pide que se retiren de la casilla. Se junta más gente del barrio, todos conocen a Soledad, nadie a los hombres verdes, que no saben qué hacer frente a esa señora que les grita y los regaña. Les dijeron que no habría problema en esa casilla. Al retirarse, contrariados, le dicen “Vaya usted a chingar a su madre”. Ella se quedará con el coraje atorado el resto de la jornada.
Además de los métodos tradicionales para controlar una elección, hay uno que sucede también de forma tradicional cuando los gobernadores ejercen el poder de forma autoritaria sin reparar en gastos: el control de todos los partidos. Se sabe, lo saben. No se sabe nunca a cambio de qué. En este distrito había nueve candidatos, pero no se vio en las calles más que el rostro de una. Al resto de los candidatos no les alcanzó para hacer carteles en blanco y negro. Ni fotocopias. Ni lonas. Ni pendones de plástico. Ni camisetas impresas (que en empresas locales iban de 11 a 18 pesos la unidad). No les alcanzó siquiera para carteles en papel revolución. Las sospechas saldrían a la luz si los militantes de los partidos pidieran a sus dirigencias un reporte de gastos del partido por entidad/distrito. “Sólo invertimos ahí donde hay posibilidades de ganar”, dirán. Sus candidatos caminan el distrito con sus propios recursos, sin saber que fueron entregados a los leones desde antes. Quizá también por eso los candidatos son desconocidos, sin habilidades, sin tablas, sin recursos, sin prestigio, sin liderazgo. Se cubre la cuota de género, se “da oportunidad a todos”, se maquilla la derrota preestablecida.
“Va a ganar la señora Marisol”, me dice una mujer que al igual que yo, se mantiene atenta al conteo de la casilla donde votamos. “Ya la eligió el gobernador, ya sabe como es de entregada nuestra gente”. Le sonrío. No sé si quiere saber quién soy yo y qué hago ahí o si de verdad está buscando interlocutores. Sigue hablando y entiendo que busca audiencia, en cierto modo alguien con quien compartir angustias. “Esa señora apenas terminó la primaria, no veo cómo nos podrá representar, pero como su familia tiene influencias…” asiento (o sea, digo que sí) y sigo callado, atento al conteo y a la conversación. “Hágase para acá o lo van a regañar, el señor ese de la casilla 2 ya nos corrió hace rato, bien grosero”. Camino hacia afuera de la carpa, cae una lluvia de esas de Los Altos, que mojan de a poco y calan los huesos. El secretario de la casilla contigua nos mira, se acerca y dice “siguen aquí, ya les dije que no pueden estar dentro de la casilla, órale, sáquense de aquí”. Hacía mucho tiempo que nadie me saquenseabadeaqui, me hago para atrás sin repelar, a fin de cuentas, en esa carpa ellos son la máxima autoridad.
Este es uno de los distritos con mayor población indígena de Chiapas. En tiempos del PRI absoluto la costumbre era que la diputación correspondía a los pueblos, mientras no se metieran con la elección de presidencias municipales. Eso ha cambiado y ahora los sancristobalenses se han quedado con todo (ya se verán las consecuencias en la elección de alcalde). Hay otro cambio, silencioso y de efectos de largo aliento: mientras que la candidata mestiza del PRI-PVEM se ostenta con estudios de primaria, dos de las candidatas de partidos de izquierda cuentan con un posgrado y se reivindican indígenas. El currículum es irrelevante en esta elección, por eso 8 de los nueve candidatos ni siquiera se tomaron la molestia de publicarlo en algún lugar o de entregárselos al INE. Mientras pienso en todo eso el presidente de la casilla contigua 1 ha mandado pedir a la junta distrital cinta amarilla, de esa de “Prohibido”, con la que rodean la carpa. Se pierde la planilla de votos de la contigua 2, el secretario de la 1 dice “es que ahí había gente”. “Ya nos dijo ladrones” le susurro a la señora. Al fondo, doña Soledad habla enérgicamente con la representante del INE, discuten, nos señalan. Se acerca a nosotros la chavita del INE, nos pregunta detalles de la expulsión, nos pide textuales las palabras del secretario. Nos pide una disculpa en nombre del INE, nos asegura que es nuestro derecho estar presentes, pero se va sin quitar la cinta restrictiva de derechos.
Comienza el conteo. Casi no hay luz y desde afuera de la carpa no podemos saber muchos detalles. Serán los mismos que en todo el distrito: el Verde y el PRI arrasan (aunque vayan en alianza, los votos del PRI son menos). Votos nulos en segundo. Morena en tercero. Si el registro de definiera a nivel distrital, no sólo el PT y el Humanista habrían quedado fuera, sino también el PAN, MC, NA y PES pues no alcanzaron el 3% de votos. De diez partidos contendientes, sólo cuatro obtienen más de 3%, y sólo dos (PRI y PVEM) más de 5%, además del voto nulo, que casi alcanza el 8%. Pero eso lo sabremos hasta una semana después, en el conteo se repite, pero hay problemas, los votos no coinciden. En la casilla contigua 2 falta un voto. En la casilla básica sobra uno. Me acerco y les digo “eso es normal que suceda cuando hay contiguas, la gente se equivoca de urna, no se preocupen, dejen que lo resuelvan en el conteo distrital”. Quienes me miraban con cara de “este güey por qué nos está mirando” confirman sus sospechas: soy una especie de enviado de algún partido, con ganas de boicotear la votación. Me vuelven a pedir que me aleje. Me alejo. Doña Soledad ordena contar de nuevo todos los votos. Las escrutadoras se quejan, pero obedecen. Siguen sin coincidir. Les dice “ya sé que están cansadas, pero no podemos mandar un resultado así” y ella misma cuenta los votos, partido por partido, por tercera vez. Ya alejado, miro como los presidentes de las tres casillas se juntan y platican. Más tarde, al colgar las sábanas con los resultados, todos los votos coinciden. Menos chamba para la distrital.
El voto nulo en Chiapas tiene su propia vida. Las particularidades del contexto, los votos forzados, el conteo a media luz y la falta de capacitación de funcionarios de casilla hace que sus números siempre aparezcan muy altos (en 2009 ya había quedado en cuarto lugar). Pero ahí están. Hubo casillas en donde quedó en primer lugar, mientras que en la mayoría de las del centro quedó en segundo (y no, niños, no fue determinante para la victoria del PRI-PVEM, de hecho ningún voto ajeno al PRI-PVEM contribuyó. Sume usted todos los votos de los 8 partidos restantes y los votos nulos, verá que ni en bola habrían podido cambiar el resultado. En Chiapas tenemos el distrito con más votos nulos del país (el 9 de Tuxtla), tenemos también muchos casos de casillas “zapato” (dos en San Cristóbal) y casillas donde el voto nulo estuvo por encima de todos los partidos. Somos una anomalía pero también un indicador.
Doña Soledad cuelga la sábana de resultados en un muro de piedra, cerca de las 9 de la noche. El INE le proporcionó un montón de cinta adhesiva que no alcanza a pegar en muros mojados. Le ayudamos, jalamos la cinta, le damos la vuelta al muro. Me dice “Así no se puede, estos muchachitos del verde que llegan y quieren hacer su voluntad y si no los dejamos nos mientan la madre, así no se puede, yo ya estoy cansada, mira cómo tuve que estar todo el día” me muestra sus chanclas, sus pantalones desgastados. “¿Luego por qué nadie quiere participar? pero no tenemos que dejarle esto a los políticos porque hacen su porquerías”. La miro terminar de colgar los resultados, recoger todos los materiales y despedirse de sus compañeros de casilla. Me quedo pensando en una discusión que había tenido esa mañana a muchos kilómetros de ahí, con un grupo de amigos convencidos de que la única solución era mandar al diablo las instituciones, construirlo todo de nuevo, llamar a ese señor Rosseau a que nos haga un nuevo contrato, pero que funcione.
Ante ese 45% de votación que obtuvo el verde en Chiapas basado en las trampas e ilegalidades de todo tipo aquí narradas y el silencio omiso del INE no puedo menos que estar de acuerdo con ese fin de las instituciones. Pero también me pongo a pensar en Doña Soledad, que como ciudadana y como funcionaria hizo lo que tenía que hacer, que contó los votos tres veces, que se enfrentó a los delincuentes electorales, que intervino a nuestro favor cuando alguien quiso abusar de su autoridad… en ella y en las personas como ella reside nuestra democracia (que sigue en construcción), y todo parece indicar que están a punto de renunciar.
No comments yet.