Las esperanzas de ser más inteligente
Casa de citas/ 219
Las esperanzas de ser más inteligente
Héctor Cortés Mandujano
No es cuestión de dinero.
Se puede ser pobre y feliz.
Chéjov,
en “La gaviota”
Aunque escribió algunos textos más (“Platonov”, a los 18 años, por ejemplo) y adaptó cuentos suyos al teatro, el prestigio indiscutible de Chéjov como dramaturgo se debe a sólo cuatro obras: La gaviota, Tío Vania, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos, que con el genérico nombre de Teatro ha publicado Editorial Porrúa, en 1989, con prólogo de Máximo Gorki. Lo releo para una charla, lo gozo de nuevo.
Gorki cita las palabras de Chéjov (XVII del prólogo): “No hay nada más aburrido y carente de poesía, por decirlo así, que la prosaica lucha por la existencia que te quita la alegría de vivir y te sumerge en la apatía”. Dice Gorki que Chéjov “veía la vida sólo como una triste aspiración de los hombres a la saciedad, a la tranquilidad; los grandes dramas y tragedias estaban cubiertos para él por la espesa capa de lo cotidiano”, y comparte lo que Chéjov le dijo en una conversación (XIX): “Nos hemos acostumbrado a vivir con las esperanzas puestas en el buen tiempo, en la cosecha, en una buena aventura amorosa, con la esperanza de hacernos ricos o de que nos den el cargo de policía, pero las esperanzas de ser más inteligente yo no las noto en la gente”.
En “La gaviota”, Trepliov está enamorado de Nina (p. 3): “No puedo vivir sin ella. Hasta el ruido de sus pisadas es encantador”; Nina, en cambio, se enamora del célebre escritor Trigorin y le parece que la vida de una celebridad es maravillosa; le dice (p. 15): “Usted es feliz”, y le contesta Trigorin: “¿Yo? (Encogiéndose de hombros.) Hum… Usted habla de celebridad, de ser feliz, de cierta vida luminosa e intere
sante; para mí todas estas bellas palabras son, perdone usted, como una mermelada de la que nunca como”, y le cuenta: “Día y noche me persigue una idea obsesionante; debo escribir, debo escribir, debo… Apenas acabo un relato ya he de escribir otro, no sé por qué; luego un tercero; después del tercero, el cuarto… Escribo sin cesar, como si corriera en postas, y no puedo hacerlo de otro modo. ¿Qué hay en esto de bello y luminoso, le pregunto?”, y sigue (p. 16): “Y así siempre, siempre, sin un momento de sosiego frente a mí mismo; siento que devoro mi propia vida, que para la miel que doy no sé a quién en el espacio, saqueo el polen de mis mejores flores, arranco las flores mismas y pisoteo las raíces”.
La obra, al margen de que se trata de una joven, Nina, que desdeña el amor de Trepliov (quien mata para ella una gaviota, y no se da cuenta de que de él está enamorada Masha), y se vuelve actriz y amante de un escritor famoso, habla de los demonios de la escritura, de la representación, de la crítica (p. 21: “A las personas sin talento, pero con pretensiones, no les queda más que criticar a los verdaderos talentos”), pero sobre todo de nuestra tremenda incapacidad para ser felices, de tratar de hacer posibles los amores imposibles. Dice Trepliov a Nina, poco antes de que ella le confiese que lo que él siente es lo que ella nunca ha dejado de sentir por Trigorin (p. 32): “Nina, yo la he maldecido a usted, la he odiado, he roto sus cartas y fotografías, pero a cada instante he tenido conciencia de que mi alma le pertenece para siempre”.
En el “Tío Vania”, Chéjov regresa a una de sus ideas recurrentes (p. 37): “La vida de por sí es aburrida, tonta, sucia”, y a la imposibilidad del amor, de la felicidad.
[Algo curioso: si en “La gaviota” el escritor casado es amante de Nina, con la anuencia de la esposa (es decir, ella sabe de los amoríos de su marido, incluso lo conversan como un tema sin importancia), en “Las tres hermanas” Masha (otra Masha) tiene un amante con la anuencia de su marido, y Andréi también sabe que su mujer, Natasha, le es infiel con su jefe, sin que eso sea un problema de convivencia. Qué modernos.]
En “Las tres hermanas” también hay muchas reflexiones sobre la vida; dice Masha (p. 87): “Me parece que el hombre ha de tener fe, ha de buscar una fe; de otro modo, su vida es vacía, vacía… Vivir y no saber por qué vuelan las cigüeñas, por qué nacen los niños, por qué hay estrellas en el cielo… O sabemos por qué vivimos o todo son tonterías”; y dice Vershinin, el hombre casado que será su amante (p. 88): “La dicha no se alcanza, no existe; sólo la deseamos”, y opina Andréi, el hermano de las tres (p. 106): “¿Por qué apenas empezamos a vivir, nos vemos aburridos, grises, vulgares, perezosos, indiferentes, inútiles, desdichados?”
“El jardín de los cerezos” es igualmente un canto a la desesperanza. Dice Trofimov (p. 128): “La inmensa mayoría de los intelectuales a quienes conozco no buscan nada, no hacen nada y, por de pronto, son incapaces de trabajar. […] Estudian mal, no leen nada seriamente, no hacen absolutamente nada. […] Es evidente que todas las buenas palabras que se pronuncian en nuestro país, sirven sólo para velar la realidad a nuestros propios ojos y a los ojos de las demás”.
Chéjov fue un maestro del cuento, de la novela corta, e inventó un nuevo género teatral, la pieza, cuyo propósito era hablar de la vida cotidiana, de lo que nos va a pasando día a día mientras morimos. Su vida fue difícil, triste, con una enfermedad que lo hizo morir (a los 44 años) cuando aún podía darnos mucho más de lo mucho que nos dio. Su teatro no necesita adaptarse a la actualidad, porque cuando lo leemos parece estar hablando de nosotros y de ahora mismo; sus cuentos parecen escritos ayer. Como dice Sergio Pitol, en uno de sus ensayos magistrales, es nuestro contemporáneo.
***
Murió el papá de mi primo Paco y poco después a mi primo le nació una segunda hija. La gente comenzó a decir que se parecía al abuelo muerto, y cuando Jama, la niña, ya hablaba bien (dos-tres años), me cuenta Paco que de pronto volvió la vista hacia ella, que lo miraba, y creyó ver la misma expresión en el rostro, la misma luz en los ojos que tantas veces había visto en su padre muerto. No resistió el impulso y dijo a la niña:
—¿Papá, eres tú, estás allí?
Y ella dijo:
—Sí.
Decidió continuar con otra pregunta:
—¿Cómo estás?
—Bien.
—¿Con quién estás allá?
—Con mi mamá, con tu abuela.
Abrazó a su hija y decidió ya nada más preguntar.
***
Leí Ante un cálido norte (Fondo de Cultura Económica, 2000), del poeta veracruzano José Luis Rivas, que contiene cinco de sus libros de poesía. En el último, “Libro de faros”, en las últimas páginas, hace la traducción parcial del poema dramático “La violación de Lucrecia”, de Shakespeare, donde el príncipe Sexto Tarquino viola a esta honrada y fiel esposa de Colatino.
Esto dice el príncipe a la mujer, antes de violarla (p. 220):
Sé qué espinas defienden a la rosa más tersa
y qué aguijón protege a la miel. Me previno
ya de eso mi conciencia, pero el deseo es sordo
y no oye ni al amigo más sensato.
Le dice Lucrecia, intentando disuadirlo (p. 224):
¡Qué cosecha de oprobio
levantarás en tu vejez, si desde
tu primavera así brotan los vicios!
Si atreves, siendo príncipe,
semejante atentado,
¿qué no intentarás cuando seas rey?
Y aún más (p. 226):
Advierte qué espectáculo tan bajo
sería para ti presenciar esta acción
cometida por otro.
Luego de la violación, Lucrecia queda sola y dice (p. 236):
¡Azar, tú eres culpable!
¡Eres el que ejecuta la traición del traidor!
¡Tú que llevas al lobo donde puede
devorar al cordero!
Y también (p. 238):
Y tú, Tiempo deforme,
aliado de la noche abominable,
presto y sutil correo del siniestro desvelo,
roedor de años mozos,
falso vasallo del falso placer,
infame centinela de las calamidades,
tú, caballo de carga del delito,
trampa de la virtud,
eres el alimento de todo lo que existe,
mas todo lo asesinas.
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