El latín en América Latina
Casa de citas/ 220
El latín en América Latina
Héctor Cortés Mandujano
Tuve entre mis manos y leí las primeras páginas de La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (Siglo XXI Editores, 1982), de Omar Cabezas, más o menos en 1984-1985. Perdí el libro por alguna razón que no vale la pena explicar. Hace muy poco, conversando con mi primo Paco Méndez, él trajo a cuentas el libro y me lo dio prestado. Me lo eché en un santiamén, porque parece una conversación chiapaneca (Cabezas es nicaragüense, pero nos une el lenguaje centroamericano), sin más pretensión que contar la historia de un muchacho universitario que se convierte en miembro del Frente Sandinista de Liberación Nacional y lucha para derrocar la dictadura terrible de Anastacio Somoza. Para ello, entre otras cosas, tiene que aprender a vivir y sobrevivir en la montaña.
El autor nació en León, Nicaragua, y cuenta que las putas de su pueblo eran muy religiosas y no trabajaban en semana santa (p. 20): “Las putas no cogían en León en días santos, yo te lo puedo decir… ¡qué va! que en León ibas a conseguir una puta en viernes santo. Las putas empezaban a coger otra vez hasta el sábado de gloria”.
Parece chiapaneco, decía, porque también para decir que algo es muy bueno o muy malo, tremendo o maravilloso, lo adjetiva con la palabra más usada en Chiapas. Si Octavio Paz hubiera escrito El laberinto de la soledad en nuestro estado no hubiera hablado de la chingada, sino de la verga. Morían de hambre, mataron un mono (p. 98) “y nos dimos una comida de mono búfala… no jodás… de a verga…”
Cuenta de los entrenamientos fatigosos (p. 123): “Y a las cuatro de la mañana el grito de levantada… bajo la lluvia… estás sequito y están cayendo aquellos rielazos de agua en la montaña, pero helada, hacé favor, helada y a salirte… […] E irte a formar bajo la lluvia sin desayunar, sin nada… A los diez minutos ya estás arrastrándote en el lodo, después que has dormido sequito, tenés el lodo en todo el cuerpo, en la boca, en los oídos, en el pelo, a los 15 minutos”.
En una noche, viendo el cielo y platicando con una compañera campesina en la montaña dice (p. 136): “ ‘Hombré, compa, pareciera mentira, verdad, que la tierra sea redonda y que dé vueltas’; así, inocentemente, se lo dije, y entonces ella me queda viendo incrédula y se me pone a reír, ‘cómo no, es cierto’, le repito, ‘la tierra es redonda y da vueltas’. Y me queda viendo, ella no sabía que la tierra es redonda y que da vueltas. Entonces se pone seria. ‘En serio, compa’, le digo, ‘la tierra es redonda y da vueltas’, ‘compa, no se esté burlando de mí, compa’ ”.
Sufre de todo en la montaña y tienen que bajarlo a la ciudad, de clandestino, para operarlo de una enfermedad que lo diezma. Los dos doctores eran sandinistas y amigos suyos, pero la enfermera no. Para prepararlo ésta entra y le dice que le va a rasurar el pubis y los testículos. Él tiembla, porque hace más de un año que no ve ni es tocado por una mujer; tiene miedo de tener una erección (p. 206): “Y me agarraba los genitales y me los levantaba, me tocaba por debajo y luego me agarraba el pene, así, y me lo ponía para el otro lado…¡Ay Diosmiito mi lindo!”; piensa en el lodo, en la montaña, para no sentir las caricias femeninas, pero la mujer lo toca y lo vuelve a tocar hasta que él se da por vencido (p. 207): “¿Y qué voy a hacer yo?, si no puedo aguantarme, si soy un cristiano común y corriente, pues me quedo templado, duro, duro, duro, pero, qué vergüenza, yo no hallaba qué hacer allí en la camilla, desnudo y completamente erecto, nervioso y con pena, y la mujer que se pone a reír y me dice: ‘No se preocupe joven, que ya estamos acostumbradas a estas cosas nosotras’ ”. Él sintió que la mujer lo tocó más de lo debido y cuando aparece su amigo el doctor le dice que ya sabe que se “templó”: (p. 207) “le digo yo, ‘qué cagada, qué pena, ¿qué te dijo la compañera?’ ”, y le dice que le acababa de hacer perder “cincuenta bolas”; “es que yo aposté con la enfermera a que no te templabas, y la mujer dijo que sí lo lograba”.
La montaña te cambia (p. 266): “Hubo un tiempo que pasé como un año sin verme la cara y cuando me la volví a ver en un espejo, ¡ése ya no era yo, hermano! Tenía bigotes, y yo nunca tuve bigotes en mi vida, o nunca me los había dejado crecer, me venía brotando una barba –que siempre me la vivía tocando–, pero que nunca me la había visto. […] La montaña siempre te frunce el ceño y las mandíbulas se te ensanchan un poco hacia los lados”.
El libro ganó el Premio Casa de las Américas en 1982. Súper.
***
Los cuervos escriben en el cielo con alas lánguidas
una lengua que nadie conoce.
Günter Eich,
en “Miniatura invernal”
Historia verdadera del realismo mágico (Fondo de Cultura Económica, 1998), de Seymour Menton, es un ensayo muy bien documentado sobre esta forma inicialmente pictórica y luego literaria que tantos buenos y malos textos ha dado.
El término, dice Menton (p. 15), “nació en 1925 con la publicación, por el crítico de arte alemán Franz Roh, del libro titulado “[…] Postexpresionismo, realismo mágico. Problemas de la nueva pintura europea”, y aunque a lo largo del libro lo caracteriza, lo define, lo cierne, quedémonos con esta aproximación (p. 30): “El realismo mágico, en cualquier país del mundo, destaca los elementos improbables, inesperados, asombrosos PERO reales del mundo real”.
Menton, cómo no, analiza a Gabriel García Márquez, autor a quien más le han endilgado el término, pues él es (p. 203) “el novelista que difundió la visión magicorrealista del mundo con sus recursos técnicos correspondientes, tanto en los países desarrollados como en los subdesarrollados”. Me divirtió que, dado que su idioma materno no es el español, desconozca la tradición latina de hacer juegos lingüísticos. Cita de Cien años de soledad que (p. 101): “Amaranta utiliza un juego de latín para insultar a Fernanda: ‘—Esfetafa –decía– esfe defe lasfa quefe lesfe tifiefenenfe asfacofo afa sufu profopifiafa mifierfedafa’ ”; no es latín, claro, sino jerigonza con efe, una de las más complicadas de hablar (traduzco para quienes no sepan jerigonza: Esta es de las que le tienen asco a su propia mierda).
Para diferenciar el término mágico realista habla del barroco y pone al pie de página una simpática nota (p. 168): “En el otoño de 1948, el catedrático mexicano Julio Jiménez Rueda, en una curso sobre literatura barroca de España en el siglo XVII, en la Universidad Autónoma de México, proclamó que hasta el mole, rica salsa mexicana, era barroco”.
Menton, ya en el apéndice nos da su definición (p. 227): “En la literatura, el efecto mágico se logra mediante la yuxtaposición de escenas y detalles de gran realismo con situaciones completamente fantásticas” y dice en la misma página que “El hombre muerto”, de Horacio Quiroga, es “el primer cuento magicorrealista de América Latina y, probablemente, del mundo entero”.
***
Como muchas de mis ficciones, la siguiente es también producto de un sueño minucioso, que yo nomás sintetizo, trascribo y firmo como mía. A veces, como dice Cortázar, uno ni debería firmar sus textos. Quién sabe quién los escribe en nuestro sueño…
El tercero
Dejé esta pequeña ciudad, pensó el primero, cuando era niño y hasta antes de ahora, que tengo 20 años y que quise salir de la capital para no buscar a Amelia, a quien espero nunca más volver a ver, no había vuelto. Viví aquí los primeros siete años de mi vida y salvo por Óscar, con quien seguí escribiéndome, no extrañé para nada a ningún familiar, a ninguna persona. Me puse de acuerdo con él para hacer las excusiones de rigor (el río, el zoo, el putero) y a los tres días ya no tenía mucho más qué hacer. Anoche me emborraché. El hotelito tiene alberca. Cité a Óscar aquí para tomar unas cervezas.
Alejandro se volvió altísimo, piensa el segundo, y yo quedé chaparro; él está a punto de terminar la carrera y yo dejé la prepa. Pero es tan a toda madre como lo recuerdo de niño y como lo sentía en sus mails, en sus wasapos.
Estábamos de lo más a gusto, piensa el primero, cuando apareció su primo Anselmo, Antelmo o algo así. No me acordaba de él y él sí de mí. Me dijo que nos peleamos cuando éramos niños, lo que después de su descripción a detalle estuve a punto de recordar. ¿Qué importa? El tipo parece idiota. Inventé una excusa para venir a mi cuarto.
Antelmo, piensa el segundo, salió casi detrás de Alejandro. Vi que fue a recepción y luego subió por las escaleras.
Sí, iba a mi cuarto, piensa el primero, pero de pronto sentí la inminente necesidad de ir al baño y entré en los sanitarios generales del hotel. Diarrea total. Estaba sentado en la taza cuando oí los balazos…
El joven vino a pedir un número de cuarto y subió las escaleras, declaró el gerente. Dicen que empezó a disparar para romper la cerradura, que no pudo forzar a patadas. No estaba el huésped y salió con pistola en mano. Mató al empleado que trató de detenerlo y de ahí en adelante disparó contra todos los que pudo. Cuando se le acabaron las balas, no fue fácil someterlo. Parecía endemoniado.
Yo nunca olvido nada, gritó el tercero…
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