Definición de altura

Imagen: es.lasdistancias.com

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El término altura siempre ha estado presente en la literatura (¿vieron que pura tura?). La verdadera protagonista de la leyenda de Ícaro es ¡la altura! ¿Cuál es la moraleja? ¡No ambiciones las alturas! Vuela, pero vuela bajito. Ya la canción que interpretó Cornelio Reyna nos dio otra medida de lo mismo: “Me caí de la nube en que andaba, como a veinte mil metros de altura”. Por fortuna, este compa no murió, no murió porque cayó en los “brazos de una linda y hermosa criatura” (¿vieron que pura tura?). Pobre Ícaro cayó a mitad del mar y, según Josefina, la sirvienta de mi tío Apolonio, quien siempre confundía los días de la semana y las cosas que compraba en el mercado, Ícaro fue tragado por una ballena al caer al mar. La ballena llegó a las playas de Baja California. Ícaro, quien aún conservaba una de sus alas le hizo cosquillas a la ballena y ésta, cosquilluda de naturaleza, se mató de la risa, no en sentido figurado sino en sentido real. Cuando el cadáver de la ballena llegó a la orilla de una isla, los pescadores la tasajearon y al abrir su panza en dos mitades vieron que el ala de un ave sobresalía. Uno de los pescadores dijo que era restos de un pelícano, pero María, quien era la puta de la isla, dijo que no, impidió que los hombres se acercaran y cuando ella estuvo cerca vio a un hombre y regresó corriendo hacia donde estaban los pescadores. “¡Es un ángel!”, gritó. Los pescadores se burlaron, pero cuando vieron que Ícaro salía de la panza de la ballena se hincaron y Mateo, el pescador más viejo, se hincó y dijo que el Maestro había resucitado. María se acercó al ángel y le preguntó por qué estaba en esa isla. Ícaro ya no recordaba su identidad, porque el fuego del sol no sólo le había quemado una de sus alas sino también sus neuronas. Entonces María le dijo que era un ángel y que se llamaba Robinson Crusoe y que ella era sábado.

Bueno, esto era lo que Josefina contaba, porque, ya se dijo, ella confundía también los días de la semana.

El tío Apolonio dice que Josefina era una chiflada y que siempre andaba en las alturas, pero ella, que además era medio sorda, confundía la palabra altura con la palabra pura (¿vieron que pura tura?) y decía que sí, que ella permanecía virgen y contaba del día que la Virgen María bajó a la tierra y llegó a la casa del arcángel Gabriel y le anunció que iba a tener un hijo. El arcángel se hincó ante la visión de la virgen y agradeció a todos los dioses del Olimpo por el favor concedido. Nueve meses después el arcángel Gabriel dio a luz a un hermoso niño al que le puso por nombre Ícaro. Ícaro tenía las alas más bellas que ángel alguno haya tenido. Por ello, su hermano Luzbel tuvo celos y juró que se las echaría a perder, para que nunca pudiera volar. Bueno, esto es lo que Josefina contaba, quien, ya se dijo, siempre confundía las historias y los días.

Una tarde lluviosa fui a casa de mi tío. Josefina, quien aún vivía, abrió la puerta y me apuró a entrar. Dijo que yo estaba como zanate, todo empapado. Me dio una toalla de color verde y ayudó a secarme el cabello. Me senté en una silla plegadiza y dejé que ella me secara. Cuando terminó fue a la cocina y me trajo un té de limón bien caliente. Me dijo que lo bebiera, dijo que le había puesto unas gotas de ron, sólo para que entrara en calor. Tomé un sorbo y ella se paró detrás de mí, me tomó de los hombros y me hizo para adelante, emocionada dijo que sí, que era un prodigio, que me estaban saliendo las alas y dijo que, de ahí en adelante, me llamaría Ícaro. Yo bromeé, dije que en mi casa habían dicho que era como un zanate de tan mojado que estaba. Ella también rió y dijo que era mentira, que no me estaban saliendo alas. Me pidió la taza ya vacía y entró a la cocina. Yo, poco acostumbrado, en los últimos tiempos, a tomar un pitz de alcohol sentí un calor rico que caminaba por todo mi cuerpo, comencé a relajarme y a cerrar los ojos, como dispuesto al sueño, pero cuando Josefina entró y me dijo que ya había terminado la lluvia, yo me despedí, abrí las alas y busqué las alturas, pero no alcancé a llegar más allá del balcón, porque, al final recordé que tengo temor a las alturas (¿vieron que pura tura?).

 

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