Coetzee
Casa de citas/ 221
Coetzee
Héctor Cortés Mandujano
Tierras de poniente (Mondadori, 2009), de J. M. Coetzee, fue la primera novela que publicó, en 1974, este escritor que en 2003 ganaría el Premio Nobel de Literatura.
He leído, hasta el momento, cerca de una ve
En Infancia (2001), Juventud (2002) y Verano (2009), compendiados en un solo volumen en 2011, con el título de Escenas de una vida de provincias, de resonancia chejoviana, se hace a sí mismo críticas descarnadas desde la posibilidad que da, en los dos primeros títulos, hablar de uno mismo en tercera persona, como si se tratara de otro y no tenerse piedad ni querer quedar bien con los demás (“que crean que soy buena gente, que amé a mis padres, que todo lo que hice lo hice por los demás”, ese tipo de justificaciones tontas que usan los estúpidos y los canallas, y los políticos, que casi siempre reúnen ambos epítetos, para pasar a la historia como lo que no son).
Verano es con mucho donde más campea el saber literario de este cabal artista: allí hace entrevistas, evidentemente ficticias, a mujeres con las que tuvo que ver (en este libro biográfico-ficcional Coetzee, el autor, ya murió), que nos dan una imagen nada complaciente de lo que él ha sido, es. Inteligencia, sinceridad, valentía, puestos al servicio de la escritura y la reflexión, eso hay en cualquier libro de Coetzee.
Este modo de verse, sin contemplaciones ni remilgos, empezó con Tierras de poniente, donde los dos relatos principales (“El proyecto Vietnam” y “La narración de Jacobus Coetzee”) sólo tienen conexión por un apellido: Coetzee. En el primero, un hombre que vamos viendo enloquecer, debe entregar su informe a un tal Coetzee, a quien juzga con dureza. El hombre tiene problemas maritales que llegarán al extremo. Habla de las escenas domésticas de sexo (p. 21-22): “Aunque yo clavo mi arado como el héroe y Marilyn hace espuma como la heroína, la verdad es que la felicidad de la que hablan los libros nos ha eludido. La culpa no es mía. Yo cumplo con mi deber. En cambio no puedo evitar la sospecha de que mi mujer no pone el alma en ello. […] Mi semilla se derrama como orina dentro de las fútiles cloacas de los tractos reproductivos de Marilyn”.
De cualquiera manera, dice (p. 26): “Soy simplemente adicto a mi matrimonio, y al final la adicción acaba siendo un vínculo más firme que el amor”; y además (p. 27): “A veces pienso que podría escalar hasta las cimas más altas del éxtasis si Marilyn pudiera permanecer dormida durante nuestros encuentros sexuales”.
La segunda parte es un asunto familiar. Se llama “La narración de Jacobus Coetzee”,y debajo del título dice “Edición y epílogo de S. J. Coetzee”, y “Traducido por J. M. Coetzee”. Es una antigua crónica (con pies de página y citas constantes) que muestra lo vengativo y salvaje que fue este Coetzee, ante lo que consideró una traición y un intento de homicidio a su persona (no conocemos la versión de los vencidos) por parte de una comunidad de la que anota datos básicos de, entre otros, su sistema de justicia (pp. 164-165): “La amputación de dedos como testimonio del dolor por la muerte de un ser querido. Las virtudes curativas de la orina masculina. Sus leyes y castigos: por robo de ganado, un balo en resina caliente; por incesto, amputación de un miembro; por homicidio, la extracción de los sesos a golpes”.
Desde esta primera novela, ya había un autor que no se conformaba con nomás contar una historia.
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El otro tema recurrente en Coetzee, como en muchísimos escritores, es la literatura, las evidentes o sutiles citas. Por ejemplo, es obvio que cita a Tolstoi cuando llama a sus libros biográficos, igual que el gran novelista ruso, Infancia y Juventud; dos de sus libros son muy explícitos: Foe y El maestro de Petersburgo, pues se refieren a Daniel Defoe (en una vuelta de tuerca a la historia de Robinson Crusoe) y a Dostoyesvski; Esperando a los bárbaros, otro de sus títulos, es un verso de Constantino Cavafis…
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Diario de un mal año (Mondadori, 2009), de J. M. Coetzee, es una novela-ensayo dividida en “Opiniones contundentes” (del 12 de septiembre al 31 de mayo de 2006) y “Segundo diario”; esta obra anfibia reúne 55 pequeños ensayos de diversa temática (31 serán parte del libro “Opiniones contundentes” y los 24 de “Segundo diario” son de índole más personal), y las opiniones de un escritor, su joven secretaria y su amante. Curiosamente, los datos de C. (obvia abreviatura) no los da él, sino Anya y Alan, y corresponden casi exactamente a John Maxwell Coetzee (en la traducción lo llaman Juan).
“Opiniones contundentes”. La primera página está dividida en dos. La parte superior es el primer ensayo (“Sobre los orígenes del estado”), que está justificado, y la nota al pie, sin justificar, la escribe un hombre quien ve a una joven hermosa: describe en sucesivas notas su cuerpo, su cabello, su vestido, su belleza. Viven en el mismo edificio, en Australia (Coetzee se nacionalizó australiano y aquí comienzan las semejanzas del personaje y el autor).
Para el segundo ensayo (p. 21) ya ella le sonríe. Se llama Anya. Le dice que su pareja se llama Alan, de 42 años. Él le ofrece trabajo, le explica que es escritor y tiene que escribir opiniones sobre diversos temas, para el libro “Opiniones contundentes”, que se editará en Alemania, con otros seis escritores. Los ensayos se suceden uno a otro. El escritor dice que en 1990 escribió un libro Contra la censura, que en la realidad es un libro de Coetzee.
A partir de la página 37 la hoja se divide en tres: el ensayo, la historia del escritor y las notas de Anya: no es nada sutil: “Alan dice que en el mundo hay tantos culos distintos como caras”. Llama al escritor, el señor C. Ella usa sus encantos, sabe que él se siente atraído por ella. P. 40: “¿Para qué otra cosa sirve el culo? O lo usas o lo pierdes”. Ella le corrige, incluso, lo que le parecen aburridos textos.
A veces ella comenta sobre los escritos; le dice que mejor escriba sus memorias y él, rendido ante la preciosa. Ella cuenta de su vida sexual con Alan (a él le gusta que ella le hable de sus ex amantes). C. le da grabados y escritos sus textos, su escritura es ilegible porque el hombre está perdiendo la vista. Alan empieza interesarse en el dinero del escritor, ha investigado en Internet y le dice a Anya que nació en Sudáfrica en 1934 y que es muy famoso (Coetzee nació en Sudáfrica, en 1940).
Hasta antes de la página 67 las notas concluyen en la misma página que inician, aquí pasan a la siguiente página como lo harán en otras ocasiones. Alan piensa que C. va a usar a Anya como personaje y piensa demandarlo para sacarle dinero. C. cada vez más se emociona con Anya; Alan y ella cada vez más conversan y discuten sobre C. Ella se da cuenta que Alan anda husmeando sobre C.
Ella se molesta por un comentario de C. (no sabemos muy bien qué fue) y renuncia. Él le pide que vuelva. Alan descubre por sus cuentas que es millonario y que ellos pueden quedarse con el dinero cuando él muera. Lo testó a su hermana, pero ella murió; en su ausencia será para animales dañados en laboratorio (Coetzee ha escrito en Elizabeth Costello el desprecio que siente por quienes se alimentan con carne de animales). Alan propone a Anya hacer inversiones (sin informar a C.) y luego devolver el dinero. Ha puesto un programa espía en su computadora, utilizando los discos de Anya. Ella no está contenta con lo que Alan hace. Vuelve a ser secretaria de C.
“Segundo diario”: Inicia con ensayo (p. 175), el hueco en blanco del diario de C. y la nota de Anya que trascribe la invitación de él, a su departamento, para celebrar el envío de los ensayos para el libro. Ella no quiere ir, Alan la convence.
- 182. En el ensayo “Mi padre” (en sus ensayos ya habla del amor, la vida erótica, el envejecimiento, cosas más personales) habla que él le envío libros desde Ciudad del Cabo (donde nació Coetzee) y Alan lo llama, en la reunión, por Juan (o sea, John). Anya trascribe la conversación impertinente y etílica de Alan. La parte de C. aparece en la página 186. Dice que Alan lo insultó y ella se avergonzó. Ella va después a pedirle disculpas. Las notas de ella hablan de la reunión y las de él, en otro tiempo, de lo que ocurrió después. Ella dice, en las notas de él, que deja a Alan y se va a otra ciudad, con su madre.
Las notas de ella cuentan lo que Alan dice: vulgaridades sobre ella, un remedo de biografía (fue huérfano, etc.), agresividad, sobre el interés que C. tiene sobre ella; cuenta incluso que no le quitó su dinero porque Anya no lo dejó.
Desde p. 207 C. ya no habla. Sigue trascripción de la carta y la reunión (ambos textos de Anya). En las notas de él, una carta de ella (agradece el envío de los nuevos ensayos, que son “más suaves” y que C. no incluyó en el libro), le da las gracias por el tiempo que compartieron y por lo que ella aprendió, le cuenta de su trabajo de modelo y de que nunca le molestó que él pudiera tener fantasías con ella. Le dice que, si quiere, le cuente sobre ello en su carta de respuesta, que será discreta. Le cuenta que pidió a Alan todas sus cosas y le pide que piense en él como un mal personaje de novela, desechado por malo. Le dice que es un caballero y un gran escritor. Le cuenta que sale con un hombre de su edad, también australiano como Alan, que tal vez se case. Le da una página de Internet donde aparece con poca ropa, por su trabajo de modelo.
En las notas de Anya sigue la reunión: Alan le dice a C. que contratar a Anya y hacerle leer sus ideas era una forma tortuosa de buscar meterla a la cama, que es un intrigante, un hipócrita; que su libro de ensayos es de un gurú que quiere darle recetas a la gente. Anya ya salió de la reunión (en p. 234) y cuenta que habla con una vecina que le había dicho qué C. era de Colombia (un chiste sobre García Márquez, también Nobel, también viejo, ahora muerto), le pide que le avise si C. tiene problemas de salud, si es internado. Ella piensa que él estuvo enamorado de ella y que volverá hasta él para tomarlo de la mano y hacerlo subir a la barca final, para que muera acompañado y contento.
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En la Revista de la Universidad de México (Núm. 128, octubre 2014) dedican una serie de opiniones a los cien años que hubiera cumplido Julio Cortázar de seguir vivo (nació en 1914 y murió en 1984). Gonzalo Celorio escribe “La muerte de Julio. Pudo más el cronopio que la fama” y aunque no lo dice expresamente da a entender que ha leído todos los libros de Cortázar, salvo Los autonautas de la cosmopista, porque (p. 8) “quisiera guardar este libro, como un último regocijo, para el día de mi muerte, y emprender, siguiendo la ruta del autonauta mayor, el último viaje por la cosmopista”. Como yo no tengo esa veneración por nadie, espero leer todos y cada uno de los siguientes libros de Coetzee que aparezcan.
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