Si no le temes a Dios, témele a la sífilis
Casa de citas/ 214
Si no le temes a Dios, témele a la sífilis
Héctor Cortés Mandujano
En una Casa de citas anterior (“Vaginas y penes”), por falta de espacio y porque no embonaban con el tema dejé fuera algunas ideas de varias publicaciones allí citadas. Aquí las retomo.
De Estética de lo obsceno (y otras exploraciones pornotópicas), publicada por la Universidad Autónoma del Estado de México, en 1983, de Huberto Batis, citaba las ideas del gran Henry Miller. Sobre su escritura me quedó en el tintero ésta (p. 65): “El elemento más vital de tu ser de artista es la técnica, pero la cosa definitiva en la escritura eres tú mismo”; y ésta sobre la televisión (p. 84): “Está concebida para agradar a las masas. Ellas sólo descubren el verdadero arte con cien años de atraso”.
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Decía allá, cuando hablaba de las parejas desparejas, que hasta para hacer comedia el payaso necesita al augusto. En El libro de oro de los payasos. Los más famosos y divertidos sketches de circo (Escenología A. C., 1999), con selección de textos y presentación de Édgar Ceballos, se explica el nacimiento de este dúo. Un día se presentó en la pista de circo, borracho, un mozo de cuadra con un traje que le quedaba grande (p. 19): “Se llamaba Augusto. El nombre se quedó. El augusto, que en alemán significa estúpido, actuaba sin otro interlocutor que el propio director de pista y Louis o payaso blanco, y de los que era siempre el chivo expiatorio”.
El libro, de más de 500 páginas, trae más de cincuenta sketches que han probado su eficacia ante el público; los hay simples y complejos de poner en escena; los más son para payasos que dominen las artes de domadores, músicos, malabaristas y acróbatas. Lo divertido en ellos no son tanto los chistes verbales (que los hay), sino el desarrollo de las pequeñas historias no necesariamente cómicas en el papel. Es evidente que quienes han montado estos sketches sabían mucho más que pintarse la cara y vestirse extravagantemente. Ceballos en la presentación es muy asertivo (p. 32): “Si un payaso imita a otro es chistoso. Si la imitación es exagerada y ridiculiza a la persona que es imitada, se vuelve parodia. Si la persona que es parodiada representa el poder, la parodia se vuelve satírica”.
El apéndice tiene un texto, entre otros, del Premio Nobel de Literatura 1997, Darío Fo, quien pone los puntos sobre las íes (pp. 485-486): “Un buen payaso requiere de voz, gestualidad acrobática, música, canto y también prestidigitación; además de cierta experiencia y familiaridad con animales, incluso feroces. Casi todos los grandes payasos han sido malabaristas y tragafuegos; sabían utilizar fuegos artificiales y tocar a la perfección uno o más instrumentos”.
Es decir (p. 486), “ser payaso no es un oficio improvisado. Por desgracia en nuestros días, los payasos se han convertido en un personaje destinado a medio amenizar fiestas infantiles. […] En otros tiempos, el payaso supo satirizar la violencia y la crueldad, así como condenar la hipocresía e injusticia… Hace sólo unos cuantos siglos, era casi un personaje obsceno y diabólico”.
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También hablé de la revista Mula blanca número 11, septiembre-octubre 2014. El primer poema de este número es de Iván Sierra y dice en su fragmento inicial (p. 9): “Nos sabe tan insípido el amor que nos ofrecen sin condiciones. Preferimos aquel que nos niegan, que nos dosifican, que nos condicionan… amor que no es amor, en suma”. Al pie de página nos informan que pertenece al libro titulado Chinga tu madre, papá.
En “Mudanzas”, dice Jorge Esquinca (p. 28): “¿De quién son los libros finalmente? ¿De quien los escribe, los edita, los compra, los atesora en bibliotecas de volúmenes desastrados o hermosos que luchan a muerte contra la implacable expansión de una virtual Alejandría? Son, piensa melancólico el escritor, de quien los cuida, de quien los lee. Son de quien los toca”.
En “Ella se va de viaje”, Rienhard Huamán Morid dice en los versos finales (p. 49): “La felicidad nunca es completa/ Sin un toque de hipocresía”.
Beatriz Ladrón de Guevara reseña el documental The Act Of Killing (2012), del director y productor estadounidense Joshua Oppenheimer y anota este
dato escalofriante (p. 62): “La realidad es que cerca de un millón de personas murieron en Indonesia entre 1965 y 1966 y han quedado en el olvido”.
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El día que presenté mi libro Mapaches: campos de maíz, campos de guerra (Mapaches Pro-Coneculta, 2014), ¡hace ya tanto!, tuve, entre otras sorpresas agradables, la presencia cálida de un querido amigo que hacía tiempo no veía y que me abrazó con toda la fuerza que pudo: Antonio Paoli. Me llevó de regalo, además, su nuevo libro: Pedagogia del mutuo aprecio. Alegrías nunca faltan.
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Sería una rareza que no haya visto una película de Woody Allen (busqué y encontré las que hizo antes de yo fuera su fiel espectador), porque cuando se me pasan sin ver en la cartelera de los cines, la busco y la veo en dvd. Se me había pasado Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010), pero la vi en casa, comodísimo. Creo que hasta la peor película de Woody es buena y en ésta hay varios momentos simpáticos, y un arranque muy a su estilo a partir de una frase de Shakespeare (La vida es una historia que cuenta un loco lleno de ruido y furia, estoy citando de mala memoria, es evidente). La peli es, como muchas de Allen, una serie de enredos amorosos. Lo que me hizo reír mucho es que cuando le reclaman a una muchacha que plantó al novio la madre interviene y dice: “¡No le grite a mi hija! ¡Ese es mi trabajo!”
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Desde que leí Seda, no he dejado de leer a Alessandro Baricco (Turín, 1958): Sin sangre; Novecento; Homero, Iliada; Océano mar… Tiene un estilo que conjuga la poesía y las historias mágicas, uno queda agradecido luego de leerlo. Leo en un respiro Tres veces al amanecer (Anagrama, 2013), un breve libro con tres historias escritas y solucionadas con arte y sabiduría. En la segunda, uno de los personajes dice (p. 55): “La luz en la que se habita de joven será la luz en la que se va a vivir para siempre. […] Muchos, por ejemplo, son melancólicos de jóvenes y entonces lo que les ocurre es que sigue siéndolo para siempre. O han crecido en la penumbra y la penumbra los persigue luego durante toda su vida”.
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En mi casa tengo libros por todas partes (los cuartos, los baños, la sala de televisión, el recibidor…), pero entrar en mi biblioteca a veces supone entrar a una librería con libros que me sorprenden, porque no recordaba tenerlos. Entré para buscar uno en especial y me hallé con Yo no vengo a decir un discurso (Mondadori, 2010), de Gabriel García Márquez, que compré y dejé para leer después. Lo abro y lo leo. Me gusta. Aunque dice su autor que (p. 37) “siempre he considerado los discursos como el más terrorífico de los compromisos humanos”, es esta una compilación de los varios que ha dado en distintas circunstancias, desde 1944 a 2007 (el título de esta columna es la cita, según GGM, de una pinta en los orinales públicos romanos).
El primero lo escribió en 1970 (p. 13): “El oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde (antes contó del primero texto que escribió) no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página”.
En uno de 1985 cuenta que un Premio Nobel de Literatura le contó que recibía al año (p. 35) “casi dos mil invitaciones a congresos de escritores, festivales de arte, coloquios, seminarios de toda índole: más de tres diarios en sitios dispersos del mundo entero” Así, dice, se celebró en Amsterdam (p. 36) “un congreso mundial de organizadores de congresos de poesía. No es inverosímil: un intelectual complaciente podría nacer dentro de un congreso y seguir creciendo y madurándose en otros congresos sucesivos, sin más pausas que las necesarias para trasladarse del uno al otro, hasta morir de un buena vejez en su congreso final”.
Toca varios temas, evidentemente (p. 38): “La idea que la ciencia sólo concierne a los científicos es tan anticientífica como es antipoético pretender que la poesía sólo concierne a los poetas”. En ocasión del cumpleaños 70 de su amigo expresidente de Colombia, Belisario Betancur, dice que éste, cuando estudiante, escribió uno versos (p. 68):
Señor, señor, te rogamos
y rogaremos sin fin,
que caigan rayos de mierda
al profesor de latín.
Un discurso dicho ante militares, en 1966, concluye con estas palabras (p. 104): “Creo que las vidas de todos nosotros serían mejores si cada uno de ustedes llevara siempre un libro en su morral”. Y en su polémico discurso en Zacatecas, en 1977, donde pidió jubilar la orografía, también dijo (p. 121): “Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso? Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo”.
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